🔥Relato Erótico de Sexo con Maduras: La hija de mi amigo ❌Sin Censura❌

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Fecha: 2019-08-16


La hija de mi amigo


Autor: acalorado

Categoría: Sexo con Maduras

LA HIJA DE MI AMIGO De cómo me sedujo la hija de mi amigo. Hace ya tiempo que no escribo ningún relato y supongo que es porque me cuesta imaginar una historia para después plasmarla en un folio en blanco. Lo que voy a contar es completamente verídico y esa es la razón de que no me suponga esfuerzo alguno hacerlo. Me llamo Héctor, tengo 52 años, estoy soltero y vivo solo en un apartamento de la playa de San Juan, en Alicante. Tengo un trabajo que no está mal y que me consiguió mi cuñada, quien me utilizó como un mero objeto sexual hasta que se cansó de mí (ver los 2 relatos "Le hice un favor a mi cuñada 1 y 2"). Un día, después del trabajo, Manolo, un compañero de la empresa con el que había trabado cierta amistad, me invitó a tomar unas cervezas. En principio todo parecía indicar que era para relajarnos y reírnos un poco, pero a los pocos minutos el tono de la conversación cambió por completo. Héctor, quería hablar contigo porque tengo un problema. Si te puedo ayudar en algo, cuenta conmigo, pero me tendrás que decir primero qué te ocurre. Verás, se trata de mi hija, de Anabel. Su marido la ha dejado por otra. ¡El muy cabrón! La pobre está hecha polvo y se pasa el día llorando. Y encima él se ha quedado con el piso y ella ha vuelto a vivir con nosotros cuando ya estaba haciendo su vida y nosotros la nuestra. Chico, lo siento. Ya me hago cargo de que la pobre lo estará pasando mal, pero no veo en qué puedo serte útil. Me imagino que Laura y tú le habréis dado todo el cariño del mundo. No encuentra consuelo. La cuestión está en que Laura y yo cumplimos veinticinco años de casados, son nuestras bodas de plata y tengo pagado un crucero con el que quería celebrar este aniversario, y ahora, calcula qué fastidio. Me sabe mal por mi hija, pero no puedo dejar sin aniversario a mi mujer. Pues sí que es un problema, sí -respondí yo-, pero no sé qué quieres que haga. Anabel te conoce. Para ella eres como de la familia. Algo así como un tío. ¿Podrías venirte a vivir a mi casa mientras estemos fuera? Serían solo un par de semanas. Es para poder irme tranquilo. Si no lo creyera absolutamente necesario no te lo pediría. Valoré la situación y la verdad es que, aunque era un atraco a mano armada, lo que me pedía tampoco estaba tan mal. Yo acababa de comenzar mis vacaciones y el plan que tenía era continuar con mi vida de siempre, con la excepción de que no tendría que ir a trabajar, ya que mi economía no me permitía demasiadas alegrías. Sin embargo, Manolo disponía de un magnífico chalet con piscina, que estaba vallado para que no se pudiera ver nada desde el exterior y gozar de privacidad. Él correría con todos los gastos y yo solo tenía que encargarme de que Anabel estuviera lo mejor posible. Como es lógico, acepté. Manolo me dio las gracias abrazándome de manera efusiva y me dijo que no sabía cómo agradecérmelo. Llegó el día y me trasladé al chalet, dispuesto a pasar 15 días con la hija de mi amigo. Sus padres partieron de viaje y allí nos quedamos los dos, mirándonos, un poco sin saber qué hacer. Anabel era una chica alta, con buenas tetas y buen culo y aunque no se la podía calificar de excesivamente guapa sino más bien normal, sí que resultaba muy atractiva en conjunto. Durante la despedida se había mostrado muy triste, pero una vez se hubieron marchado sus padres, pareció animarse un poco. Bueno, Héctor. Supongo que mi padre te ha pedido que cuides de mí ¿no? La verdad es que estaba preocupado y así se marcha más