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Fecha: 2019-09-02


A veces… llueve


Autor: pedrocascabel

Categoría: Confesiones

Llego con la minga al aire, muy hinchada, y con un par de heridas con evidencia de haber sangrado. No sé exactamente de dónde proviene mi afición sexual preferida, pero lo supongo. Mi nombre es Miguel, he nacido en una gran ciudad y en ella he vivido muchos de los treinta y tres años que tengo, aunque como soy apasionado habitual practicante del senderismo, de los paseos por la naturaleza, he comprado una casa en un pueblo, y cada vez paso más tiempo en ella. De niño, en cuanto se acababa el colegio, marchaba a pasar el verano con mi tía Daniela, hermana menor de mi madre, con quien me llevo solo catorce años y persona por la que siempre he sentido verdadera adoración, al igual que ella por mí. Soy su sobrino preferido y me considera más un hijo que otra cosa —incluso nos parecemos bastante en los rasgos de la cara— dado que ella no tuvo descendencia en su matrimonio. Daniela —Nela es su apelativo familiar— y su marido, Samuel, viven en un pequeño pueblo de la sierra segoviana de Ayllón, en donde explotan una moderna granja de tamaño medio, fundamentalmente avícola, aunque también tienen ganado vacuno de carne, de raza avileña. Para mí es un paraíso, rodeado de exuberante naturaleza, de animales —desde siempre quiero más a los perros que a la mayoría de las personas— y del cariño de mis tíos. Con catorce años, una tarde muy calurosa, vuelvo en bici después de haber estado por el pueblo con tres o cuatro chicos de mi edad con los que mantengo buena amistad. Unos doscientos metros antes de llegar a la granja de mis tíos, junto a un pequeño regato del cercano río, está la casa de Dora, una vecina bastante mayor que tiene cerca del camino un rústico corral en donde dispone de un par de decenas de gallinas para su consumo personal. El calor mantiene a las gallinas agrupadas en un rincón en donde hay buena sombra de unos árboles cercanos, y a mí no se me ocurre otra cosa que, dado que tengo ganas desde hace bastantes minutos, meter mi chorra por entre la malla enrejada que cerca el gallinero y ponerme a mear intentando empapar a las aves con mi orina. Durante los primeros momentos la cosa va perfecta, yo me alivio, las gallinas cacarean cabreadas como locas y salen huyendo del fuerte y largo chorro de mi meada, pero el gallo, no. Sin darme cuenta —yo ni le veo— se acerca desde mi izquierda hasta mi pene y me pega tres tremendos rápidos picotazos que cortan de raíz la meada, me hacen gritar de dolor y logran que me asuste al ver sangrando mi querida y necesaria polla. Cuando poco después llego a casa, mi tía se asusta al verme con la minga al aire, muy hinchada, tumefacta y con un par de heridas con evidencia de haber sangrado. No le explico nada, simplemente que me ha picado un gallo cuando estaba orinando, e inmediatamente me pongo a lloriquear, nervioso y asustado, por miedo a las consecuencias. Mi tía no se pone nerviosa. En el cuarto de baño me desnuda, me hace ducharme, siendo ella quien con gran cuidado lava mi maltrecha e hinchada polla y, tras hablar por teléfono con el médico y quedar para el día siguiente en la consulta, masajea suavemente la zona inflamada —está al menos dos veces más grande de su tamaño habitual— para intentar hacerme orinar. Bueno, yo ya me hago pajas a menudo desde el pasado invierno —es la conversación principal que casi todos los días tenemos los chavales del pueblo— así que los dedos de Daniela en mi rabo lo único que consiguen es lograr una buena erección, una polla tiesa y dura como nunca, que parece hacer todavía más grandes las consecuencias de los picotazos del valiente gallo. La tía Nela no es tonta. Se da cuenta de que estoy excitado, empalmao y respirando con ansiedad, me mira fija y seriamente durante unos instantes, sonríe, nada dice, y sigue masajeando mi polla, ahora ya de manera más rápida, con ritmo constante del típico movimiento arriba-abajo que destapa y tapa mi glande, mi hinchadísimo rojo capullo, que de repente escupe más de media docena de chorreones de blanco semen, con fuerza, que van a impactar a la