🔥Relato Erótico de Infidelidad: Las perversiones de Penélope 1 parte ❌Sin Censura❌

¡PRUEBA LA NUEVA WEB: EROTISMOSINTABÚ!


VER CONTENIDO PROHIBIDO



Fecha: 2019-08-22


Las perversiones de Penélope 1 parte


Autor: JOS LIRA

Categoría: Infidelidad

Las perversiones de Penélope ¿Hasta dónde pueden llegar las perversiones de una mujer infiel que solo gusta del placer, el sexo y el dinero? Penélope, una putita cachonda, tiene la respuesta. —Sí… sí, enti-endo, pero tienes que estar tranquilooo —le dije a Andrés, mi marido, por el móvil, mientras las piernas y los muslos me temblaban como terremoto. Y es que nunca es fácil mantener una conversación telefónica mientras tienes la lengua ensalivada de tu amante pegada en los pliegues de tu coño, chupándola con la ferocidad de un hábil demonio, proveyéndote una sensación inmisericorde—; t-u abue-la es… un-a mu-jer fuer-te, esta-rá bien. En medio de la chupada que me daban cubrí la bocina de mi móvil justo cuando me fue inevitable emitir un prolongado gemido digno de una actriz porno tras explotar en el primer orgasmo de la tarde, salpicando de líquidos vaginales a mi querido amante. —¿Estás bien, Penélope? —le escuché preguntar a la voz mortificada de mi marido que, al igual que yo, también gemía, aunque por diferente motivo que el mío. Él lo hacía por tristeza y preocupación, pues la odiosa de su abuela paterna había sufrido un infarto que la tenía en terapia intensiva en el hospital. En cambio yo gemía porque acababa de tener un orgasmo, teniendo las piernas abiertas en forma de “V” con los tacones de ajuga apuntando al cielo, con una tanga negra colgando del tacón derecho y la cabeza de Joan Carlo, su hermano dos años menor que él, clavada en mi mojada concha, haciéndome remecer cada vez que su lengua y su vello facial hacían contacto con mi hinchada vulva—. Te escucho algo… agitada, Penny, ¿qué te ocurre cielo? Puesto que tenía el teléfono en altavoz, Carlo no pudo evitar sofocar una carcajada dentro de mi vagina al escuchar a su hermano mayor cuestionándome por el motivo de mi voz temblorosa y mis extraños jadeos. Intenté en vano que sacara su cabeza de mi concha, pero fue inútil, él era demasiado travieso y perverso cuando se trataba de fornicar. Me dije que si no era más habilidosa me metería en serios problemas. A Carlo le encantaba el sexo extremo, arriesgado, sucio, fuerte, cachondo, sobre todo follar al filo de la adrenalina, y aunque no era la primera vez que follábamos como perros en celo con mi marido al teléfono, o estando él en casa, o a veces incluso en la misma habitación (cuando le ponía somníferos para que se durmiera), pues éramos amantes desde que yo era novia de su Andrés, sí que era la primera vez que lo hacíamos estando Andrés en un hospital, a la expectativa de la muerte de la vieja. Respiré hondo y le respondí, intentando controlarme: —Es que ya sabes cómo soy de emocional, Andrés, y me ha-n dado ganas de llorar por la noticia del infarto de tu abuela —los pliegues de mi vagina estaban siendo absorbidos por la boca de Carlo para luego soltarlos; los aspiraba y luego los soltaba, produciéndome un cosquilleo infernal. —Y no sabes lo que estoy intentando hacerme la fuerte… estoy tan… tristeeeee, Ahhh —En ese momento la lengua de Carlo masajeaba mi clítoris con maravillosa destreza. Se hubo un silencio del otro lado de la bocina, mientras Carlo estiraba uno de sus brazos para amasarme una de mis redondas y enormes tetas escondidas por arriba de mi blusa rosada. La estrujaba con tanta fuerza que estuve a punto