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2019-08-29
Mi mujer es una casada decente que solo ha follado conmigo. Pero es muy calentorra y cuando follamos y le digo que se imagine que está en un burdel follando con muchos clientes, se pone cachonda y destila mucho jugo y se corre y se le abre mucho el agujero del coño. Luego al acabar, se enfría y no da el paso. Y así llevamos ya mucho tiempo y no es cosa de seguir así.
Como ella no acaba de decidirse, tomé yo la iniciativa. Hace un tiempo contacté por mail con un matrimonio liberal que se anunciaba en la web de “pasión.com” que tienen un burdel en Elche, preguntándoles si estarían dispuestos a ayudarme a prostituir a mi mujer y que trabajara para ellos. Les conté mi plan para conseguirlo y me dijeron que me ayudarían encantados. También comenté con el marido que si la cosa funcionara y acabaran convenciendo a mi mujer para meterse a puta, tendría que ocuparse de hacerla un putón de cuidado dejando de ser mi decente esposa para ser una casada prostituta. Y como premio estrenaría su culo, que lo tiene cerrado. Y que lo grabaran todo para que yo lo pudiera ver luego. De esa forma oficializaríamos el cambio de decente esposa a puta. Yo le estrené el coño como mujer decente, y el dueño del burdel le estrenaría el culo como prostituta. No llegamos a concretar más, debido a imprevistos surgidos por sucesos familiares, que tuvieron ocupada a mi mujer una temporada. Ahora que no está ocupada, me pondré en contacto con el matrimonio de Elche para reactivar el plan. Espero que sigan interesados y si todo sale como comenté con ellos, el marido le abrirá el culo a mi mujer en la entrevista y luego la emputecerá y adiestrará para el trabajo de prostituta. Y con la ayuda de su mujer. Y para complacerme a mí, que la obliguen a estar siempre completamente desnuda.
Mi esposa con lo que va a flipar seguro es con la sorpresa que le aguarda como puta. Comenté con el dueño del burdel que tras la prueba y el adiestramiento como puta, hiciera coincidir su primer día de trabajo como puta profesional y atender clientes con el aniversario de nuestra boda. Yo le diré la fecha y que ellos insistan en que empezará a trabajar ese mismo día (se supone que es un día elegido al azar o que les viene bien a ellos) y que no le acepten ninguna excusa de que ese día no puede ser. Que sean firmes. Y así dejaremos de celebrar monótonos y repetitivos aniversarios de boda, para celebrar, por lo menos ella, aniversarios de prostituta, que seguro son más entretenidos y con más carga sexual. Todos los años para celebrar nuestro aniversario hacemos un viajecito, y claro, si la cosa sale como está planeada, a ver que excusa se inventa mi mujer para no querer hacer el próximo viaje de aniversario. A ver por donde me sale.
El plan ideado para prostituir a mi mujer es el siguiente:Una "jugarreta" que vi en una película porno. Sin que mi mujer sepa que yo estoy detrás de todo y que estoy al tanto. En la película, el marido se lo comenta a un amigo para que le ayude. Éste habla con un dueño de burdel amigo suyo y una de sus putas se hace pasar por amiga de la infancia del marido. El marido se la presenta a su mujer, se hacen amigas y la puta se la camela y la lía, hasta que la esposa acepta follar con un chico que lo hace divino (el dueño del burdel). Tras un tiempo beneficiándosela, el chico le dice que tiene un burdel y que podría trabajar para él. La mujer acaba aceptando y se mete a puta. Y un día cuando la mujer acaba su turno de faena, el dueño del burdel le dice que no se vaya que tiene que hacer un servicio especial. Le vendan los ojos y la llevan a una habitación. Allí el dueño del burdel y otro tío la follan. Cuando está super caliente la mujer con la polla del dueño del burdel en el culo y la del cliente (su marido) en su boca, le quitan la venda y ¡¡sorpresa, es su marido!!. O sea, pillarla zorreando y hacerme el ofendido y reprocharle que me haya engañado metiéndose a trabajar de puta. A ver qué explicaciones me da. Si me sale con eso de que no te enfades, que lo dejo, que no lo volveré a hacer más, entonces más enfadado le diría ya que te has prostituido no puedes dejarlo, que una vez que se es puta lo es para siempre. Es más, pienso decirle que debe seguir trabajando, que no le doy mi permiso para dejar de zorrear y de ganar dinero follando. Y pasados unos días ya como trabajadora sexual, descubriremos el pastel. Y contarle la jugarreta. Decirle que todo ha sido idea mía, un plan ideado, para que llegara a trabajar de puta, ya que por su indecisión ella nunca habría tomado la iniciativa de llevar la fantasía de nuestra cama de matrimonio a la realidad de la cama de un burdel.
Autor: Esposo1963 Categoría: Tabú
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El Fruto del Incesto: Malditas Uvas - parte 3
2019-08-27
Capítulo 03.
Afición
Me encontraba desnuda, sentada al borde de la cama, frente a mi hijo, sosteniendo su gran pene entre mis manos. Esta situación podría malinterpretarse si alguien entrara en mi habitación en ese preciso momento; pero la verdad era que sólo nos estábamos ayudando mutuamente. Mi hijo se vio obligado a auxiliarme cuando yo, por idiota, metí uvas dentro de mi vagina; de las cuáles apenas habíamos conseguido sacar una. Él tenía dudas sobre la simetría de sus testículos, yo solamente intentaba ayudarlo con ese asunto.
Levanté la vista y me encontré con los ojos de Fabián, en sus pupilas vi algo que no me agradó en absoluto, se trataba de ese extraño brillo que producían cuando algo no andaba bien... para ser más precisa, en estos casos sus ojos reflejaban cierto estado mental que se asociaba con la obsesión. Muchas pequeñas obsesiones habían invadido a mi hijo a lo largo de su vida; tal vez la mayoría escapaban de mi vista. No era un asunto grave, pero a veces me preocupaba. Solía ponerse nervioso cuando ciertos objetos de la casa eran cambiados de lugar; o cuando imperceptibles arrugas o manchas, que tan solo él era capaz de ver, aparecían por arte de magia en su ropa. Incluso notaba esa clase de obsesión cuando se encontraba fascinado por algún tema en particular. Por ejemplo aquella vez en la que se obsesionó bastante con un libro de problemas de ingenio y matemáticas. Quería resolverlo completo a toda costa, aunque algunos ejercicios eran verdaderamente difíciles. Estuvo m*****ándome a mí y a su hermana con ese asunto, hasta que un día tiré el libro a la basura; no aguantábamos más quedar como idiotas al no poder responder esos malditos problemas.
Presioné un poco los testículos con mis manos, cerciorándome de que no había una diferencia perceptible de tamaño.
—¿Viste? Son de tamaños diferentes —dijo, con una obsesiva convicción.
—No vayamos por ese lado, Fabián —intenté persuadirlo.