altura del pecho de mi tía, sobre la bata azul cielo que lleva puesta. Joder, qué gusto, qué placer siento, qué bueno es. Quedo durante unos momentos fuera de juego, medio adormilado, apoyo la cabeza sobre el hombro izquierdo de Nela, quien sigue sonriendo, me suelta la polla, todavía tiesa y dura, parece que va a hablar, pero antes de que pueda decir nada, noto que voy a explotar de nuevo, que de manera incontenible sube por el interior del tronco de mi pene una impresionante meada, larga, fuerte, a gran presión. De manera instintiva me la sujeto con la mano derecha para dirigir el chorro hacia la sorprendida tía Nela, que lo recibe en su pelo, en la cara, los hombros, el pecho… durante muchos, muchos segundos, lo que me proporciona un inmenso placer —superior a la eyaculación de hace unos momentos— un gusto maravilloso, como nunca he sentido en ninguna de las pajas que me he hecho hasta ahora. Qué bueno, ¡es increíble! Cuando acabo tengo que sentarme en la banqueta que tengo a mi lado, estoy como mareado, atontado por el placer. Mi tía no dice nada, solo me mira con cara de sorpresa dándose cuenta de lo ocurrido, del gusto tremendo que he sentido al orinar. Me hace salir del cuarto de baño y se mete en la ducha. La visita al médico la mañana siguiente confirma que no tengo nada preocupante, ordena a mi tía que cure las dos pequeñas heridas con mercromina hasta que cicatricen y debo seguir masajeando el pene para orinar a menudo. Además, me receta una caja de antibióticos. Eso sí, no puedo dejar de oír cómo le dice a mi tía que mi pene parece ser muy grande para la edad que tengo. Nela no me deja salir con los amigos porque sabe que les voy a tener que enseñar las heridas y teme que se infecten, así que paso varios días haciendo deberes y leyendo todo lo que tengo medianamente atrasado. Me aburro. A mi tío le entró un ataque de risa cuando se enteró del asunto. Tras echarle una atenta mirada a mi polla, le dice a su mujer que no deje de hacerme las curas y, en voz baja, le comenta lo grande y fea que la tengo. Sonríe discretamente y a mí me deja preocupado ¿Fea? ¿Mi polla es fea? ¿Qué quiere decir con eso? A la hora de la siesta estoy desnudo delante del espejo en el cuarto de baño más cercano a mi habitación. No me quito de la cabeza esa frase del tío Samuel de que mi polla es fea. Miro y remiro, me toco, y lo único que consigo es que se me ponga bien tiesa y dura, como me pasa a todas horas, la verdad sea dicha, así que empiezo el conocido movimiento de zumba-zumba, arriba y abajo, primero despacito para excitarme más aún y, enseguida, con un ritmo rápido y constante. —No paras, niño, no paras. Eso no puede ser bueno Me sobresalta la voz de Nela, a quien ni he oído entrar, paro unos instantes de meneármela, no sé qué hacer, y es ella quien, tras cerrar la puerta con pestillo, se pone detrás de mí, me coge la polla con su mano derecha y recupera el movimiento propio de una paja. Me parece que me gusta más cuando me masturba mi tía que cuando lo hago yo solo, no sé. No tardo apenas nada en eyacular, qué bueno, qué gusto me da lanzar sobre el lavabo y el suelo unos cuantos chorros a presión de mi leche. Cojonudo. Quedo adormilado —más bien atontado— mientras Nela sigue meneando muy suavemente mi pene morcillón. —¿Es verdad que la tengo fea? ¿Es por los picotazos del gallo? —No, hijo, no, la tienes grande, larga y gruesa, no es fea, es especial… No me tranquilizo, pero me olvido en cuanto noto llegar una nueva oleada de gusto según sube mi orina por la uretra. Allá va, qué maravilla, cómo me gusta orinar inmediatamente después de haberme corrido. Con los ojos entrecerrados me veo reflejado en el espejo meando, sujetándomela con la mano e intentando dirigir el chorro hacia mi tía, quien, con expresión seria en el rostro, como de resignación, no se aparta, se queda quieta aguantando el chaparrón, nunca mejor dicho. Qué gusto me da, orinar multiplica por mucho el placer de mi orgasmo anterior. Mi tía me echa del cuarto de baño diciéndome algo así como que soy un guarro, aunque se ríe, y según salgo observo que rápidamente se está desnudando. A lo largo del verano esta escena se repite a