de lanzar otro gemido. —Mi amor —me dijo Andrés—. Sé que mi abuela no te ha tratado bien desde que nos casamos, hace diez años, y sin embargo ahora también te muestras afectada. Eso habla de que tu corazón arde de compasión. —Y también arde tu chocho —le oí susurrar a Carlo entre mis piernas, sin que Andrés fuera capaz de escucharlo. En medio de las chupadas a mi clítoris, puse el móvil sobre la curva de mi seno libre, que gracias a su enormidad el teléfono se pudo sostener, con el propósito de coger de los pelos a mi perverso cuñado para enterrarlo con mas fuerza en el interior de mi pucha caliente, pues sentía una picazón tan intensa que me era inevitable no dejar de chorrear y sentir su lengua y su barba dentro. —Mi amor, necesito que me hagas un favor —me dijo de pronto mi marido. —Síii, siiii… —dije cuando los gruesos dedos de Joan Carlo comenzaron a hacer lo suyo, y se enterraron lentamente dentro de mi coñito mojado. —¿Todavía estás en casa de Lucía? —quiso saber, preguntándome por mi amigo transexual que se hacía llamar Lucía, con el que se suponía que estaba en ese momento. —Oh… sí… síiiii —Cuando Joan Carlo sacó sus dedos empapados de mi vagina abrí la boca, saqué la lengua, y con un gesto de deseo y hambre le pedí que me los diera a chupar. Al meterlos en mi boca pude saborear mis propios flujos vaginales, lo que me puso más cachonda que antes, en tanto el rostro de mi cuñado era de verdadera fruición. —Muy bien, corazón —continuó Andrés por la bocina—; entonces quiero pensar que te queda de paso el apartamento de Joan Carlo —me dijo, y al pronunciar el nombre de mi amante, que me tenía con las piernas abiertas y chorreando de gozo, el corazón se me agitó—: pues vive por la misma avenida. Necesito que vayas y lo busques para informarle lo que ha pasado con la abuela Conchi. Le he estado llamando y llamando al muy cabrón y como es costumbre el muy idiota nada que me recibe la llamada. Joan Carlo levantó las cejas al escuchar a su hermano, sacó los dedos de su boca y los metió a la suya, para impregnarlos de saliva y volverlos a encajar dentro de mi coño. —Estará ocupado… —le dije hiperventilando, sintiendo un calor bastante intenso entre mis piernas. —No me hagas reír —se carcajeó Andrés con amargura, mientras Carlo reiniciaba el vaivén con sus dedos, logrando escucharse un chapoteo que me terminó por excitar—. Ese cabrón desobligado no sirve mas que para darle mortificaciones a papá y a la abuela. Cree que con su vida bohemia de mierda que lleva se va a forjar un futuro, pero está equivocado. Joan Carlo se levantó del suelo, se bajó la cremallera, y sin quitarse el pantalón hizo saltar un enorme trozo de carne que estaba más hinchado que mi corazón inflamado por el placer. El glande rozado brillaba sobre las venas del tronco, y con una sonrisa malvada se volvió a inclinar sobre mí y lo puso en los pliegues externos de mi vagina. —No puedes sacar tu frustración de este momento por lo de tu abuela diciendo esas cosas tan horribles de Carlo —defendí a mi amante, mordiéndome los labios por el deseo de saberlo casi listo para meterme su hermosa polla—, sea lo que sea es tu hermano. Tienes que ser más considerado. —¡No puedo tener consideración con alguien que a sus treinta y cinco años aún vive a costa de mi padre y la abuela —contestó mi marido furioso, al tiempo que la puntita del enorme glande en forma de hongo comenzaba a desaparecer dentro de mí— que le pasan una buena pasta cada mes! Joan es un vago sin oficio ni beneficio. No pensarás que vendiendo sus horrorosas