tranquilo. Si necesitas algo de mí o tienes ganas de hablar... bueno, tenemos mucho tiempo. Aquí podemos estar muy a gusto, a menos que quieras salir por ahí a divertirte, claro. No. Quiero quedarme en casa. No tengo ganas de ver gente. No quiero ver a nadie. Pues entonces vamos a pasar unos días muy buenos. Ya verás -dije para animarla-. Anabel, a sus 22 años, era una mujer de esas a las que no puedes evitar mirar de buenas que están. Esa misma mañana fuimos a la piscina a nadar y refrescarnos un poco, ya que el intenso calor de julio era sofocante. El bikini con el que se presentó no podía ser más provocador. El sostén apenas le tapaba los pezones y las areolas, dejando sus tetas de frente y de lado al descubierto de manera más que evidente y sin que fuese necesario recurrir a la imaginación para hacerse una idea exacta de la forma y tamaño de sus pechos. La parte de abajo consistía tan solo en un tanga muy pequeño, sujeto por dos lazos a ambos lados, fino y estrecho que dejaba un culo perfecto a la vista y que hacía que se marcasen sus labios vaginales. Más que nadar, en el agua, como se estaba bien, nos limitamos a quedarnos a remojo y entablamos conversación. Bueno, Héctor ¿Y qué te ha decidido a venir aquí y hacerle este favor a mi padre? Tampoco es tan gran favor. Piensa que seguramente aquí lo pasaré mejor que en mi casa. Además, estando tú tengo con quien hablar. Por otro lado, sabes que os aprecio a todos. Me alegro mucho de que hayas venido. Lo estoy pasando bastante mal. Aparte de que mi marido me haya puesto los cuernos y se haya ido con otra, hay otra causa que me está acabando de hundir moralmente. Chica, lo siento. No sé. Si puedo hacer algo... Quizá sí, Héctor. Verás, yo soy una mujer muy ardiente y necesito sexo todos los días, al menos una vez. Desde que mi marido se fue he tenido que satisfacerme sola, pero no es lo mismo ni de lejos. Necesito una buena polla y un tío que me folle bien follada, que me dé un buen morreo, que me abrace, que me apriete y que me coma las tetas y el coño. Necesito un tío al que vea calentarse conmigo y desearme, y con el que me pueda correr de gusto mientras el lo hace dentro de mi chocho, llenándome de leche. Como ves, estoy muy necesitada. Y tan necesitada que estaba. Yo también debía de estarlo, porque solo de oírla había tenido una tremenda erección que procuraba disimular para que no me la notase. Era difícil mantener la calma cuando una hembra así se te ponía a tiro de forma tan descarada, pero no podía caer en la trampa que me tendía. Al menos, no tan pronto. Decidí continuar con la conversación como si fuera la cosa más natural del mundo. Yo creo que no debes preocuparte por eso, Anabel. Eres joven, guapa, lista y muy atractiva. No creo que tengas ningún problema en encontrar este verano un chico dispuesto a darte todo eso. Incluso diría que será muy afortunado el que lo haga. No quiero liarme con ningún niñato de playa, que además no vacilará en contarle a todo el que quiera escucharle que se ha tirado a una tía buenísima y encima dejarme como a una cualquiera. Es patético. Ya veo -le dije-. Quizá tengas que esperar un poco hasta encontrar a la persona adecuada. Alguien que te valore y que no vaya contando por ahí sus aventuras sexuales. El caso es que creo haber encontrado a esa persona, Héctor. Estoy segura de que tú no contarías nada a nadie si follásemos ¿Me equivoco? Anabel me había metido la mano dentro del bañador y me sujetaba la polla firmemente. Acercó sus labios a los míos y me dio un húmedo beso con lengua. Empezó con un suave vaivén, masturbándome lentamente. Yo oía cómo su respiración se agitaba, pero no podía dejarme llevar. Era la hija de