menudo, prácticamente todos los días, incluso tiempo después de que ya estén curadas las heridas de los picotazos. No sé cómo explicar el que Nela me masturbe y después me permita orinarle encima, ni el fabuloso placer que recibo por ello, pero me encanta. Lo que sí tengo claro es que mi polla no es como la de los demás chicos del pueblo, ya me he encargado yo de que nos las viésemos todos juntos y nos las midiéramos. Larga, es muy evidente que me ha crecido tras lo del gallo —en erección llega a veintitrés centímetros— y ancha, es recta, pero de forma un poco rara. En el comienzo, en el entronque con los huevos, digamos, y durante unos diez centímetros, es gruesa —cinco centímetros y medio— después engorda, y durante otros siete centímetros tiene como un escalón de medio centímetro más a cada lado, adelgaza otra vez durante casi cuatro centímetros, para engrosar llegando al glande, siendo mi capullo muy ancho, de forma acampanada, siempre rojo y brillante. Cuando la tengo tiesa y dura apunta hacia adelante y hacia arriba, aunque nunca se me ha llegado a pegar al estómago, como a alguno de mis amigos, uno en particular que la tiene muy curvada. Los picotazos del gallo me han dejado su huella. Como dos o tres centímetros antes del capullo, en donde estuvieron las heridas, hay dos pequeñas manchas oscuras, redondas, rodeadas por piel de un color más oscuro que el resto de la polla, que es de color marrón claro, ligeramente tostado. Bueno, como tiempo después me dijo una mujer después de mamármela y unos instantes antes de sorprenderse y cabrearse porque le soltara mi meada: es original, como si fueran dos pequeños ojos negros maquillados en color marrón. Una vecina de casa de mis padres, Chelo, que me la vio en la piscina e inmediatamente se propuso disfrutarla, siempre me decía: vista de cerca tu polla da miedo, pero no sería para tanto porque no se cortaba ni un pelo en mamarla como si se acabara el mundo. Joder, con qué ganas se bebía mi semen. Salía corriendo en cuanto intentada mojarla con mi orina, se reía y hasta la próxima vez. La verdad es que la primera reacción de la mayoría de las mujeres al verme la polla por primera vez ha sido ponerse a chuparla. Por mí, cojonudo. Le pregunté con mucha vergüenza al médico del pueblo la última vez que fui por lo de los picotazos, me miró sonriente, y tras ponerme la mano en el hombro me dijo: Tú tranquilo, Miguelón, muchas mujeres te van a buscar con eso que tienes ahí. Te va a ir muy bien. No se ha equivocado. Mi vida sexual ha sido desde mi primera juventud abundante, variada, placentera, excelente, excepto por un único motivo. Pocas mujeres me han permitido orinar sobre ellas después de correrme, así que he gozado, mucho, pero me ha faltado en demasiadas ocasiones el remate que más me gusta. Dos novias que tuve en los primeros cursos de la universidad las dos terminaron dejándome, porque a pesar de estar tan contentas con mi pene y el sexo que a menudo les daba, solo una me permitió alguna vez que otra mi disfrute total, meada incluida, eso sí, poniendo una cara de asco totalmente desanimadora. Al final me dejaron diciéndome lo mismo: eres un guarro, un enfermo. He pagado desde bien joven a algunas putas que se dejaban hacer lo que llaman lluvia dorada, aunque no todas quieren a pesar del sobreprecio y casi todas intentan engañarme apartándose en el último momento. Una brasileña, Beba, se masturbaba cuando la estaba enchufando el chorro de orina. Se corría, según ella porque le recordaba a su primer novio, a quien también le iba esta marcha. Se volvió a Brasil y a mí me cortó el rollo durante una temporada. No quiero dar una idea equivocada. Me corro a gusto con las mujeres —algunos tíos también se han interesado por mi polla en cuanto la han visto y he tenido tres o cuatro experiencias placenteras con hombres, siempre en tríos con una mujer presente, aunque no es lo mío— gozo cojonudamente y sin problemas cuando no puedo practicar la lluvia dorada, pero es que me da tanto gusto, que tiendo a intentarlo siempre, por supuesto. Como me aburría bastante dejé en segundo curso la Geología —además, una de mis ex también estudiaba en esa Facultad y empezó