pinturas en las galerías se mantiene, ¿verdad? —¡Ahhh! —grité cuando me la dejó ir adentro toda; por fortuna tuve la suerte de cubrir la bocina del teléfono justo cuando la verga de mi cuñado invadió mis entrañas—. Cielo, cielo… iré… te juro que iré con Joan Carlo y le diré lo de tu abuelaaaa. Andrés y Joan Carlo Rivadavia, aunque eran hermanos, tenían una rivalidad producida por las diferencias filiales que siempre tuvo la familia de su padre, que eran reconocidos y acaudalados; Joan Carlo siempre fue un cero a la izquierda para la familia, a quien siempre subestimaron por su rebeldía y desenfado, a diferencia del siempre correcto y moral Andrés. Joan Carlo era para todos “el artistilla”, el “remedo de Diego Rivera o Piccaso”, el pobre vago bohemio sirve para nada que jamás habría podido estar al frente de los negocios de los Rivadavia. El que prefirió estudiar historia del arte antes que abogacía, o una carrera destinada a los negocios. Todo el mundo lo criticaba y lo comparaba todo el tiempo con su hermano mayor, el bien portado, el bien decente; el ejemplo de los Rivadavia; Andrés. Yo fui la única persona en ese entorno familiar que descubrió el talento en la pintura de Carlo, sus sueños, sus anhelos, sus aspiraciones, su apreciación tan desenfadada de la vida; sus preciosos murales. También encontré ese maravilloso talento para follarme como un animal salvaje al tercer día de conocerlo, justo después de que Andrés me presentara a su familia como su novia, años atrás. Descubrí en Joan Carlo su pasión, su cachondería, sus mágicas manos al acariciarme y su enorme trozo de carne que se hinchaba cada vez que me lo llevaba a la boca. Todo el mundo veía sus defectos, hasta que yo encontré sus virtudes. Aunque eran hermanos, Joan Carlo era más alto y atlético que el flacucho de mi marido. En otro momento les contaré cómo fue que inició nuestra perversa relación, y cómo nos hicimos amantes. Porque sí, nos amábamos con locura, tanto así que habíamos concebido un hijo, Carlitos, cuyo nombre se lo pusimos en honor a él, sin que Andrés sospechara. —Te lo agradeceré, cielo —me dijo Andrés—. Dile al cabrón zángano que si en algo respeta a nuestra familia se presente en el hospital cuanto antes. Y dicho esto me mandó y beso y me colgó. Para entonces Joan Carlo me penetraba de forma descontrolada, arqueado sobre mí, con su lengua y la mía jugueteando y llenándonos de saliva, con el sudor adhiriéndose a nuestra piel, y nuestros gemidos perdiéndose entre el golpeteo de sus huevos contra mi culo. No supe cuanto tiempo había pasado cuando el teléfono de Joan Carlo volvió a timbrar. Estaba segura que era mi marido en un nuevo intento por contactarlo; supe las intenciones de mi querido cuñado cuando me sonrió con malicia y estiró su brazo al buró para alcanzar el teléfono y responder quitado de la pena, manteniéndome aún penetrada. —¿Andrés? ¿Qué quieres? —le dijo mi amante a mi marido, con un tono agitado en su voz. —¿Dónde mierdas estás, Joan Carlo? —escuché que le decía Andrés sumamente enfadado. —¿Y a ti qué te importa? —¡Te estoy intentando contactar desde hace más de tres horas y tú nada que me contestas ni me regresas la llamada, Joan Carlo! ¡Me da cólera que teniendo celular no me respondas! —¡He estado ocupado haciendo cosas importantes! —respondió mi cuñado arreciando las envestidas contra mi coño. —¿Y qué es eso tan importante que has estado haciendo, estúpido irresponsable? —le preguntó mi marido a Joan Carlo. —¡Fallándome a una puta! —contestó mi amante con cinismo, sacándome las tetas