Manolo y, aunque se trataba de una mujer adulta, solo tenía 22 años y yo 52. No estaba bien y no me lo podía permitir. Tuve que cogerle la mano y apartársela. Anabel, lo siento, pero no podemos hacer esto. Sería traicionar la confianza que tu padre ha depositado en mí. Por otro lado, has pasado por una experiencia dolorosa y posiblemente no ves las cosas con claridad. ¿Ah, sí? -respondió airada- Te aseguro que veo las cosas con absoluta claridad y sé muy bien lo que quiero y necesito. Héctor, por favor, no te hagas de rogar más. Lo estás deseando. Lo sé. Te voy a ayudar a que veas tú las cosas con claridad. Y dicho esto se quitó la parte de arriba del bikini, dejando dos hermosos, perfectos, firmes y redondos pechos que desafiaban la gravedad. Esto unido al tamaño que tenían, ya que por lo menos usaba una talla 100, y el de los pezones y areolas, hizo que mi polla alcanzase su máximo esplendor, justo cuando me la volvía a coger con la mano. Después se pegó a mí y clavó sus tetas desnudas en mi pecho, mientras ensayaba un nuevo beso con lengua que me acabó de poner a cien. Ahí ya no pude resistir más y en un momento me quité el bañador y deshice los lazos de la parte de abajo de su bikini, quedando los dos completamente desnudos. Comencé a pasar mi dedo medio por dentro de sus labios vaginales sin llegar a penetrarla, pero estimulándole el clítoris cuando lo alcanzaba. Anabel estaba fuera de sí y su mano se movía a toda velocidad pajeándome y suplicándome que no la hiciera esperar más. ¡Oh, Héctor, así, sigue, que bien lo haces! ¡Dame más, vamos, fóllame! Tranquila, zorrita, que esto en solo el principio. Si quieres mi polla te la vas a tener que ganar -le decía mientras le pasaba el dedo por la rajita y el clítoris con una lentitud desesperante-. Anabel no paraba de suplicarme que se la clavara entera, diciéndome toda clase de guarrerías y pidiéndome que la tratase como a una perra, como a mi puta particular. Verdaderamente me había puesto a cien y escuchar su respiración entrecortada y su aliento de súplica pidiéndome por favor que se la metiera toda, era un poema para mis oídos. Al final, no pude resistir más. Quería calentarla al máximo para darle el mayor placer posible, pero la verga la tenía ya durísima y los huevos me dolían de caliente que iba y de llenos de leche que estaban. Dicho y hecho, allí mismo en la piscina y abrazada como estaba a mí, la cogí por el culo y la levanté. La muy puta adivinó mi intención y se abrazó a mí con las piernas en mi espalda, dejando su coño bien abierto esperando a que la ensartara con mi mástil. Entonces, lo más lentamente que supe o pude hacerlo le fui metiendo mis 22 centímetros de verga, horadando su agujero y llenándolo con mi miembro con precisión calculada. Anabel se apretó más a mí, clavándome sus tetazas y comiéndome la boca con desesperación, mientras yo empecé a arrearle una follada sensacional a toda velocidad, sin darle tregua ni reposo a su hambriento coño, de abajo a arriba, prisionera entre la pared de la piscina y mi cuerpo, en el que se aplastaban sus pechos. ¡Aaaaaaaaaaaaaaahhhhhhhh, Asíiiiiiiiiiiii Héctor, me matas de gusto, sigue, sigue, ooooooooooooooohhhhhh! Toma, toma, toma, golfa, putón, tirarte a tu tío. Debería darte vergüenza. Me has buscado desde el principio y ahora te voy a dar verga hasta que te hartes. Por zorra. ¡Así, sigue, fóllame, insúltame, que eso me pone más cachonda! ¡Ooooooooohhhhh, que bueno, dame más, más deprisa, más deprisa, sigue, sigue! Era imposible follarla más deprisa de lo que lo estaba haciendo, y aun así me pedía más. Debía estar a punto de correrse. Si en ese momento paraba, sería capaz de hacer lo que le pidiese y de