—Pero en serio, mamá... yo los noto diferentes...
—Fabián, te digo que están bien... hasta las mujeres tenemos una teta más grande que la otra. A veces se nota más, otras veces menos; pero el cuerpo no tiene por qué ser simétrico. No tiene nada de malo.
—Puede ser... pero...
Enmudeció repentinamente. Mis masajes estaban haciendo efecto en su masculinidad. Me quedé idiotizada mirando como su miembro crecía y se elevaba. Mantuve el tenue movimiento de mis dedos. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que tuve un pene entre mis manos que me sentía como una primeriza en el mundo del sexo; el corazón me vibraba como si fuera la primera vez que tocaba uno.
—Aparentemente te funciona todo bien —le dije, con una sonrisa. Debía esforzarme para alejar esas ideas absurdas que atacaban su cabeza.
—Perdón, es que… no sé por qué se puso así.
—Porque es normal que se te ponga dura si alguien te la toca... hasta con una revisión del doctor te puede pasar. Creeme, he ido al ginecólogo y se me ha humedecido la vagina en las revisiones. Pasé cada papelón… me mojo toda, apenas me tocan. Por eso me da tanta vergüenza ir al médico.
Sin querer mis uñas rozaron la parte baja de sus testículos, esto debió producirle una espontánea ola de placer. Su verga se puso tiesa de golpe, dando un salto, como si fuera una criatura lista para atacar. Quedé boquiabierta, el pene, en toda su dimensión, era realmente imponente. Su hinchado glande quedó tan cerca de mi nariz que pude olfatear ese añorado perfume a hombre. Mi vagina, que aparentemente había olvidado a quién pertenecía ese miembro, se hizo agua al instante. Con mi mano libre le di una suave caricia al largo tronco. Me pregunté qué sentiría una mujer al ser penetrada por algo tan grande. ¿Alguna vez una mujer había probado el pene de mi hijo? De ser así, era posible que ella se hubiera sentido asustada, por el imponente tamaño. Pero yo, que en secreto disfrutaba de penetrarme con objetos de buen tamaño, sentí un repentino deseo de tener una verga como esa dentro la concha. Ahí fue cuando me arrepentí y lo solté. Me avergoncé de mí misma, no importaba cuánto tiempo hubiera pasado desde la última vez que toqué un pene, no era excusa para hacerlo con el de mi hijo.
—Mejor sigamos con las uvas —le dije—. Quiero que terminemos con esto lo antes posible.
—Está bien, pero probemos de otra forma.
—¿Cuál?
—Date la vuelta y ponete de rodillas.
No podía creer que mi propio hijo me estuviera pidiendo eso, sin embargo debía ser consciente de que no lo hacía con mala intencion; era para ayudarme con un problema. Accedí y me puse en posición de perrito, en el centro de la cama. Me sentí incluso más vulnerable que antes. Más sabiendo que mi hijo estaba desnudo de la cintura para abajo, y tenía una potente erección.
Fabián se puso de rodillas a mi lado y, sin darme tiempo a prepararme, hincó dos de sus dedos en mi mojada vagina. Gemí cuando entraron completos, pero creo que mi hijo no lo notó. Estiré un brazo, agarré una almohada, la puse frente a mí y apoyé mi cabeza en ella; luego separé un poco más mis piernas. Sabía muy bien que de esta forma quedaba grotescamente expuesta, pero también le permitiría a Fabián introducir los dedos con mayor comodidad.
Me abrumaba el incesante movimiento los dedos dentro de mi intimidad femenina y me impresionaba la forma en la que esta se dilataba. Fabián retiró los dedos, pero repentinamente volvió a clavarlos completos, con fuerza. No pude contener un potente gemido ante la penetración. Una intensa oleada de placer me recorrió el cuerpo; pero también debía admitir que me había dolido. Eso me permitió disimular mi reacción.
—¡Auch! ¡Cuidado Fabián! —Me quejé, sin parecer muy enojada.
—¡Fue sin querer!
—Está bien, agradezco mucho tu ayuda; pero tené un poquito más de cuidado, es una zona muy sensible —dije, intentando estabilizar mi respiración.
En el interior de mi vagina aún quedaban leves reflejos de esa repentina penetración. Tuve que luchar contra la absurda tentación de acariciarme el clítoris. Por lo general, si me encontraba en esta posición ante un hombre, mi primer impulso era masturbarme; para estar bien lubricada y lista para la penetración. Pero era la primera vez en la que me encontraba en esta posición y no recibiría sexo a cambio.
Fabián retiró sus dedos una vez más, pero no se apartó. Al contrario, lo sentí aún más cerca. Algo largo y rígido se apoyó contra una de mis nalgas, no me llevó mucho tiempo darme cuenta de que se trataba de la verga de mi hijo. Me puse muy nerviosa, pero no me moví de mi lugar.
Mi traicionera imaginación me llevó a pensar cómo debería ser la perspectiva de Fabián. Quitando el hecho de que yo era su madre, él debía estar viendo a una mujer caderona, entrada en carnes, de gruesos muslos, con las nalgas bien abiertas, la concha completamente mojada y dilatada. No hay que olvidarse del culo. Temía que ese orificio también hubiera quedado dilatado luego de meter el desodorante; pero ya no podía hacer nada para cambiar eso, ya estábamos allí y suspender todo por culpa de mis preocupaciones, sería ridículo. Y sí, a quién quería engañar, mi culo debía estar bien abierto. Me había clavado el desodorante sin ningún tipo de piedad. Con lo detallista que era Fabián, ya debería haber notado que su madre estuvo metiéndose algo por el culo.
No tenía sentido intentar disimular. Con mis manos separé mis nalgas, con esto la dilatación del agujero de mi culo se haría más evidente. Era como si le estuviera diciendo a mi hijo: “Sí, me metí el desodorante por el orto. Además de hacerme la paja, también me gusta meterme cosas por el culo”. Esperaba que esto me ahorrase tener que dar explicaciones al respecto. Él lo sabría, pero también podía ser discreto con el asunto.
Estaba humillada y expuesta ante mi propio hijo, y por alguna razón había algo agradable, casi adictivo, en mostrarme de esa manera. Era como presentar mi cara oculta, esa puta amante del sexo anal que habita en mí. Casi podía decir que disfrutaba al estar en esa posición, mostrando a otra persona mis agujeros dilatados; como si los ofreciera, aguardando una penetración.
—Dale, Fabián… meteme los dedos —dije, casi suplicando—. Sino no vamos a terminar más.
Él me acarició la concha, como si quisiera desparramar mis juegos por todas partes, y luego metió dos dedos tan hondo como le fue posible. Volví a gemir. Podía sentir la presión de su pene erecto contra una de mis nalgas. Intenté no moverme, supuse que si apartaba Fabián podría ofenderse, al fin y al cabo no era su culpa tener una erección.