de la blusa para amasarlas con sus manos libres— ¿Te parece poco? —¡¿Qué?! —se sorprendió Andrés. —Si vieras las enormes tetas que tiene esta perra seguro que se te pararía el pito por una vez en tu puta vida, Andrés. —¿Es en serio lo que me estás diciendo, pedazo de mierda? —¡Completamente en serio, Andresito! A diferencia de ti, yo sí disfruto de la vida, y para prueba esto —dijo, tomándome una foto de su enorme trozo venudo clavado a la mitad de mi húmedo y pegajoso coño—. Recibe el whassap, hermanito, estoy clavando una puchita depilada, mojadita, apretadita, con un lunar en la punta de su vulva. La muy perra tiene un marido tan gilipollas como tú, con unos cuernos tan grandes que para lo único que le sirven a su putita es para masturbarse con ellos. Andrés era tan soso en la cama que ni siquiera sabía que yo tenía un lunar en la punta de mi vulva. —¡Basta de tu mierdería barata, Joan Carlo, me importa una mierda a quien te estés cogiendo justo ahora, lo que yo quiero decirte es que…! —Si supieras cómo se muerde sus gruesos y carnosos labios de putita que tiene seguro te meas; si vieras esos ojitos en blanco mientras disfruta cómo se la meto mientras con mi mano libre masajeo una de sus deliciosas tetas con su inmensa aureola oscura y su pezón puntiagudo y erecto; ¿quieres escuchar como gime esta putita? Vamos, mi amor —me dijo mi cuñado—. Enséñale a mi hermano cómo gimen las putas como tú; anda, andaaaa. Y con ayuda de un cambio en el color de voz comencé a gemir como una actriz porno; gemía y aullaba al compás de las envestidas que mi potro me concedía. De un momento a otro Carlo me giró con violencia y me puso en cuatro en el borde del sillón, tras lo cual me encajó su enorme verga sin misericordia, lo que me sacó nuevos chillidos de placer, al tiempo que me nalgueaba con furia. —¡Ahhhh, síiii, síiiii, máaas, máaas! —gritaba yo con placer. Cabe destacar que mi marido jamás habría descubierto que la dueña de esos prosaicos y libidinosos gritos de gata en celo era yo, porque jamás me había provocado un grito de placer, salvo por uno que otro jadeo que a veces tenía que fingir. —¿Sabes qué? —gritó Andrés en el móvil—. ¡Vete a la puta mierda! Y colgó, justo cuando Joan Carlo explotó dentro de mí, escupiéndome su esperma hasta mis entrañas. —¡Ufff, cuánta leche siendo dentro, papi! —le grité a mi amante cuando me aseguré que había apagado el teléfono—. Me la escupiste tan fuerte que sentí que de la vagina me saldría por la garganta. Joan Carlo soltó en carcajadas mientras me giraba de nuevo y se tumbaba junto a mí, para comerme la boca con intensos besos que por poco me roban el aliento. Justo en ese momento recibí una nueva llamada de Andrés, la cual me apresuré a responder; —¿Cielo? —dije, mientras chupaba los restos de semen de la polla de mi cuñado, arrodillándome sobre la alfombra—. ¿Ya se murió tu abuela? —pregunté casi en automático. —¿Cómo…? —se sorprendió Andrés ante mis frívolas palabras. Carlo reprimió una carcajada tapándose la boca. —Quiero decir que ojalá y no haya muerto tu abuela aún… sería tan trágico. —No, no mi cielo, claro que no. Sigue en terapia intensiva. Más bien te hablaba de nuevo para que abortes el favor que te había pedido. No quiero que vayas al apartamento de aquél cabrón de mierda; ya he hablado con él y la verdad es que no quiero que al ir te encuentres con una escena tan impropia de él. —¿Qué escena? —pregunté, con mi boca llena de los restos de semen de mi cuñado. —Nada, nada. —¿Estás seguro? Casi voy llegando a su apartamento. —Mentí, pues