a largar de mí y de mis gustos sexuales más de la cuenta— y me trasladé a una Escuela de Ingeniería forestal en León. Uno de los mayores aciertos de mi vida, por la naturaleza de los estudios y porque conocí a Eva, hermana de un compañero, profesora contratada en la Facultad de Veterinaria, con quien enseguida hice amistad, salíamos los fines de semana, y en poco tiempo empezamos a follar. Eva no es especialmente guapa, bastante alta, delgada, muy morena de pelo, siempre muy corto, con raya a un lado y apenas flequillo, nariz recta un poco grande, boca también grande de labios finos grisáceos, y bajo las negras anchas cejas destacan sobremanera unos ojos azules oscuros verdaderamente bonitos. Su expresión es habitualmente seria, incluso cuando ríe o está alegre. Cuerpo excitante, está buena, aunque con piel demasiado blanca para mi gusto, con tetas pequeñas, de poco volumen, altas, triangulares, musculadas, duras, con pequeñas areolas circulares de un tono gris, en cuyo centro los pezones son finos y cortos, de un gris más oscuro, duros como el cristal cuando se le ponen duros. Ni gota de grasa en su flexible cuerpo, quizás demasiado delgada, con cintura alta, caderas anchas y nalgas alargadas, duras, separadas por una estrecha y apretada raja grisácea, formando en conjunto un culo llamativo, en el que su oscura apretada roseta gris es como una flor cerrada esperando abrirse por mi polla. Piernas largas, delgadas, muy bonitas, con muslos musculados que parecen proteger su sexo, casi oculto por una gran densa mata de vello púbico negro, rizado, enmarañado, que en ningún momento se arregla o rasura. No le gusta demasiado que le coma el coño, goza cuando le aspiro el clítoris, pero lo que de verdad le gusta es que la penetre por el chocho. Eva le puso a mi polla el nombre de sierpe, decía que las dos oscuras marcas que me quedaron en la piel tras los picotazos del gallo eran como dos ojos de serpiente, y que la extraña forma de la tranca era similar a la cabeza de una víbora. Bueno, a ella eso le da morbo sexual, por mí perfecto. Es una mujer caliente, le gusta el sexo, disfruta con él, y, desde luego, no se anda con remilgos. Las primeras veces que follamos no me he atrevido a intentar mojarla con mi meada. Creo que me va a importar mucho esta mujer, así que no quiero romper mi relación con ella porque sea otra que también me considere un guarro o un enfermo. Eva me obsequia con una inesperada sorpresa una mañana del final del verano en el frondoso jardín de la casa familiar, en un pequeño pueblín cercano a Fabero, de donde proviene su padre. Hemos ido los dos solos a pasar el fin de semana. Como hace un día caluroso de sol fuerte, estamos desnudos tumbados en unas hamacas, dándonos crema protectora, y poniéndonos cachondos mutuamente, así que poco a poco los besos son más duraderos, guarros y ensalivados, las caricias más atrevidas y Eva termina poniéndose encima de mí para introducirse la polla en el coño y cabalgarme de una de las maneras que más le gusta, al mismo tiempo que me pide que no pare de acariciar sus tetas mientras ella masajea su clítoris. Probablemente sea su postura favorita, su situación ideal para correrse. Me pega una follada tremenda, arriba y abajo, a derecha e izquierda, sin sacarla en ningún momento, con un ritmo alto, constante, apretando mi polla, todo ello aderezado de mutuos jadeos, grititos y respiraciones alteradas. No me sobresalta el grito largo, ronco, a media voz, que lanza Eva cuando le llega su orgasmo. Queda quieta, con la cabeza abatida sobre su jadeante pecho, intentando recuperar el resuello, mientras espera mi corrida —prefiere que no eyacule dentro de su vagina— que no llega a pesar de sus espasmos y las contracciones que noto en toda la polla. De repente, se levanta lo suficiente como para sacarse mi rabo, adelanta un poco su posición moviendo las rodillas y elevando el cuerpo, acercándose a mi pecho y, ante mi más absoluta sorpresa, empieza a orinar sobre mi torso. De manera copiosa, con un chorro grueso y constante, empapa mi pecho, mi cara y el cabello durante no menos de minuto y medio. La meada de Eva provoca que tenga sus ojos entrecerrados, da