¿Qué importaba si se le paraba la verga? Al fin y al cabo era un chico sano, joven y que estaba atravesando por un momento muy particular. Me estaba ayudando con un problema en el cual nunca debí meterlo; la culpa era mía y no de él. Era mi responsabilidad hacerlo sentir cómodo. Separé un poco más las piernas, él estaba de rodillas entre ellas, bastante cerca de mí, con la verga cruzando en diagonal una de mis nalgas
Mientras mi hijo me colaba los dedos, y mi calentura aumentaba, se me ocurrió pensar en cómo sería Fabián en la cama, con una mujer. Debería haber sorprendido a más de una, quizá una compañera de la facultad que quisiera pagarle algún favor al cerebrito de la clase, y se topara con semejante verga. No podía más con la curiosidad y tuve que preguntarlo.
—Fabián ¿Vos tenés novia?
—¿Eh? —La pregunta pareció tomarlo por sorpresa, ya que dejó los dedos quietos en el interior de mi concha.
—Si tenés novia... o tuviste alguna; porque nunca me contaste...
—Será porque nunca tuve.
—¿Nunca? ¿Ni una sola? —Imaginaba esa respuesta.
—No.
—Eso quiere decir que... nunca estuviste con una mujer.
—Así es. ¿Hay algo de malo en eso? —Noté cierta incomodidad en su voz.
—No, para nada. No tiene nada de malo, hijo. Todavía sos un chico joven y seguramente ya llegará la indicada. La vas a hacer muy feliz, creeme. —Lamenté haber dicho eso, esperaba que él no se diera cuenta de que estaba haciendo referencia al tamaño de su verga.
—Eso espero. Me ponen un poco nervioso las mujeres.
—¿Y a quién no? Incluso a mí me ponen nerviosas.
—¿En qué sentido? —Preguntó, mientras volvía al ritmo habitual del mete y saca; mi vagina volvió a gozar las constantes oleadas de placer.
—Es que las mujeres solemos ser muy competitivas. Cuando yo tenía tu edad y me gustaba un chico, siempre tenía miedo de que alguna de mis amigas intentara acostarse con él. Nunca sabía qué intenciones tenían.
—Eso me pasa a mí, nunca sé qué intenciones tienen las mujeres. A veces parecen demasiado amigables y otras veces intentan alejarte.
—Si alguna chica intenta alejarte es porque todavía no te conoció bien.
“No conoce el pedazo que tenés”, pensé.
—Supongo —dijo, con resignación.
Sentí un poco de pena por él, era un buen chico y no merecía sufrir; pero yo no podía salir a la calle a buscarle una novia. Intenté dejar el tema atrás y volver a preocuparme por esas malditas uvas.
—Creo que vamos a tener que probar de otra forma —le dije, apartándome.
—No se me ocurre nada.
Me puse de rodillas en la cama y me quedé pensando. Mis ojos fueron atraídos por el erecto y venoso miembro de mi hijo. Curiosamente ya no me sentía tan avergonzada como al principio. Súbitamente llegué a la conclusión de que, al tener mi cuerpo en posición vertical, la gravedad podría ayudar a que las uvas bajaran. Separé una pierna y apoyé la planta del pie sobre la cama, manteniendo la otra rodilla hincada en el colchón.
—A ver si esto ayuda un poco —dije.
Fabián me miró intrigado durante unos segundos, pero luego se colocó justo frente a mí; quedamos cara a cara. Apenada bajé la cabeza, para no tener que mirarlo a los ojos. Él movió tímidamente los dedos por fuera de mi vagina, esto me produjo tanto placer que mi rostro se convirtió en la mueca sorda de un gemido. Introdujo una vez más sus dedos, él debía inclinarse un poco para hacer esto. La punta de su verga quedó contra mi muslo izquierdo. Sus dedos me ponían intranquila, se movían con demasiada ligereza dentro de mi vagina y su mano ocasionalmente me rozaba el clítoris. «Es lógico que te calientes, Carmen—me decía una y otra vez—. No importa quién te toque, no dejan de ser dedos dentro de tu vagina».
Tenía la sensación de que sus dedos estaban yendo más profundo en mi interior. Se hincaban de a dos y se movían dentro, deleitándome con rítmico baile circular. El dorso de mi mano rozó el tibio y suave glande mi hijo, debería haberme apartado ante el más mínimo contacto; sin embargo no lo hice. La muñeca de Fabián comenzó a moverse, sus dedos entraron y salieron de mi vagina a mayor velocidad de la que hubiera preferido. Mi traviesa mano se movió por sí sola y cuando me di cuenta ya estaba pasando suavemente las uñas a lo largo de esa verga erecta.
—No sé de dónde la sacaste tan grande. —Ni siquiera yo podía creer que esas palabras hubieran salido de mi propia boca—. Tu padre no la tenía así, para nada.
—¿No? Siempre creí que sí. —Respondió Fabián con una sorprendente calma.
—Para nada... la de él era tamaño medio, tirando a pequeña.
Las yemas de mis dedos acariciaron la tersa piel que cubría ese duro falo, desde la base, donde terminaba el espeso vello púbico, hasta el glande.
—Creo que hubiéramos sido más felices juntos si la hubiera tenido así... —me quedé muda durante un segundo—. Perdoname hijo, estoy muy nerviosa y no sé qué estoy diciendo.
—Sí, lo noto. Creo que por eso las uvas no bajan. Al estar tan nerviosa se quedan apretadas dentro.
—Creo que sí... ya lo había pensado, pero no sé qué hacer.
—Me parece que estamos encarando mal la situación —«Como si quedaran dudas de eso», pensé—. Tal vez lo único que hay que hacer es relajarte.
—¿Y cómo pensás hacer eso? Sabés que no tomo calmantes, no me gustan.
—Podrías acostarte, cerrar los ojos un rato... ya sabés, relajarte.
—No soy muy buena para esas cosas —admití.
—Puedo intentar hacerte un masaje en la espalda ¿eso ayudaría?
—Sí, me vendrían muy bien unos masajes —le sonreí maternalmente.
Me gustó esa idea porque no implicaba ser penetrada por los gruesos dedos de mi hijo.
Me acosté boca abajo en la cama, estirando todo mi cuerpo y apoyé la cabeza en una almohada. Fabián se colocó de rodillas a mi lado y me regaló unas cuantas caricias dulces, capaces de calmar una fiera. Luego comenzó a hincar sus dedos en los tensos músculos de mi espalda.
—Uf, esto sí me gusta —aseguré.
—No hables, vos hacé todo lo posible por relajarte.
—Está bien... y gracias.
Sus manos llegaron hasta mi cuello, donde no se detuvieron ni por un segundo. Podía notar como cada músculo se relajaba, dejando atrás esa horrible sensación de pesadez. Habían pasado años desde que alguien me hizo un masaje, mi cuerpo lo necesitaba. De pronto algo tibio se posó en mi cadera, me di cuenta de que Fabián se había acercado más, y su gruesa verga estaba rozándome. No podía decirle nada, al fin y al cabo no era su culpa tener una erección, yo se la había provocado. Como no quería avergonzarlo, me quedé callada.