convertirla en mi esclava, pero yo era incapaz de hacer algo así y, por el contrario, continué el ritmo de mis embestidas sin darle tregua ni reposo. ¡Así, Héctor, así! Vamos, dame unos minutos más. Estoy casi a punto de correrme. Pues entonces vas a tener que dejar que haga contigo lo que quiera y te folle cuando me dé la gana ¿Aceptas o la saco y paro? ¡De acuerdo! ¡Te tomo la palabra! ¡Soy capaz de aguantar mucho sexo y tendrás que darme todo el que te pida! ¡Solo de pensar que seas capaz de hacerlo se me hace la boca agua, pero ahora sigue follándome y calla, amor, que estoy a punto de correrme! Dicho esto, la sentí convulsionarse intentando ahogar los jadeos y gemidos sin éxito. Yo estaba a mil por hora y no paraba de comerle la boca metiéndole la lengua y buscando ella la mía, al tiempo que estrujaba sus abundantes pechos y la taladraba sin parar. Anabel seguía corriéndose en un orgasmo continuado que no podía tener fin hasta que yo no parase. Allí la tenía yo, ensartada con mi verga, mientras ella estaba dejada caer hacia delante, desmadejada, con el placer dibujado en su rostro. Yo era su amo y Anabel lo había aceptado de forma tácita. Aguantaría todo el sexo que yo fuese capaz de proporcionarle. Al final, a pesar de haber hecho todo lo posible por aguantar, llegó ese momento en el que llegas a un punto de no retorno, a ese cosquilleo en el que sientes que va a salir la leche a borbotones, sin poderlo evitar, y me corrí. Descargué todo el semen que había estado acumulando en su interior, mientras ella, presa del paroxismo al sentirlo dentro, emitió un gemido intenso y brutal, fruto del orgasmo cumbre de todos los que había experimentado hasta ese momento. Salimos y nos tumbamos en la hierba. Descansamos un rato y nos dormimos abrazados. No sabría decir cuánto tiempo pasó hasta que desperté. Me di cuenta al poco de despertarme de que me estaba haciendo una felación. Le acaricié el pelo, nos miramos y nuestras miradas expresaron el intenso deseo que sentíamos en ese instante de devorarnos el uno al otro. La hubiese rematado allí mismo, follándomela salvajemente y hacer que se corriera con mi polla dentro, dándole sin parar y abriéndole con la verga el coño cada vez más, en un orgasmo interminable en el que me suplicara que parase porque se moría de gusto y no podía soportarlo más, para entonces correrme yo a placer y soltarle toda la leche acumulada para que la sintiera invadir su interior, pero no era el momento de hacer eso. Mis planes eran otros. Pretendía calentarla, torturarla sexualmente, darle algo nuevo que no hubiese experimentado jamás, para que se aficionase a mí y solo quisiera estar conmigo. Para conseguir mi objetivo tenía que hacerlo muy bien e ir más allá de satisfacer su líbido y calmar sus ansias de sexo. Le dije que me esperase y fui al cuarto de baño. Tras una breve inspección, encontré lo que buscaba: una botellita de aceite corporal para después de la ducha. Estaba prácticamente entera. Volví con ella y cuando me vio llegar, Anabel me miró con expresión interrogativa e hizo un gesto al que acompañó con las palabras exactas que le daban su significado. ¿Y eso? Aceite corporal para después de la ducha. Como estás mojada he pensado en ponerte un poco para hidratarte la piel. Esto es el colmo -dijo algo enfadada-. Estaba chupándote la polla y entonces tú vas y paras, me dejas a mitad y no se te ocurre otra cosa que traerte una botella de aceite corporal para hidratarme la piel. Tú, calla, déjame y disfruta. No voy a parar de darte sexo hasta que estés completamente satisfecha. Todo el que puedas aguantar, pero ahora déjame a mí. Túmbate boca abajo, extiende los brazos, separa un poco las piernas