suaves gemidos de placer, de gusto, que reconozco como si fueran míos, al igual que la expresión de su rostro, representación de un momento de clímax, de cénit sexual, de placer sumo. Al terminar, se levanta, no dice nada, se queda mirándome azorada, quizás avergonzada. Me levanto de la hamaca, fijo mis ojos en los suyos y le pido, más bien le ordeno por el tono exigente que utilizo, que me dé gusto. Se pone en cuclillas, acaricia varias veces mi pene tieso y duro, y ante un gesto mío, se lo mete en la boca, empezando de inmediato una buena mamada. Está buscando mi corrida con verdadera dedicación, con ganas, utilizando una mano para menearme la tranca, otra para apretar suavemente los huevos, y dándome un recital de bien hacer con lengua, labios, dientes… qué bueno, qué corrida sentida y profunda. Descargo unos cuantos chorros de semen blanco y denso dentro de su boca, no los traga, los escupe, y cuando va a levantarse, pongo mi mano sobre su cabeza para impedírselo, sujeto la minga ya algo morcillona con la otra mano, y empiezo a orinar sobre su cabeza, con muchas ganas, durante un buen rato, con un chorro potente que intento dirigir hacia su cara y la boca en particular. ¡Qué maravilla, qué gozada! Cuando termino le doy la mano para que se levante, nos sentamos ambos en la hamaca empapada por su meada, nos miramos, reímos con ganas, sin hablarnos y nos besamos suavemente en los labios antes de salir corriendo camino de una ducha. Durante cerca de dos años mi vida sexual ha sido maravillosa. Yo soy bastante más adicto que Eva a la lluvia dorada, y tras todas mis corridas obtengo un plus de placer gracias a su aceptación de mi orina. Igualmente, siempre que ella lo quiere puede descargar sus meadas sobre mí, aunque no lo hace tan a menudo como yo. ¿Lo bueno se tiene que acabar? Eso parece. Eva obtiene una beca bien dotada económicamente en una universidad estadounidense para realizar un doctorado, así que nos separamos pocos días después de que yo haya terminado mis estudios. Durante unos meses mantenemos contacto vía internet, pero cuando me confiesa que cree que se ha enamorado y que la ofrecen un contrato de larga duración… Suerte Eva, la mereces. Ángela es la mejor amiga de Eva en León. Nos conocemos, alguna vez hemos salido a tomar copas o al cine en grupo, simpatizamos mutuamente, y, tras la marcha de nuestra amiga común, parece que nos unimos más, hablamos a menudo, quedamos de vez en cuando, hasta que el sexo hace su aparición algún tiempo después. Es ella quien toma la iniciativa una desapacible noche invernal que no anima a salir a la calle: me comentó Eva varias veces que tienes una polla grande y un poco rara. Me gustaría verla y, bueno... Claro, por supuesto. Si da paso a follar, cojonudo, me está haciendo mucha falta, llevo una racha en secano total. Vamos andando a su cercano piso. Tras aburrirse de estudiar Económicas en su Vigo natal, Ángela —Angie para los amigos— se cansó de trabajar en la cafetería de sus padres, se hizo enfermera y aprobó una oposición sacando plaza en el Hospital general de León, en donde trabaja en Urgencias, con turnos y horarios que le permiten, cada poco tiempo, estar varios días seguidos sin trabajar, como sucede este largo fin de semana en el que hay puente porque el martes es fiesta. Una copa, charla insustancial, risas, en el ambiente flotando el sexo y poco más. Un beso suave, otro más serio y otro más excitante, largo, ensalivado, guarro, es el preámbulo para desnudarnos con prisas, cada uno por separado, sin dejar de mirarnos, sonriendo y ambos expectantes. Angie me parece guapa. Muy alta, delgada, pero ancha y fuerte, su cabello rubio natural lo lleva casi siempre corto, apenas hasta el final del cuello, peinado hacia atrás o con raya en el medio. En ocasiones se tiñe de rojo caoba más bien claro, le va muy bien a su cutis siempre levemente tostado —su color natural de piel— a sus grandes ojos de color indefinido —son azules, pero también grises y verdosos, según le dé la luz— y a los labios gruesos levemente rojizos. Tiene muy marcados los pómulos y mandíbulas y quizás algo ancha la nariz, no es un bellezón, pero resulta guapa, no