El masaje continuó, pero ya no me estaba relajando tanto al sentir su virilidad frotándose levemente contra mi cuerpo. No sé si él habrá notado esto o simplemente quiso cambiar de posición, pero se apartó de allí y se puso más atrás. Una de sus rodillas quedó hincada entre mis piernas, desde esa posición sus manos podían abarcar más de mi espalda, a lo largo. Sus duros dedos se hundieron en mi suave carne y suspiré por el inmenso alivio que esto me provocaba, tenía que admitir que mi hijo era bastante bueno haciendo masajes.
Luego de varios segundos volvió a moverse, pero esta vez me obligó a separar más las piernas. Él se puso justo entre ellas. Sus pesadas manos cayeron sobre mi cintura y presionando con sus palmas, recorrió toda mi espalda desde abajo hasta los hombros. Después hizo el camino inverso, llegando al punto de partida. Repitió este proceso varias veces y me di cuenta de que sus manos, al bajar, avanzaban siempre un poco más hacia mi cola; hasta que en un momento se detuvieron allí, en el centro de mis nalgas. Sentí una leve presión de sus dedos y luego volvió a subir. Cuando regresó hasta mis nalgas me sorprendí al sentir los pulgares acariciando levemente mi ano; no se detuvieron allí, sino que siguieron bajando un poco más hasta que presionaron contra mis ya húmedos labios vaginales. Un quedo suspiro escapó de mi boca. Fabián repitió esto una vez más, fue desde allí hasta mis hombros y luego volvió, acariciando una vez más mi culo y luego mi vagina. Podría haberme quejado, pero esas sutiles caricias me ayudaban mucho a relajarme, aunque al mismo tiempo elevaran mi temperatura corporal... si es que eso aún era posible.
Fabián sujetó mis piernas, elevándolas unos centímetros; entendí que su intención era separarlas un poco más, y yo, que estaba considerablemente más relajada, no hice nada para impedírselo. Se movió un poco sobre la cama, para acomodarse mejor, y volvió a masajearme; sólo que esta vez lo hizo comenzando directamente por mi cola. Abrió mis nalgas un poco y sin detenerse llegó hasta mi vulva, presionándola con la yema de sus pulgares. Me la abrió un poco y luego la soltó, sólo para acariciarme el clítoris desde abajo hacia arriba. Sus dedos se movieron rápidamente contra mi zona más erógena, como si me estuviera masturbando. El ritmo de mi respiración se aceleró; no tenía argumentos para quejarme, él ya me la había tocado toda, no podía impedirle que lo hiciera una vez más. Luego introdujo dos dedos, pero éstos no llegaron muy adentro. Los retiró. Me di cuenta de que la posición no favorecía mucho la búsqueda, por lo que se me ocurrió tomar una almohada y colocarla bajo mi vientre; de esta forma mi cola quedaba más arriba. Al acomodarme procuré mantener las piernas bien separadas.
Fabián volvió a juguetear con mi clítoris y mis labios vaginales, después metió los dos dedos y esta vez noté cómo se introducían más adentro. A partir de ese momento mi hijo comenzó con una serie de movimientos consecutivos. Con la mano derecha acarició mi espalda y mi cola, al mismo tiempo que con la mano izquierda hurgaba dentro de mi concha; luego estos dedos salían, frotaban y presionaban mi clítoris durante unos segundos y se volvían a meter. Esto se repitió dos veces... tres... cuatro... y a mí cada vez me costaba más controlar mis gemidos que luchaban por manifestarse. Sus dedos se movían tan rápido que superaban por mucho el trabajo que yo misma podía hacer al masturbarme.
¡Me estaba haciendo una paja! ¡Mi hijo me estaba pajeando!
Cuando sus dedos salieron una vez más de húmeda caverna lujuriosa, se centraron en mi clítoris, formando pequeños círculos hacia un lado y luego hacia el otro. Pasados unos pocos segundos me di cuenta de que se estaba tomando más tiempo para esto del que se había tomado antes; también noté que lo hacía con más energía y que con su otra mano me apretaba con fuerza una nalga. Mi concha se encargaba de lubricarle los dedos y éstos se movían con gran facilidad contra mi pequeño botoncito. Flexioné levemente una rodilla y creo que esto aumentó la apertura de mis piernas. Mi hijo no se detenía y yo me aferré con fuerza a las sábanas, estrujándolas.
Esto no era parte del acuerdo. Estiré mi mano izquierda hacia atrás, con la intención de detenerlo, sin embargo cambié de opinión en cuanto llegué. Fue casi como si mi mano se moviera por voluntad propia. En lugar de apartar la de Fabián, me metí dos dedos en la concha y comencé a moverlos rápidamente de adentro hacia afuera. La sensación fue grandiosa, el placer formado en el epicentro de mi feminidad se esparcía hacia todo mi cuerpo. Tenía ganas de hacerme una paja, y mi calentura era tal que ya no me pude resistir, aunque mi hijo estuviera mirando.
Lo único que se escuchaba en la habitación era mi agitada respiración y el húmedo chasquido de mis dedos, sumados a los de Fabián, moviéndose a gran velocidad contra mi húmeda concha. Comencé a menearme lentamente, subiendo y bajando mi pelvis, ya no podía contener los gemidos y éstos escapaban ocasionalmente de mi boca. Saqué los dedos del agujero y abrí mis labios vaginales, como si quisiera mostrarle todo mi sexo a mi hijo, luego deslicé los dedos hacia arriba y acaricié el agujero de mi culo; mojándolo con mis propios flujos vaginales. El cosquilleo fue tan agradable que me dieron ganas de penetrarlo, pero luché por contenerme. Aparté la mano de allí.
Fabián también quitó su mano pero fue solo para reemplazarla por la otra. Acarició toda mi concha, desde abajo hacia arriba, luego hizo lo mismo con mi culo. Volvió al clítoris y siguió frotándolo. Llevé mi mano derecha hacia atrás, para volver a colarme los dedos, pero esta vez me llevé una gran sorpresa... tan grande como la verga de mi hijo. Casi automáticamente mis dedos se ciñeron a su pene, el cual estaba completamente rígido.
Cuatro dedos frotaban de un lado a otro toda mi concha y yo, perdiendo la compostura, comencé a acariciar y a apretar esa dura verga. Al empujarla hacia abajo la punta de ésta quedó apoyada en ese espacio de separación que hay entre el culo y la vagina. Sin ser del todo consciente de mis actos, sujeté la verga con fuerza y la bajé un poco, provocando que el glande surcara entre mis carnosos labios vaginales y al mismo tiempo se humedeciera con mis jugos. ¡¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que un pene estuvo tan cerca de mi concha?!
