🔥Relato Erótico de Erotismo y Amor: De alumna a maestra (Parte 1): Mi osito ❌Sin Censura❌

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Fecha: 2019-11-22


De alumna a maestra (Parte 1): Mi osito


Autor: dulces.placeres

Categoría: Erotismo y Amor

Para empezar mi historia voy a retroceder en el tiempo, a mi adolescencia. En esos días yo era muy diferente a lo que soy, siempre fui de baja estatura, no llego al metro cincuenta, y en esos días de desarrollo, en que poco a poco pasaba de niña a mujer, yo crecí hacia atrás y hacia adelante, mucho culo, muchas tetas. Lejos de ser una bendición, sentí que mis cambios físicos fueron una tortura, me sentía una enana puro culo y puro tetas, y que cada chico que se cruzaba en mi camino solo quisiera llevarme a la cama se transformó en un problema. A cada sitio que iba, al salir a caminar, o hacer ejercicios, o a cenar, o a bailar, o lo que fuera, todos los hombres volteaban a verme, me odiaba a mi misma por sentirme centro de atención, incluso inconscientemente encorvé mis hombros hacia adentro para tratar de disimular mis prominentes pechos, algo que de por si era imposible. Me traumé mucho, además tenía problema con el sexo opuesto, tímida, retraída y acomplejada, cada vez que un chico me hablaba y me gustaba lo arruinaba todo, no sabía que decir, no podía mirarlo a los ojos, las manos me transpiraban y solo mordisqueaba como una tonta el culo de alguna birome que tuviera a mano. Tal era mi frustración que los veinte años me sorprendieron aun virgen, solo había tenido relaciones con una amiga bisexual, pero había sido todo por curiosidad, por necesidad y por solo probar que se sentía en intimar con otra persona. La recuerdo con cariño, ella había estado largo tiempo tras de mis pasos, y en una noche de borrachera solo dejé que pegara sus labios a los míos, eso sería todo, pero luego bajó a mis pechos y no pude resistirlo, al final se perdió entre mis piernas y bueno, imaginen el final de la historia. Después de esa noche, nuestros caminos se separaron y no supe más de ella. El tema de mi complejo con los hombres realmente se había transformado en un problema, y pasé por varios consultorios de psicólogos para tratarme sin demasiado éxito. Y al no encontrar soluciones me metí de lleno a estudiar la carrera de psicología, como una forma de encontrar mi propia medicina. A los veintitrés aún era virgen, jamás había intimado con ningún chico, y me mordía los labios porque todos los días tenía propuestas para llevar esas tetas y ese culo a la cama, pero solo estaba bloqueada. Fue en esos días cuando conocí a Esteban Pontevedra, unos de mis tantos profesores con el que rápidamente establecí una linda relación, el ya pisaba los cincuenta, un tipo un tanto regordete, no mucho más alto que yo, con una calvicie prematura y unos cabellos encanecidos y largos, también usaba barba de un tono blancuzco brillante. Como verán, no era un sex symbol ni mucho menos, solía mirar a la clase por encima de sus anteojos de grueso marco el cual acomodaba insistentemente con su dedo índice, esto me causaba un tanto de gracia, como yo también usaba lentes de aumento, comprendía esa extraña situación de acomodar el marco por sobre la nariz. El tipo era genial para dar sus clases, un apasionado del tema y el gozaba de una reputación tanto dentro como fuera de la facultad, y fueron esas cosas que me cautivaron poco a poco, su intelecto, su experiencia, su sabiduría, me sentía cómoda a su lado y tenía tanto que aprender que podía quedarme eternos minutos escuchándolo. Y él también se acercó a mí, honestamente, se enamoró de mi culo, de mis pechos, de mi juventud, de mi belleza, pero conforme me fue conociendo también se enamoró de mis pesares y con él tuve la confianza de poder hablar. Nuestros caminos se habían cruzado y solo se dio, fue mi primer hombre, tal vez el más feo, el más impensado, fue el suertudo de llevarse el premio mayor, fue una linda tarde, con mi inexperiencia solo lo dejé que me guiara, y él fue todo lo caballero que debía ser para darme la tranquilidad que necesitaba para pasar un buen momento, recuerdo que después del sexo se quedó dormido y empezó a roncar, se veía tan tierno, me quedé a su lado, acurrucada acariciando los numerosos rulos de bellos que poblaban su amplio pecho. Me recordó a un osito de peluche que tenía en la infancia y desde ese