sé si de manera extraña, pero muy atractiva. Aposta no me quito el slip que llevo —siempre rojos o negros, pequeños, tipo braga— para ver qué hace. No me decepciona. Sonriendo se acerca, completamente desnuda, mirando fijamente mi paquete y la polla, ya con una erección presentable, que transparenta la suave tela del slip. Se arrodilla ante mí y con las dos manos casi me arranca la prenda, se ríe, me mira a la cara, de nuevo a la polla, y dice: qué cabrón, lo que tienes ahí. Joder, tío, sí que es rara. Lleva ya como tres minutos lamiendo y chupando todo el largo de mi rabo, haciendo como que mordisquea la parte más ancha de la tranca, deteniéndose un poco más en el glande, acariciando mis huevos, tocándome el culo, lanzando alguna que otra suave exclamación de contento y excitación, sonriendo todo el rato. Le obligo a levantarse porque quiero mirarla en detalle. Sus fuertes redondos hombros dan lugar enseguida a un par de tetas grandes, altas, separadas, elásticas, picudas, puntiagudas, apuntando cada una a un lado, con pezones cortos y gruesos, rojizos, sin apenas areolas, que están difuminadas, sin forma definida. Joder, ¡qué tetas! Me había fijado más de una vez en ellas e incluso Eva bromeaba conmigo acerca del mostrador de su amiga, pero en vivo y en directo… son magníficas, fabulosas. El estómago levemente musculado de Angie luce un gran ombligo achinado, e inmediatamente se hace patente el pubis, con poco vello, rubio como su cabello, largo y no demasiado rizado, que en ningún caso oculta el sexo de labios rojizos grandes y abultados, brillantes porque ya parece estar muy excitada. La zona del clítoris me parece grande —después podré comprobar que en erección es muy ancho y de más de dos centímetros de largo fuera del capuchón— muy llamativa. Los fuertes muslos se sujetan en piernas largas, finas, perfectamente dibujadas. Otra sorpresa agradable es la espalda recta, musculada, con forma de triángulo invertido, que acaba en un pequeño metido en la cintura, en donde las redondas caderas cobijan unas anchas y alargadas nalgas que conforman un culo alto, grande, como si fuera una perfecta manzana, verdaderamente excitante, con una raja apretada que se adivina rojiza, al igual que la gran arrugada roseta del ano. Es una mujer de una vez, que, desde luego, desnuda gana mucho, evidenciando lo buena que está. Sentados en un sofá no paramos de besarnos, de meternos mano. Yo me estoy poniendo ciego con esas tetas cojonudas que me ponen a mil por hora. Angie no suelta mi polla ni un momento, acaricia los huevos y toma la iniciativa de levantarse y conducirme a la cama, en donde de manera sexy se pone a cuatro patas, luciendo el culo y dejando ver su chocho desde atrás. —Métela en el coño un rato, y luego, lo que quieras Me pongo detrás de ella, poso la mano izquierda sobre la cintura y la nalga, guío con la mano derecha la polla hacia la entrada de ese coño que se me ofrece brillante, muy mojado. Ahí va, de un único empujón, con un golpe de riñones lento pero constante, hasta que la tengo dentro entera. Cómo me gusta, qué bueno es meterla en caliente, que sensación más excitante es notar la polla dentro de este chocho suave y acogedor. Poco a poco he empezado a moverme adelante y atrás, acompañado por el movimiento de Angie y notando el roce de las paredes vaginales en toda mi tranca, aumentando el ritmo de la follada animado por las expresiones de excitación de la mujer y la respiración agitada, quizás ansiosa, que ya tenemos los dos. Llevamos bastantes minutos follando de manera rápida, constante, exigente. Agarrado con las dos manos a sus caderas no paro de empujar intentando llegar cada vez más dentro, aunque mi excitación hace que cada vez le dé menos recorrido a la polla. Estamos echando un polvo de puta madre, de manera que el entrechocar de los muslos, los golpes secos de ambos sexos y los ruidos acuosos provocados por la gran cantidad de líquidos sexuales de Angie son el fondo sonoro que acompaña a los gemidos constantes que emite en voz baja. —Sigue, sigue, no pares. Me corro, sí, sí, sí… Su orgasmo dura muchos, muchos segundos, en los que mantiene los ojos cerrados, el cuerpo