la verdad es que ya estaba dentro, con las tetas de fuera, con chorros de semen escurriéndome entre las piernas y con la polla de su hermano en mis labios. —No, no, por favor. Date la vuelta y sal de ahí —insistió él. —Está bien, como quieras. ¿En qué hospital está tu abuela? —En el hospital de Santa Teresa —me confirmó, mientras yo sacudía los últimos restos de mecos. —Muy bien, te alcanzo en una hora, corazón —le prometí. —No, no, prefiero que vayas por Carlitos —se refería a nuestro hijo, o más bien al hijo que pensaba que era suyo cuando en realidad era de su hermano—, que ya está a punto de salir de su clase de natación. Y por favor, no le digas nada de su abuela aún. La quiere mucho y sería una impresión muy fuerte. Quiero contárselo yo mismo. —Como desees, mi amor. Cualquier cosa me avisas, cielo, te amo. —Yo te amo más —me respondió mandándome un beso —¿Y bien? ¿Quieres ir con la vieja? —le pregunté a Joan Carlo diez minutos más tarde, cuando nos enjuagamos y nos volvimos a vestir. —No, gatita —me dijo Carlo tomándome de la cintura. Pfff, cómo me fascinaba su estatura. Ni siquiera con mis altos tacones podía alcanzar su pecho—. Primero vamos por nuestro hijo, como te mandó el cornudo. Después ya veremos que hacer. —¿Crees que la vieja despierte? —quise saber intrigada. —No tengas miedo, y tampoco te sientas culpable —me dijo, acariciándome los labios que recién acababa de pintar con barniz rojo, que contrastaba violentamente con mi piel blanca y el pelo tan negro como mi alma—. Yo no me siento culpable. De hecho nadie tendría por qué culparnos. Después de todo su corazón ya estaba viejo, y no era la primera vez que se infartaba. Por eso dijeron hace dos meses que tenía que tener tranquilidad y no permitir que tuviera sobresaltos. Nosotros lo único que hicimos fue follar junto a ella hasta que se infartó. Nadie nos vio salir de su casa; así que tampoco es como si nos fueran a culpar por una enfermedad natural. Tuviste una idea siniestra cuando planeaste esto, mi gatita malvada. —Te digo que la escuché diciendo que te iba a desheredar, Carlo —le dije con rencor—. Y yo no podía permitirlo. Si al final me quedo contigo, no quiero padecer hambre. Esa mujer no te quiere, y a mí menos. Siempre supo que era una mala influencia para tu hermano, su nieto favorito. Así que si ella no tuvo compasión de nosotros, tampoco nosotros tenemos que tener compasión con ella. El problema estará si la muy ladina despierta y le cuenta a todos lo que vio. ¿Te imaginas? Nuestra infidelidad quedaría al descubierto. Joan Carlo se terminó de poner loción en el cuello y respondió: —Te prometo que no sucederá, Penélope; pasó mucho tiempo desde que la descubrieron inconsciente y la llevaron al hospital. Mi abuela ya tiene muchos años y solo está robando oxigeno. —Bueno, entonces vámonos de aquí. Son las seis de la tarde y Carlitos sale hasta las siete; creo que nos queda tiempo para pasar a una boutique. —¿Quieres ir a una boutique ahora, gatita? —me preguntó dándome una nalgada. —Necesito comprar un vestido negro para el velorio de la vieja en caso de que no pase la noche: ahora que me he vuelto a operar las tetas... Ya no me cierran los vestidos del busto. Una mujer prevenida vale por dos. Además me gustaría comprar otras medias negras y un nuevo ligero; siempre que follamos me los terminas rompiendo. ¿Nos vamos, cuñadito? —Pues nos vamos —me dijo—, pero antes quiero chuparte el culo. ________________________________ Continuará.


¡PRUEBA LA NUEVA WEB: EROTISMOSINTABÚ!


¿Qué te parece el relato?