día así lo llamé en la intimidad, mi osito. En poco tiempo me enamoré perdidamente de ese hombre, y él fue totalmente franco conmigo, en su vida yo sería su quinta mujer y él ya tenía seis hijos, de sus antiguas relaciones, casualmente el mayor de mí misma edad, y en su tiempo se había practicado una vasectomía, en sus planes ya no estaba la idea de volver a ser padre, así que no me daría la oportunidad de ser mamá, y prefirió advertirme antes de seguir adelante. Yo no tuve reparos, estaba tan aferrada a el que no me importaba nada con tal de estar su lado, incluso en mi hogar paterno tuve problemas, ellos nunca imaginaron que un viejo de cincuenta años sería mi marido, jamás pudieron tragar la píldora y prácticamente me alejé de mis padres, mi mundo giraba en torno a Esteban Pontevedra. Pasaron diez años de excelente convivencia, donde Esteban fue mucho más que mi pareja, él era mi mentor, mi protector, mi padre, mi consejero, él era todo, siempre admiré su experiencia, su sabiduría, sus pensamientos, su persona. En esos años él fue el apoyo de mi carrera, me recibí y al igual que él, comencé la docencia en psicología a tiempo completo y en forma particular, mientras que él se hizo más y más famoso el ambiente, pasó de dar clases en facultades a dar conferencias en auditorios. Era curioso, esas aulas eran parte de mi vida, y en un abrir y cerrar de ojos pasé de ser la inocente niña de los pupitres, a la apetitosa mujer que día a día se paraba frente a una clase de poco más que adolescentes. Mi esposo se había especializado en sexología y tenía ideas muy revolucionarias al respecto. Entre muchas cosas él decía que el matrimonio no era sinónimo de castidad, que el matrimonio solo ponía tras las rejas el instinto sexual de las personas y que eso estaba mal, las relaciones extra matrimoniales solo debían actuar como un puente para aunar lazos con el ser querido y no como habitualmente pasa en nuestra cultura occidental, sean motivos de divorcios. Me podía pasar horas enteras escuchando sus teorías si cansarme, a veces participaba en sus terapias como ayudante, y muchas veces cuando venían parejas con conflictos él les aconsejaba experimentar por fuera del matrimonio. Esta era mi situación a los treinta años, éramos felices, a pesar de nuestra diferencia de edad, a pesar de mi belleza, era cierto que muchos se preguntaban que hacía una mujer tan bonita al lado de un viejo que se marchitaba poco a poco, pero a mi no me importaba, realmente lo amaba, siempre lo había hecho. Pero en algún punto de nuestro camino, Esteban realmente se estaba poniendo viejo, la palabra sexo para él se conjugaba en pasado, para mí en presente, cada vez me cogía menos, y yo cada vez quería más, me sentía ya una terrible perra caliente, pero él prefería pasar cada vez más tiempo leyendo sus libros y fumando pipa. Era rara la situación, la forma en que habían cambiado las cosas, no supe en qué momento me había transformado en una especie de ninfómana, pero mi esposo no lograba apagar el incendio que me devoraba por dentro, y quién mejor que el para entender de estas cosas. Nunca supe si fue solo por casualidad que se dieron las cosas, o si yo también pasé a ser un conejillo de Indias más en toda su psicología, un eslabón más de la cadena. Todo empezó con un fin de semana fuera de la ciudad, la idea era reencontrarnos un poco, fuera de las locuras diarias, solo poner mentes en blanco lejos de todas las preocupaciones y pensar solo en nosotros. Armamos un par de maletas y partimos hacia una campiña donde habíamos reservado previamente una habitación. Cuando llegamos el lugar lucía mejor que en las fotos, praderas verdes con olor a césped virgen que se perdían en el horizonte, con altos árboles que se levantaban hacia el cielo y eran prisioneros de una fuerte ventisca del este los hacía quejarse una y otra vez, arrancándole las hojas débiles que no lograban aferrarse a los tallos de la incipiente primavera. A un costado, una laguna artificial decoraba el paisaje, el agua tranquila era agitada por la señora pata y sus patitos que la seguían en fila como uno tras otro. La edificación en si era moderna, de líneas rígidas y abundantes vidriados, con paredes en colores llamativos que se divisaban a la distancia. Mi esposo estacionó el coche en el lugar indicado, observé que apenas había un par de vehículos más por lo que adiviné