tenso, tieso como una tabla de planchar, y un grito continuo, en voz baja, con los mismos altibajos de nivel que tienen los achuchones incontrolados que su vagina le da a mi polla. Cuando me pide que se la saque lo hago dudando de si no me voy a correr, aunque logro aguantar, enfriarme lo suficiente como para retardar mi corrida. Durante unos instantes me alegro ya que creo que ha orinado, aunque en realidad es que Ángela parece una fuente de líquidos vaginales que emite sin control según tiene su orgasmo. Lo más parecido a una meada que he conocido nunca. Los cuatro o cinco minutos durante los que Angie se recupera tras su corrida son una tortura para mí, porque estoy deseando correrme, pero con ella, que me dé gusto. No quiere hacerme una paja ni por asomo. —La leche, Miguel, hacía mucho tiempo que no me corría solo con la polla, sin tocarme el clítoris Un suave beso en mis labios, una de sus manos en el culo y la otra en el pene, acariciando con suavidad, sonriéndome, punteando con la lengua el lóbulo de una de mis orejas, soplando suavemente al mismo tiempo… Tengo una erección cojonuda y me siento deseoso de obtener mi orgasmo, pero al mismo tiempo me noto fuerte, capaz de aguantar, de hacer cualquier cosa que me pida. —¿Qué te apetece ahora?, tú mandas, quiero darte gusto No digo nada, simplemente llevo mi mano a su culo, dos, tres caricias, y una leve insinuación de uno de mis dedos empujando en la entrada del ano. Mensaje comprendido. Ha habido bastantes mujeres que se han asustado cuando he intentado darles por el culo. Ven mi polla e instintivamente piensan que les va a doler, que es demasiado gruesa como para que se la meta en el culo, así que dicen no, por ahí, no. Angélica se vuelve a poner a cuatro patas sobre la cama, con las rodillas muy cerca del borde del colchón, agacha el torso y termina apoyando la cabeza en la sábana —y también sus espléndidas tetas— levantando el culo. Antes, ha sacado de uno de los cajones de la mesilla un conocido líquido lubricante, así que me embadurno la polla con él y, bien pringado, meto el dedo medio varias veces en su culo, adelante y atrás, a derecha e izquierda, en círculos. Ningún problema, ninguna queja, ninguna duda. En un primer momento resbala mi capullo al intentar penetrar la rojiza roseta, pero al segundo o tercer intento se abren sin problemas los esfínteres, y empujando sin prisas, pero sin parar, de manera constante, la polla entra con bastante facilidad, como un cuchillo en la mantequilla. Qué bueno es. Llevo unos minutos follando de manera suave, tranquila, con un buen recorrido adelante y atrás de la polla, que la noto muy tiesa y dura, arropada, envuelta, apretada, perfectamente cómoda dentro de este culo cojonudo. Me gusta, vaya si me gusta. Y también a Angie, que ha comenzado de nuevo a gemir suavemente, a mostrar síntomas de excitación, a tocarse su gran clítoris y a hablar en voz queda, como si fuera solo para ella: cómo me gusta, cómo me pones, cabrón. No puedo aguantar más, bien agarrado a las caderas le estoy dando ya un metisaca rápido, profundo, quedando totalmente obnubilado por los sonidos del golpeteo del pubis contra las nalgas de Angie, por los mutuos jadeos, la respiración alterada, por el martilleo de la sangre en mis oídos... Ahí voy, joder, qué bueno, qué gusto, qué corrida más profunda y sentida. Según le estoy sacando la polla del culo, Ángela se corre, de nuevo queda muy tensa durante muchos segundos, soltando toda una lluvia de jugos sexuales, que no será una meada, pero lo parece. Desde luego la mía sí que lo es. Qué gusto me da, que sensación de pleno placer. El cabello, la espalda, el culo… la riego a modo. Desde este primer día se la meto en el culo habitualmente, a los dos nos gusta el sexo anal, y Angie se excita especialmente, llegando a correrse sin demasiado esfuerzo. ¿La lluvia dorada? Bueno, ahí está el asunto, no lo hemos hablado salvo en clave de humor, pero sigo gozando fabulosamente con el plus que me proporciona orinar sobre Ángela tras mi eyaculación. Eso sí, hemos comprado varias sábanas impermeables para su cama y para la mía. ¿Por qué sigo en León una vez terminados mis estudios ya hace más