Sentí que mi vulva se hinchaba ante la presión del glande y los dedos de Fabián. Lentamente fui subiendo ese duro falo hasta que su punta quedó contra mi culo. Lo dejé ahí y lo acaricié en toda su extensión, centrándome durante unos segundos en el glande. Inconscientemente lo presioné un par de veces, casi como si quisiera que se hundiera en mi ano; esa leve presión me produjo una sensación muy placentera. Sin embargo recobré leves vestigios de cordura y dejé de tocar el pene.
Mi hijo dejó de frotar mi clítoris al instante y, para mi alivio, volvió a posar sus grandes manos en la parte baja de mi cintura. Las podía sentir húmedas, pero no me importó, lo importante fue que él retomó los masajes; sin embargo su dura verga quedó cómodamente posada entre mis nalgas. Cuando las palmas de sus manos llegaron a mis omóplatos noté que su miembro se deslizaba un poco hacia arriba. Al hacer el camino inverso por mi espalda noté que esta vez su pene se deslizaba hacia atrás, quedando una vez más contra mi concha. Las manos de Fabián volvieron a subir y su verga hizo lo mismo, provocándome un agradable cosquilleo en el culo. Nunca un hombre me había tratado de esa manera, tan dulce y erótica; mi cerebro se confundía y mientras la acción se repetía, olvidaba que en realidad se trataba de mi propio hijo.
Todo lo que él hacía, mi cuerpo lo interpretaba como “juego previo al sexo”, y yo nunca había disfrutado tanto tiempo de estos juegos; casi siempre me penetraban pocos segundos después de que me quitara la ropa.
Una vez más sus manos recorrieron toda mi espalda, desde abajo hacia arriba y esa dura y gran verga se deslizó entre mis labios vaginales. Flexioné la otra pierna, separándola aún más, y me apoyé un poco sobre las rodillas elevando levemente mi cola. Estaba toda abierta y detrás de mí había una verga erecta frotándose contra mis partes íntimas. Abandonando una vez más mi sentido común, pasé una mano por debajo de mi propio cuerpo y comencé a masturbarme enérgicamente. Fabián agarró mis nalgas y comenzó a amasarlas, dejando su miembro reposar justo entre ellas, mientras se meneaba lentamente de atrás hacia adelante. Dejé de tocarme, para acariciar los velludos huevos de mi hijo, y luego volví a mi botoncito de placer.
Fabián se acomodó, apartando su verga de mi cola, pero dejándola apuntando hacia abajo, con el tronco contra mis labios vaginales. Mientras me frotaba el clítoris podía acariciársela. Se inclinó hacia adelante y me regaló una sensual caricia que me hizo estremecer. Sus varoniles manos subieron por los lados de mi espalda, llegaron hasta mis hombros y antes de que me diera cuenta, bajaron hasta aferrarse a mis tetas. Sentí dos descargas eléctricas de placer en cuanto tocó mis rígidos pezones. Comenzó a sobarme los pechos al mismo tiempo que meneaba su cadera, haciendo que su verga se deslizara de arriba abajo contra mi concha. Noté que su estómago estaba apoyado contra mi cola y su pecho muy cerca de mi espalda. Empezó a moverse con cada vez más brío, yo estaba sumergida en un trance de pasión y lujuria, ajena a la realidad; cuando la punta de su verga amenazó con meterse dentro del agujero de mi concha. Allí recobré súbitamente la cordura y me di cuenta de que eso no podía estar pasando. Me moví rápidamente para alejarme, él me liberó de sus brazos y me dejó ir.
—Esperá —le dije sentándome en la cama, miré atónita su larga verga con las venas bien marcadas, cubierta de mis propios flujos vaginales.
—¿Pasa algo? —Preguntó él, confundido.
—Mejor paremos un poco —le dije, luego tragué saliva.
—¿Cómo?
—Que paremos, porque... —No quería decirle que la verdadera razón era que me sentía muy incómoda con lo que había ocurrido—, porque tengo sed. Quiero tomar algo fresco. Después seguimos intentando.
Me levanté de la cama y enfilé hacia la puerta. Estaba desorientada, como si me hubiera despertado de un sueño irreal. No podía creer que hubiera llegado tan lejos con mi propio hijo, pero al mismo tiempo todo mi cuerpo se estremecía por el placer que lo había inundado.
—Está bien, tomemos algo...
—Sí, estoy muerta de sed. ¿No sabés si quedó algún vino tinto? —Intenté apartar de mi mente todo lo ocurrido.
—Creo que sí.
Fuimos hasta la cocina comedor, que estaba ubicada en la parte posterior de la casa, luego de pasar por todos los dormitorios. Abrí la heladera y me encontré con una reluciente botella de vino tinto aguardando pacientemente por mí. La saqué y se la cedí a mi hijo, él se encargó de quitarle el corcho mientras a mí la cabeza me daba vueltas. Pensaba en todo lo que había ocurrido, había sido una situación sumamente excitante, pero sabía que nunca tendríamos que haber llegado tan lejos; sin embargo una parte en el fondo de mi ser agradecía el momento erótico y morboso. Esa parte de mí lo necesitaba, aunque me costara mucho admitirlo.
—¿Te sirvo un vaso? —Me preguntó Fabián. Me di cuenta de que le estaba mirando fijamente la verga.
—Sí, por favor, uno bastante cargado.
Bebí de un sorbo la mitad del contenido del vaso, el dulce néctar vigorizó todo mi cuerpo, provocándome una agradable tibieza en la garganta. En ese momento comencé a reírme.
—¿De qué te reís?
—Por la ironía. Quiero sacar las uvas de mi cuerpo, pero al mismo tiempo tomo jugo de uvas. De todas formas lo necesitaba... y mucho.
—¿El vino o el meterte las uvas? —Curiosamente su insolente pregunta no me m*****ó.
—Las dos cosas —respondí, con picardía.
Tomé de la copa con naturalidad, como si no me importara en lo más mínimo estar desnuda frente a mi hijo.
—¿Y dónde aprendiste a hacer tan buenos masajes? —Le pregunté.
—En ningún lado —respondió, encogiéndose de hombros—. Solamente hice lo que pensé que sería mejor.
—Tenés talento para los masajes, me gustaron mucho.
—¿Estás más tranquila?
—Sí, un poco más tranquila. Todavía estoy algo asustada por lo de las uvas, pero ya salió una. Lo más probable es que podamos sacar las otras. Ahora ya no siento que la noche se haya arruinado por completo. Incluso estoy un poco más contenta. Necesitaba hacerme una buena paja y disfrutar un poco… ¡Ay, perdón! Me fui al carajo diciendo eso…
—Está bien, mamá —me pareció notar que su verga daba un pequeño saltito, como si se hubiera puesto más dura—. Entiendo que hayas necesitado eso, hacía tiempo que venías de mal humor…
—¿Vos también pensás eso?