que no habría mucha gente, tomamos las maletas y nos dirigimos a la recepción. Ya en la puerta, descansaba ajeno al mundo un hermoso perro de largos pelos, al extremo que no se le veían los ojos, apenas movió la cola a nuestro paso como bienvenida. Al llegar, tendría mi primer encuentro frente a frente con él, quien nos tomó todos los datos, un guapo de mi edad, alto, demasiado alto para mí, de piel cobriza, delgado, una camisa ajustada al cuerpo dejaba notar sus buenas curvas, su cabello peinado de lado se veía muy cuidado, de ojos negros, con voz ronca y mirada penetrante. Fue algo incómodo en ese momento, sentir una normal atracción hacia alguien muy bonito, además noté que él también me desnudaba con la mirada mientras hablaba con mi esposo, con esas miradas que una intuye el pecado, incluso yo lucía una remera un tanto escotada y mientras escribía en la hoja que estaba sobre el escritorio, su mirada se elevaba discretamente para colarse fijamente en el nacimiento de mis pechos, y lo hacía con tanta insistencia que hasta logró que se marcaran mis pezones bajo la ropa interior. La situación de ese primer encuentro fue tan inesperada como erótica, Raúl, ese era su nombre, nos dijo que no dudáramos en llamarlo para lo que necesitáramos, nos dio las llaves de la habitación y nos indicó el camino hacia las escaleras que nos llevarían al primer piso. Mientras subíamos los escalones al paso cansino de mi esposo, él, que no era tonto y sabía demasiado de situaciones de ese tipo, no dudó en hablarme en complicidad, sobre lo apuesto que era el joven, sobre cómo me había mirado, sobre la tensa situación incluso adivinando lo receptiva que yo había sido. Así era mi hombre, a él jamás se le escapaban los detalles y yo era totalmente transparente y permeable para él, así que solo asentí a sus palabras y me dejé arrastrar en un juego dialéctico en que me sentí cómoda e incluso hasta noté mojarse mis partes íntimas. Después, todo transcurriría con normalidad, eso sí, ese día nos cruzamos por casualidad un par de veces con Raúl, el hacía su trabajo y nosotros disfrutábamos, pero en cada uno de esos cruces inevitablemente nuestras miradas se cruzaban al punto de hacerme bajar la vista al piso sabiendo que él se regocijaba con mis curvas. Era raro de explicar, nunca le sería infiel a Esteban, pero es moreno me erizaba cada bello de mi piel. A la mañana siguiente fuimos a desayunar temprano, no sé porque me había vestido un tanto sexi, adivinando que el joven estaría por ahí, una pollera a media pierna, un escote insinuante, pero él estaba en la recepción y casi ni me vio, así que fue un tanto frustrante, a no ser porque mi marido si reparó en los detalles y me dijo que me veía hermosa, al punto que a media mañana me sugirió subir al cuarto para hacer el amor, que entre paréntesis era el principal motivo por el que estábamos en ese lugar. Así fue como antes del almuerzo tendría mi premio, ya en la habitación le pedí unos minutos a Esteban, es que era un momento especial y quería lucir especial, entonces desembalé unas prendas que había reservado para la ocasión, me depilé por completo y me puse una tanga casi hilo dental, bien sexi, con medias de red blancas ajustadas en los muslos y zapatos de tacos altos, además una corta pollerita tableada que no me cubría más que la mitad de mis generosos glúteos, una remera blanca ajustada y escotada, sin sostén, haciendo que se trasparentaran mis pezones y mis grandes aureolas, y por supuesto, me ajusté mi renegrida cabellera en dos colitas, una a cada lado, y con mis gruesos marcos de lentes de aumento me veía una niña de estudios. Me miré al espejo, nunca supe en qué momento mi esposo había sacado esta puta de mi cuerpo, tan distante a esa chica introvertida que era, estaba caliente, me latía el clítoris y me había mojado toda de solo imaginar, es que siempre habíamos tenido un fetiche muy marcado con ese tema de que él era el profesor y yo una dulce e inocente niña que no sabe nada de la vida. Y así me veía, muy inocente, y muy puta. Fui al encuentro de mi protector quien me esperaba desnudo sobre la cama, así que improvisé un desfile caliente en derredor de la misma, un espectáculo solo para mi osito, hablando como nenita, como caperucita hablaba con el lobo, me acercaba a su lado una y otra vez sin permitir que me agarrase, y él jugaba el juego, sentía que mis