y relájate. Extendí un poco de aceite por su espalda y comencé con un suave masaje, que más tenía de magreo que de masaje, acariciándole la espalda y tocándole las tetas por los lados cuando pasaba mis manos por esa zona. Después bajé a la parte baja de la espalda, con un movimiento circular hasta llegar al culo, el cual también magreaba para volver a subir de nuevo y bajar cada vez más. Anabel, instintivamente, abría las piernas cuando mis manos se acercaban a su sexo al masajearle las piernas por dentro. Empecé a acariciarle por fuera sus labios vaginales y pude escuchar un gemido involuntario. Insistí en lo mismo, pero pasando el dedo medio por entre sus labios, aunque sin llegar a penetrarla. En mis dedos quedó impregnada la humedad que se escurría de su coño. Su espalda se arqueó, elevando su culo y su sexo, como invitándome a poseerla. La pobre Anabel estaba cachonda perdida y ya no contenía sus jadeos y gemidos. Seguí torturándola un poco más, frotándole suavemente el clítoris, primero despacio y después cada vez más deprisa. Yo tenía la polla tiesa como un garrote, y a pesar de estar deseando metérsela, todavía habría de esperar un poco más. Los jadeos y gemidos de Anabel subieron de tono y estuve seguro de que ya no había vuelta atrás. Había comenzado a tener un tremendo orgasmo que mis dedos hacían incrementar en intensidad por la velocidad con la que se movían. ¡Ooooooooooohhhhhhhhhh, Héctor! ¡Me corrooooooooooooooo! Ahora verás, puta. Vas a suplicarme que pare de follarte, pero te voy a dar con el manubrio hasta que revientes, zorra. Y me coloqué detrás de ella y de un solo golpe se la metí entera. Con el coño chorreando y en pleno orgasmo, entró como si nada y me puse a bombearla sin piedad. Cuanto más le daba más se prolongaba su orgasmo. Yo no paraba de darle sin descanso y su corrida no tenía final. ¡Sigue, sigue, para, sigue! ¡Que bien lo haces, cabrón! ¡No puedo aguantar más, pero quiero que sigas! ¡Dame, dame, más, reviéntame el coño! ¡Ay, como me llenas, que gusto! ¡Sigue dándole a esta puta que te va a chupar la polla para ponértela tiesa otra vez y que la vuelvas a follar! ¡Menudo pollón tienes, Héctor! ¡Vas a hacer que me corra otra vez!, ¡Para, sigue, ay que me viene, Héctor, que ya no aguanto más, que no puedo pararlooooooo, que me muero de gustooooooooooooo! ¡Oooooooooooooohhhhhhhhhhhhhhhhhh, Héctooooooor! ¡Me corrooooooooooooooooo! ¡Córrete, Anabel, vamos! ¡Vaya calentorra que estás hecha! ¡Te voy a soltar toda la leche en ese coño de puta que tienes! ¡Sí, lléname toda, lléname, amor! ¡Eso es un hombre! ¡Siiiiiiiiiiiiiiii, ya lo noto! ¡Me corrooooooooooooooooo, Anabel! ¡Me corrooooooooooooooooo dentro!¡Tu chocho me succiona y me saca la lefa! Le solté varios chorros dentro, al tiempo que de puro placer sentía que se me iba la vida detrás a causa de las contracciones orgásmicas del coño de Anabel. Caímos los dos rendidos. Por lo visto, Anabel era multiorgásmica y al meterle la polla y empezar a follarla en plena corrida encadenó varios orgasmos. Cuando la chica se está corriendo es el mejor momento para meterla, porque las contracciones vaginales te dan más placer y ellas al sentir como las penetras mientras se corren gozan mucho más. Anabel se quedó tumbada junto a mí, abrazada y dándome tiernos y cálidos besos en la boca. Amor, cuánto me has hecho disfrutar y cómo lo necesitaba. Tu si que sabes dar placer a una chica -decía mientras no paraba de besarme-. Yo también he disfrutado mucho, Anabel. Eres una chica muy atractiva y estás buenísima. Tu cuerpo, tus tetas y tu chocho son una gozada que no esperaba tener para mí. Ojalá no te canses de mí. ¿Bromeas? -respondió-. En toda mi vida