—Bueno, sí… un poco. Estaba algo preocupado, porque te veía mal.
—Podés quedarte más tranquilo, lo de las uvas me preocupa un poquito; pero de verdad que estoy contenta. Hacía rato que no me toqueteaban la concha de esa manera. —Esas palabras salieron de mi boca sin que yo pudiera controlarlas. Di media vuelta, dándole la espalda a mi Fabián, y dije:—. Vení, colame los dedos un ratito. —Me incliné, separé mis piernas y le ofrecí mi sexo—. Aprovechá que tengo la concha bien abierta, y los dedos entran fácil. —Él no me hizo esperar, se acercó a mí y clavó dos dedos en mi orificio, mientras yo tomaba un buen sorbo de vino—. Movelos rápido, como si me estuvieras haciendo una paja. Tal vez eso ayuda a que bajen. —Él obedeció, los movimientos empezaron a ser cada vez más rápido, produciendo húmedos chasquidos—. Eso, así así —dije, con la respiración agitada. Realmente me estaba dejando pajear por mi propio hijo, aunque era por una buena causa—. Mirá que yo tengo lugar en la concha, ya me metí cosas bastante grandes. —Mi excitación me estaba llevando a confesar cosas que nunca le había contado a nadie—. Si querés podés meter otro dedo.
—¿Segura? ¿No te va a hacer mal?
—Segura, ya la tengo re abierta. Meteme otro dedo, dale.
El tercer dedo estaba entrado, y yo bebía otro sorbo de vino, cuando escuché ruidos provenientes de la puerta de entrada de la casa. Tanto Fabián como yo nos pusimos en alerta, alguien estaba haciendo girar la llave.
La puerta se abrió y pudimos escuchar una alegre risotada, esa voz era inconfundible, se trataba de Luisa... y no venía sola.
Nokomi
Autor: AkuSokuZan Categoría: Tabú
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El Fruto del Incesto: Malditas Uvas - parte 2
2019-08-27
Capítulo 02
Desesperación
Golpeé la puerta del dormitorio de mi hija Luisa. Ella no respondió. Estaba desesperada, no podía quitar las uvas que yo misma, como una estúpida e inmadura, había introducido en mi vagina. Intenté abrir la puerta, pero estaba cerrada con llave; mi impaciencia se transformó en furia.
—¡Luisa, abrí! —Volví a golpear.
—¿Qué querés? —me respondió ella, empleando el mismo tono de voz que yo.
—Te estoy diciendo que abras la puert...
La puerta se abrió.
Mi hija me miró con el ceño fruncido, estaba prolijamente maquillada, su cabello formaba perfectos bucles y llevaba puesto un corto vestido de noche, color vino tinto.
—¿Qué hacés vestida así? —le pregunté.
—Me tengo que ir. Tengo una fiesta.
—No, pará... primero tenés que ayudarme con algo...
—¡Ah no, mamá! Otra vez no me cagás la noche —la miré boquiabierta—. Siempre es lo mismo con vos, cada vez que yo quiero hacer algo divertido con mis amigas, vos empezás con que te duele algo... con que te sentís sola... con que nadie te quiere. Lo único que lográs es amargarme tanto que me quitás las ganas de salir. Lo único que querés es que yo me quede dando pena con vos. ¡Ya me tenés harta! Si estás deprimida... ¡entonces bus**te un macho que te atienda! A mí no me jodas. ¡Me voy!
Diciendo esto me dio un leve empujón y pasó a mi lado hecha una furia. Luisa siempre había tenido carácter fuerte, pero no acostumbraba a ser tan directa conmigo; sólo decía esas cosas cuando estaba realmente enojada. Me avergoncé de mí misma mientras la miraba marcharse. ¿Esa era la imagen que tenía mi hija de mí? ¿Me creía una vieja depresiva y aguafiestas? De pronto invadió mi mente una seguidilla de recuerdos. Sus acusaciones no eran muy disparatadas, más de una vez me había sentido mal, recurrí a Luisa. Por eso ella canceló su salida en más de una ocasión. Siempre creí que lo hacía por amor a mí; pero no se me ocurrió pensar que tal vez yo la estuviera manipulando para que no saliera. Yo no tenía con quién salir.
¿Un macho que me atienda? Esas palabras dolían mucho... si yo tuviera un macho que me atienda seguramente no sería la vieja depresiva en la que me convertí.
Volví abatida a mi dormitorio, me sentía muy triste. Luisa tenía razón en todo lo que dijo... dolía mucho admitirlo, pero tenía razón. No quería ser una mala madre, solo... solo necesitaba a alguien que me hiciera compañía. Una lágrima se desprendió de mi ojo, pero la sequé inmediatamente con mi mano, si lloraba sólo empeoraría las cosas.
Ahora no tenía quién me ayudara a quitar las uvas, sentí un horrible escalofrío de sólo imaginarme la cara que pondría el ginecólogo de turno cuando le contara lo que había hecho. ¿Y si esto quedaba dentro de mi historial médico y luego distintos doctores lo leían? También podría ocurrir que el ginecólogo tuviera alguna asistente y que luego de mi partida se pusieran a comentar lo ocurrido. Se reirían de mí diciendo cosas como: “Esa vieja es más pajera que una pendeja”, “¿Cómo puede ser que a su edad siga haciéndose la paja y que se meta cosas por la vagina?”. Lo que más me aterraba era que dijeran algo como: “Lo peor de todo era el culo... ¿vio lo abierto que lo tenía?. Esta vieja puta seguro se mete muchas cosas por el culo”. No podía tolerar semejante vergüenza.
—¿Qué pasó mamá? —Giré la cabeza y vi que mi hijo Fabián estaba parado en la puerta de mi cuarto, mirándome con preocupación—. Escuché que discutías con Luisa.
—No pasa nada, Fabián. No te preocupes.
—Algo pasa, te veo muy mal. ¿Se pelearon porque vos no querías que ella salga a bailar?
—No, para nada... sólo le pedí que me ayudara con algo... ella malinterpretó las cosas. Se enojó, me gritó de todo y se fue.
—¿Te gritó sólo por eso? ¡Qué pendeja de mierda! La voy a llamar y le voy a decir de todo.
Fabián era algunos años mayor que Luisa y siempre obraba como tal, su personalidad se diferenciaba mucho a la de ella. Él era muy práctico, muy maduro, sumamente centrado y tranquilo. No acostumbraba a salir mucho de la casa y por lo general nunca se metía en problemas.
—No, Fabián. No quiero que se peleen... además, ella tiene razón. Siempre le arruino las salidas.
—No es cierto, ella sale mucho a bailar, tiene dieciocho años, no puede pretender salir todos los fines de semana.
—De todas formas eso no viene al caso... esta vez sí necesitaba que me ayudara con algo... creo que me pasó como al pastorcito mentiroso; tanto gritar que venía el lobo... y cuando el lobo vino de verdad, nadie acudió a ayudarlo.