pezones estaban filosos bajo el roce de la tela y que mis jugos ya habían vencido la poca resistencia que proponía la minúscula tanga. Y el lobo fue por caperucita, rodamos por el colchón, nos llenamos de besos y sentí sus grandes manos recorrer todo mi cuerpo, tan varoniles, tan pesadas. Todo parecía perfecto, pero había un pequeño inconveniente, su ‘amigo’ estaba muerto, no había erección, solo frustración, se la chupé media hora pero nada, al final, un poco molesto, Esteban se levantó de la cama y dio el tema por cerrado, masticando broncas tomó una a una sus ropas y se cambió nuevamente. A pesar de comprender la situación honestamente estaba furiosa, aunque lo disimulaba y le decía que todo estaba bien, por dentro necesitaba una buena verga que calmara mi calor, y ya no me valía masturbarme, menos delante de él, así que me quedé recostada sobre la cama, semidesnuda, esperando un milagro. Mi osito tomó unos de sus tantos libros y se sentó a leer plácidamente, como acostumbraba a hacer, mientras yo solo lo miraba, con un silencio que decía más que mil palabras, y pronto él recogió el guante, dejó el libro y empezó a hablarme de Raúl, el hermoso moreno de la recepción, que una cosa, que otra, que si me atraía, que si tendría sexo con él, y así, sucesivamente, en un juego sucio de palabras que supongo habitual entre muchas parejas, pero solo hasta ahí, imaginar no te lleva al infierno. También me psicopateó un poco con sus teorías liberales, en cuanto a la independencia entre sexo y amor, y me dijo que me amaba tanto que solo quería verme feliz Palabra va, palabra viene, mi marido se incorporó, tomó el teléfono y lo sentí llamar a recepción, pidió hablar con Raúl, y sin quitarme la mirada de encima solicitó un room service, y le pidió encarecidamente que el en persona lo subiera. Obviamente imaginé sus intenciones, no soy estúpida, pero solo lo deje avanzar para saber hasta dónde llegaría No nos hablamos en los siguientes veinte minutos, tiempo que pasó hasta sentir los nudillos de Raúl golpeando la puerta. Estaba expectante, mi marido lo recibió y lo invitó a pasar, fue un tanto cómica la situación, obviamente el moreno no esperaba verme sobre la cama, casi desnuda, vestida como una puta de cabaret, como una perra caliente, y no me molestó que me viera así, en absoluto. Los ojos del joven se abrieron incrédulos ante el impensado espectáculo, Esteban le puso una de sus manos en el hombro, como gesto de camaradería, y le dijo con voz calma: Amigo... sabes... ya soy un hombre viejo, ya viví lo que tenía que vivir, pero mi esposa es joven, es bonita, y ella necesita un buen amante para que la complazca. Raúl se había quedado boquiabierto, paralizado, no avanzaba, no reculaba, solo su vista estaba clavada en mis curvas, entonces mi marido, como animándolo le dio una palmada más fuerte en la espalda, obligándolo a dar un paso adelante, incitándolo con palabras Vamos Raúl! cuantas veces has tenido esta oportunidad, acaso no te gusta? acaso eres gay? Y como ese apetecible moreno aún se mostraba confundido, me decidí a tomar la iniciativa, fui sobre él, y empecé a besarlo, a acariciarlo, a tocarlo, a morder sus labios y acariciar sus cabellos, hasta sentir que el empezaba a jugar el juego, que poco a poco se relajaba su carácter y se endurecía su sexo. Se lo refregué por encima del pantalón mientras el apretujaba mis glúteos con sus frías manos, pronto me levantó un poco entre sus fuertes brazos, quedé en el aire, lo suficiente para acomodar mis pechos a la altura de su rostro, a pesar de la remera ajustada que aun traía el buscó directamente mordisquear mis pezones, delicadamente a través de la tela, eso fue demasiado sexi, y empezó a arrancarme pequeños gemidos, involuntarios, femeninos. Mi campo visual me dejaba ver a un lado como mi osito se había acomodado plácidamente a ver lo que empezaba a suceder, el mejor espectador, y con eso para mí le dio un plus al momento, jamás había estado con otro hombre, jamás había sido infiel, y en un abrir y cerrar de ojos todo cambiaba, y por si fuera poco, era mi propio amor quien me entregaba a bazos de otro. Las puertas del infierno se habían abierto, mi esposo me entregaba a otro hombre… CONTINUARÁ Si te gustó la historia puedes escribirme con título ‘De alumna a maestra’ a dulces.placeres@live.com.


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