he encontrado a nadie que me folle también y me dé tanto placer. Creí que me moría de gusto. Puedes apostar a que no te voy a dejar escapar. Desde hoy eres mío y si ser tu esclava sexual conlleva que disfrute tanto, voy a ser la esclava más obediente del mundo. Nos levantamos y nos fuimos a descansar a su cuarto, por tener una cama más grande que la del cuarto de invitados, de metro y medio de ancho por dos de largo. Me tumbé boca arriba y ella se acurrucó a mi lado. Me acariciaba el pecho y me daba tiernos besos en la boca. Sus pechos presionaban mi costado izquierdo y la verdad es que yo me sentía en la gloria. Al final, con tan placenteras sensaciones, me quedé dormido. No sé cuánto tiempo estuve durmiendo esta segunda vez. La verdad es que el sexo con Anabel me dejaba exhausto. Por la hora que vi en un reloj de pared, entre una hora, y hora y media. Todavía estaba amodorrado, pero algo había interrumpido mi sueño despertándome. Enseguida me di cuenta de lo que era- Allí estaba Anabel, chupándome de nuevo la polla con ansia. A pesar de estar dormido me la había puesto morcillona y ya tenía un considerable tamaño y cierta rigidez. Supongo que la suficiente para poder follármela de nuevo, pero debo reconocer que me comporté de manera bastante egoísta y dejé que prosiguiera con la felación. La verdad es que lo hacía divinamente, moviendo la cabeza de arriba a abajo, hasta tocar el glande casi en su garganta y apretándome la verga suavemente con sus labios carnosos, como si de una hambrienta vagina se tratara. Estuve a punto de dejar que llegara al final y correrme en toda su boca obligándola a tragarse toda mi leche, pero me dio lástima, porque sabía que necesitaba más sexo y por supuesto que se lo iba a dar, aunque de forma algo distinta, ya que estaba visto que Anabel era una tía muy, muy caliente, y cuanto más placer le diera y más la hiciera disfrutar, más se convertiría en esclava mía. La separé de mí y le saqué la polla de la boca. ¡Héctor! ¿Qué haces? ¿No te gusta que te la chupe? Quería que te corrieras en mi boca y saborear tu leche, mientras me corría. ¿Y como pensabas correrte si tenías mi verga en la boca? Me estaba haciendo un dedo. Me excita mucho comerme una buena polla, Y dicho esto siguió con la mamada que me estaba haciendo. La tia la chupaba como los ángeles y mientras lo hacía se metió un consolador de unos 25 centímetros, algo más largo que mi polla, aunque no tan grueso. Cuando se lo metió en la vagina, vi el deseo reflejado en su cara, y la velocidad de la mamada se incrementó hasta ir pareja con la de la follada que a sí misma se estaba metiendo. Entonces, saqué el miembro de su boca y el consolador de su coño. Cogí los cordones de sus deportivas y de las mías y la sujeté de las muñecas. ¿Qué vas a hacerme? Torturarte por puta. La até a las patas del somier de la cama de forma que quedó en el centro en aspa, con las piernas abiertas y hacia abajo y los brazos abiertos y hacia arriba. Ahora verás, putita. Te vas a comer toda la lefa, pero cuando yo lo decida y después de correrte varias veces, que es lo que estás pidiendo a gritos. Por favor, Héctor. Fóllame ya de una vez. Cogí el consolador y se lo enchufé en el coño mientras le lamía el clítoris y lo pellizcaba suavemente con los dientes. Puse el vibrador a máxima potencia y le empecé a hacer movimientos circulares dentro de su vagina al mismo tiempo que le daba lengua sin parar. Cuando noté que estaba a punto de correrse, paré. Esta operación la repetí varias veces. Si notaba que estaba a punto de llegar al clímax paraba y cuando se le pasaba un poco la calentura volvía a comenzar. La pobre Anabel, casi en el paroxismo, gritaba, lloraba