—¿Y qué lobo vino a amenazarte?
—No puedo contarte —bajé la cabeza, avergonzada.
Pasados unos segundos lo miré a los ojos, él parecía un hombre adulto, hasta su complexión física le aportaba años que no tenía. Su mentón cuadrado, su piel morena y su ceño serio hacían que pareciera de treinta años, o más.
—¿Asunto de mujeres? —Preguntó.
—Sí, exactamente eso... es un asunto muy femenino. Tu hermana era la única que podía ayudarme y ahora no sé qué hacer, no quiero ir al... —me quedé callada porque me di cuenta de que estaba hablando más de la cuenta.
—¿Ir a dónde?
—A ninguna parte —respondí.
—Mamá, no soy un nene idiota. Podés contarme lo que pasa.
Miré a Fabián fijamente. ¿Podría él ayudarme con mi problema? Era sumamente vergonzoso confesarle lo que había hecho y contarle cuál era el problema; sin embargo él sería reservado y nunca le contaría a nadie. Mi secreto moriría con él... y tal vez yo me moriría de la vergüenza. Intenté relajarme, respiré suavemente, mirando mis manos, las cuales reposaban sobre mis rodillas. Sería cuestión de un minuto, sólo necesitaba que alguien introdujera sus dedos y retirase las uvas; problema resuelto. Es decir, el problema físico quedaría resuelto, el psicológico comenzaría a partir de ese momento. Tendría que cargar con la imagen de mi hijo introduciendo los dedos en mi vagina y él tendría que cargar con la noción de que su madre se masturbaba... bueno, tal vez eso ya lo suponía y ni siquiera pensaba en el asunto. Pero sabría que además de hacerme la paja, lo hacía de forma poco convencional.
Definitivamente no quería ir al ginecólogo y debía considerar que si lo hacía, tendría que pedirle a Fabián que me llevara. Yo no sé manejar y él es quien se encarga del el auto. Podría pedirme un taxi; pero Fabián insistiría, me quitaría la información de una u otra forma. No podía hacer otra cosa que contarle lo ocurrido y dejar que me ayude.
—Te voy a contar, pero tal vez no te agrade lo que vas a escuchar —le advertí—. ¿Estás preparado? Después no quiero quejas.
—Sí, mamá. Contame lo que pasa, quiero ayudarte.
Intenté hablar lo más rápido posible, para soltar toda la información de una sola vez.
—Hace un rato estaba... —Mordí mi labio inferior; me sentí extraña al pensar en esa palabra; pero quería ser lo más clara posible—, me estaba masturbando... y usé algunas de esas uvas. —Señalé con un gesto de la cabeza el plato de uvas que estaba sobre mi mesa de luz—. El problema es que se me quedaron adentro y no puedo sacarlas. Quería que tu hermana me ayudara, pero se fue... por eso te quiero pedir a vos que me ayudes —lo miré fijamente, él tenía los ojos muy abiertos.
—Perdón mamá, pero no puedo ayudarte con eso. —Se había puesto incómodo, podía notarlo. Esto era extraño en él porque solía ser un chico capaz de controlar sus emociones—. ¿Por qué mejor no vas a un médico?
—¿A esta hora... un sábado... por unas uvas de mierda? Me van a tener toda la puta noche esperando en la guardia, atendiendo a los que realmente necesitan ayuda. ¿No me vas a ayudar?
—No... perdón... pero no puedo.
—No podés o no querés? —Volví a enfadarme— ¿Para qué carajo una tiene hijos si cuando necesita ayuda la ignoran? Te imaginaba más maduro, Fabián. Al fin y al cabo te estás comportando como un chiquillo. Está bien, no te preocupes, ya voy a encontrar algo con qué sacarlas.
—Te podés lastimar si usás cualquier cosa. La vagina es una zona sensible, si te cortás con algo por dentro podrías tener un gran problema.
—¿Si sos tan experto en conchas, por qué no me ayudás? —Lo que más me m*****aba de Fabián era su inoportuna forma de hablar, como si fuera una enciclopedia con todas las respuestas.
—Porque sos mi mamá...
—¿Y eso qué tiene? Te estoy pidiendo ayuda con un problema... nada más. Yo te vi las bolas durante muchos años... inclusive cuando ya tenías edad para que no te las vea...
Sabía que eso era un golpe bajo para él, indirectamente le recordé un suceso que había ocurrido hacía apenas un año y medio. Lo sorprendí en el baño, sentado en el inodoro, con la mano derecha en su verga, sacudiéndosela con la intención de masturbarse. Fue una situación incómoda para ambos, pero hicimos como si nada hubiera ocurrido.
—Está bien... está bien. Te voy a ayudar —dijo, con poca convicción.
—No, Fabián. Si no querés hacerlo, no te puedo obligar.
—¿Otra vez con lo mismo, mamá?
—¿A qué te referís?
—Es que siempre hacés lo mismo... exigís que haga algo y cuando accedo, empezás a decir que ya no tengo que hacerlo. No entiendo por qué.
—¿Pero qué le pasa hoy a mis hijos? —Me pregunté en voz alta—. ¿Hoy todos me van a psicoanalizar? Si querés ayudarme... bien... sino, también.
—Te voy a ayudar porque no quiero que te pase nada malo. Si no podés sacar las uvas se te puede infectar.
—Sí, lo sé. Ya pensé en eso. Gracias por recordármelo, me deja muy tranquila —Fabián se acercó a mí, lo noté decidido—. Quiero que sepas que esto es muy vergonzoso para mí y esta situación me incomoda tanto como a vos.
—Está bien mamá, no te preocupes. Son cosas que pasan...
—¿Cosas que pasan? ¿A quién le pasan estas cosas? —Por la mueca que hizo con su boca supe que no quería responderme a esa pregunta—. No pienses eso de mí, Fabián. Por favor te lo pido.
—No pensé nada malo.
—Sí que lo pensaste... esto le pasa a las pajeras ¿cierto?
—No pensé eso.
—¿Entonces en qué?
—Hace mucho tiempo que no estás con un hombre, al menos eso imagino. Nos contás casi todo a Luisa y a mí... si hubieras salido con alguien, nos hubiéramos enterado.
—Así es.
—Y bueno... el cuerpo tiene necesidades que necesitan ser aplacadas, de lo contrario la tensión emocional podría crecer mucho. —Otra vez con ese tonito de “Wikipedia parlante”.
—No me vengas con sermones, Fabián. Me quiero morir.
—No es tan grave, mamá. Tiene solución. Mientras antes empecemos, antes vamos a terminar.
—Cortala con ese tonito de “Señor maduro”, que me desespera.
—¿Qué tonito?
—¡ESE tonito! ¡La puta madre! ¿No entendés que esto es muy difícil para mí? —Estrujé la tela de mi bata con los dedos.