de un año? Ángela es una buena razón, por supuesto, pero es que como proyecto final de carrera he diseñado —y patentado— un sistema de aireación del terreno, de los sustratos de bosques de árboles para explotación maderera, que permite un mayor rendimiento, gran ahorro de agua y recuperación mucho más rápida, además del correspondiente algoritmo principal del programa de control. Tras presentarlo en una convención celebrada en Oporto y otra en Toulouse, me lo han comprado una empresa canadiense, otra china, una sueca, una congoleña y una rusa. Me he hecho millonario, joder, y todavía no he cumplido treinta años. He tenido que ir a Madrid de manera rápida, urgente. El tío Samuel sufrió un infarto trabajando en la granja, le trasladaron al hospital provincial, después a Madrid, pero ha fallecido. Daniela no se lo piensa demasiado, dos meses después acepta una de las ofertas recibidas por la granja —mi padre es abogado y es quien cierra el trato— compra un bonito chalet con una gran parcela de terreno y arbolado en un pueblo muy cercano a Segovia, y allí se muda con sus dos perros y un jaulón con media docena de canarios cantores. Le ayudo en todo lo que puedo durante las tres semanas que dura su mudanza, y ya instalada, una noche ante el fuego de chimenea, tomando una copa, me pregunta por mi vida sexual, por mi gusto por la orina. Le cuento lo que ya sabe, porque siempre hemos estado en contacto, fundamentalmente por correo electrónico los últimos años, le hablo de Ángela, de quién no sabe nada aún, y no puedo dejar de preguntarle, de intentar saber por qué me masturbaba y me permitía orinarle encima. Sí, de acuerdo, sé que siempre me ha querido como a un hijo y ha estado dispuesta a darme cualquier cosa, y es lo que me dice, pero ya en la segunda copa, y después de reírnos a carcajadas recordando el incidente de los picotazos del gallo, me confiesa que… además, me gustaba, mucho, me excitaba sentir sobre mí tu semen y el chorro de la meada. Cuando te echaba de mi lado era porque me iba a masturbar bajo la ducha. Me he puesto cachondo, llevo como un mes sin tener sexo con Angie. Daniela se da cuenta, sonríe como siempre, se acerca, queda arrodillada delante del sillón en el que estoy sentado y echa mano a mi paquete por fuera del pantalón. Intento acercar mi mano hacia su sexo o sus tetas, pero no me deja de ninguna manera, me desabrocha el cinturón, y libera mi polla tiesa y dura —la verdad es que a mí nunca me ha parecido fea— y al igual que hace años masajea suavemente mi tranca durante un par de minutos, pasando inmediatamente a masturbarme con el movimiento habitual de arriba y abajo. Duro poco, eyaculo una gran cantidad de chorros de semen muy denso y blanco que impactan sobre la cara y el pecho de Nela, quien con los ojos cerrados queda expectante, hasta que poco después sale el chorro de mi orina y es ella misma quien con su mano sujeta mi rabo para dirigirlo hacia su rostro. Joder, qué gozada. Cuando termino, se levanta rápidamente en dirección a uno de los cuartos de baño. Tardo un rato en oír correr el agua de la ducha. Vuelvo a León y a Ángela, la echo de menos —esas tetas y ese culo me ponen a mil— y quiere que estemos juntos para celebrar mi trigésimo cumpleaños. Prepara en su piso una fiesta especial para dos personas, en la que ella es el regalo principal. Perfecto. Hace año y medio compré la finca colindante a la de la tía Nela, modernicé y arreglé por completo la gran casa que en ella hay y es mi intención mudarme a vivir en allí de manera permanente. Ángela ha solicitado el traslado a un hospital segoviano y es cuestión de semanas que se vaya a trabajar y vivir allí. Le he propuesto matrimonio, me ha dicho que sí, pero sin prisas, que así estamos bien. Ya se conocen Nela y Angie, han conectado bastante bien y se puede decir que están camino de hacerse amigas. No le he engañado en ningún momento a Ángela, sabe las historietas del asunto de las gallinas y que no me importaría volver a tener algún episodio sexual con Daniela. Ahí queda el asunto, tampoco hay que solucionarlo todo en el momento. Lo que llegue, llegará.


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