y suplicaba que se la metiera ya y constantemente me pedía por favor que no me demorase más y que quería sexo sin límites. ¡Héctor, por favor, fóllame ya! ¡Méteme ese pollón que tienes en el coño y dame lo que necesito! Si empiezo será hasta que yo decida parar. Te estaré follando sin descanso ¿Lo aceptas? ¡Sí, sí, sí, sí! ¡Vamos! Me subí encima de ella y se la metí toda de golpe. Empecé a bombearla primero despacio, después deprisa y le cambiaba el ritmo cada poco. Cuando notaba que empezaba a tener ganas de correrme, me salía de dentro de ella y le metía el vibrador a máxima potencia. Anabel encadenaba un orgasmo tras otro. ¡Héctor, dame más, así, me muero de gustoooooo! Toma, toma y toma putita. Voy a hacer que te corras hasta que yo quiera. ¡Me corrooooooooooooooooo! ¡Me corrooooooooooooooooo por todaaaaas partes! Después tendrás que sacarme toda la leche, puta. ¡Haré lo que quieras, dejaré que me la metas donde quieras y que te corras donde quieras, amor! ¡Te quiero, te amo, te deseo! Cuando vi que ya no podía más, paré. Héctor, no puedo más. Me he quedado completamente satisfecha y eso es algo que no me había pasado nunca. Soy tuya para siempre. Ven, amor, que voy a hacer que te corras como nunca lo has hecho. Desátame, vamos. Le aflojé las ligaduras y apenas estuvo libre me cogió de la mano y me llevó a a la piscina. Yo cogí el consolador por si hacía falta, que nunca se sabe. Me tumbó en la hierba y empezó a hacerme una mamada espectacular. Según se introducía la verga en la boca, con una lentitud desesperante, apretaba sobre ella sus labios carnosos hasta que no podía más y le llegaba hasta el fondo de su garganta, y después, también con una lentitud pasmosa, la sacaba apretando de nuevo los labios sobre ella y aplicaba rápidos movimientos de succión sobre el glande. La felación, poco a poco comenzó a ganar en velocidad e intensidad, apretando un poco más esos labios diseñados para chupar pollas, y de forma más rápida, tanto al entrar y salir en su boca como al succionarme la punta de la verga. Yo me sentía morir y comprendía que así no iba a poder aguantar mucho. Le dije que parara pero hizo caso omiso. Intenté apartarla con mis manos, pero ella se resistía, chupándomela con mayor ansia si cabe. Noté que me venía, que estaba a punto de correrme y que no podía evitarlo ya. La avisé para que se apartara, le dije que iba a eyacular de forma espantosa, que presentía que me saldría una gran cantidad de leche. En lugar de quitarse de enmedio, que es lo que pensé que haría, mis palabras parecieron calentarla y enardecerla más todavía e incrementó el ritmo y la intensidad de la mamada, y pude ver como con una mano me sujetaba la polla para chuparla y con la otra mano se pajeaba a toda velocidad. Por fin ya no pude aguantar más y descargué todo el torrente de leche acumulado en su boca glotona que tragaba sin parar y seguía succionando para extraerme hasta la última gota de semen. No pude reprimir los gemidos y jadeos mientras me corría en su boca sintiendo un placer inenarrable. Enseguida la oí chillar de placer. Estaba teniendo otro orgasmo. Aún cansado y habiéndome acabado de correr como estaba, cogí el consolador y se lo enchufé en todo el coño a máxima potencia, aumentando de esta manera la intensidad de su corrida. Se me abrazó y empezó a comerme la boca, buscando mi lengua, en un morreo interminable acompasado a su orgasmo y susurrándome cada vez que nuestras bocas se separaban “Así, así, amor, te quiero, te quiero, soy tuya para siempre. Quiero que me folles hasta que te hartes. Mi coño, mi boca, mis tetas, mi culo, toda yo soy tuya. Soy tu esclava”.


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