—Lo entiendo perfectamente, mamá. Por eso dije que estaba dispuesto a ayudarte. Perdón por haberme negado al principio, es que me puse un poco nervioso y no pensé con claridad. —Otra vez ese puto tonito; pero esta vez no se lo recriminé. Quería terminar con todo lo antes posible e irme a dormir... si es que podía hacerlo.
—¡Bueno, basta! —Exclamé—. Ayudame y terminemos con esto. Si le contás algo a alguien lo que pasó hoy... te mato.
—Entiendo...
—No, no entendés. Te mato en serio. —Lo amenacé con mi dedo índice; pero él solamente sonrió—. Y te entierro en el patio.
—Mamá, vos no agarraste nunca una pala en toda tu vida.
—Tampoco nunca me había metido uvas... ¡y ya ves!
—Bien, bien... bien. Capté el mensaje. ¿Cómo las sacamos? —Preguntó acercándose.
—Yo ya probé todo lo que se me ocurrió. Pedirte ayuda es mi último recurso... ya te imaginarás qué tenés que hacer para sacarlas.
—Comprendo. —¿Por qué mierda estaba tan tranquilo? Me exasperaba; pero necesitaba su ayuda y no quería hacerlo enojar—. ¿Te vas a acostar?
—Supongo... creo que sería la forma más fácil —le dije, intranquila.
Miré la cama, no quería hacerlo. Dios sabe que no quería que mi hijo me viera desnuda; pero era eso o ir al hospital, lo cual me avergonzaba aún más. Además ya le había contado, esa vergüenza no podría sacármela nunca más en la vida... ya estaba hecho. Me tendí en la cama y me acomodé en el centro de la misma, apoyé la cabeza en la almohada y una vez más los nervios se apoderaron de mí.
—No sé... no sé... —comencé a decir incoherentemente.
—Tranquila mamá. Lo vamos a poder solucionar rápido —me dijo Fabián, sentándose a mi lado. Agarró firmemente una de mis manos, eso me tranquilizó un poco.
Mordí mis labios hasta que me dolieron y junté todo el coraje que tenía. Abrí la bata de una sola vez, sentí que todo mi cuerpo se calentaba, por pura vergüenza; debía tener las mejillas rojas. Mi hijo podía ver mis pechos caídos, mi vientre con ondas, el cual ya no era ni remotamente parecido al de mi juventud, y mi pubis cubierto de enmarañados pelitos negros.
—Está bien, ahora tenés que separar las piernas. —El muy desgraciado me hablaba como si fuera un médico experimentado, me daban ganas de matarlo.
Abrí lentamente las piernas y flexioné las rodillas, como si estuviera a punto de parir... “Parir un viñedo”, pensé. Intenté abstraer mi mente, pensar en otra cosa; pero no lo conseguí. Me sobresalté cuando sentí una de las cálidas y pesadas manos de Fabián contra mi muslo derecho.
—Tranquila —repetía incesablemente—, voy a intentar sacarlas. ¿Te acordás de cuántas eran?
—No sé... cuatro o cinco... o... diez ¡no sé! —Estaba bloqueada.
Me avergonzaba de mí misma por haber puesto a mi hijo en semejante situación. Para él no debía ser nada agradable verme toda la concha en un detallado primer plano. Para colmo tendría que usar sus dedos para res**tar esas malditas uvas, y todo por culpa de que su madre era una cuarentona depresiva y pajera.
—Bueno, voy por la primera. —Un leve cosquilleo me invadió en los labios de mi vagina.
—¡Ay no! —Grité, apartando rápidamente su mano.
—Mamá, si no te calmás un poco no voy a poder ayudarte.
—Es que...
—“Es que”, nada. Seguramente salen enseguida. —Una leve sonrisa apareció en sus labios.
—¿Y si no salen? —Tenía la sensación de que todo mi cuerpo se entumecería, debido a lo tensionados que tenía los músculos.
—Vos no te preocupes por eso ahora, yo me encargo.
—Está bien... y Fabián...
—¿Qué?
—Cortala con el puto tonito —dije, con los dientes apretados; clavé mis uñas en su muñeca, poniéndole esa parte de la piel blanca y luego ésta tomó color otra vez, cuando lo solté.
Me recosté, tragué saliva y aguardé. Mi corazón latía rápidamente y el sudor cubría mi frente, como si tuviera fiebre. Uno de los dedos de Fabián acarició suavemente mis labios vaginales. Estrujé la sábana con mis manos para evitar apartarlo otra vez. Las caricias continuaron, podía sentir la yema de su dedo moviéndose lentamente de arriba abajo, provocándome un incómodo cosquilleo. Era muy incómodo, viniendo de mi propio hijo; casi parecía que fuera un amante intentando calentarme. Estuve a punto pedirle que se detuviera, cuando me di cuenta por qué hacía eso. Mi vagina comenzó a humedecerse, él recolectó esos jugos con la punta del dedo y lo fue esparciendo por el exterior de mi vagina. Si bien estaba estimulando sexualmente mi concha, lo hacía para lubricarme; tenía sentido... era vergonzoso, pero tenía sentido. Tenía la esperanza de que eso sirviera para res**tar las uvas. Llegó el momento de la verdad: su dedo índice comenzó a entrar lentamente.
—Despacito —le dije.
—Sí, vos quedate tranquila —dijo, con ese puto tonito.
Noté que él estaba muy concentrado mirando mi entrepierna, como si fuera un doctor. Tal vez debería estar estudiado algo relacionado a la medicina, sin embargo prefirió iniciar la carrera de economía, vaya uno a saber por qué.
Su dedo avanzó lentamente, al ritmo que mi incomodidad crecía; hacía mucho tiempo que una mano ajena no me tocaba esa zona. Unos minutos atrás estuve fantaseando con la idea de que un hombre se entretuviera con mi concha, y por las vueltas de la vida, ese deseo se volvió en mi contra. Ahora tenía el dedo de mi propio hijo dentro que de una de las zonas más íntimas de mi anatomía. Él utilizó el dedo como un gancho dentro de mi cavidad, pero no logró capturar nada. Pude darme cuenta que apenas estaba hurgando en la entrada de mi vagina.
—Fabián, si realmente queremos sacar las uvas… vas a tener que meter el dedo más adentro. Ahí, en la entradita, no vas a encontrar nada. Sé que te incomoda tener que hurgarme así… pero yo sola no puedo.
—Está bien, lo voya intentar. —Ahora él también sonaba nervioso, estuve tentada a decirle: “¿Viste que no era tan fácil?”, pero guardé silencio.
Mis nervios no ayudaban en mucho, hacían que mi sexo se contrajera; sin embargo él insistió y entró un poco más. Me moví incómoda, podía sentir cómo se me dilataba la vagina con su invasión. Me dolía un poco pero sabía que si me quejaba por eso, sólo preocuparía más a Fabián... y a mí también. Estaba a punto de decirle que se detuviera, pero él mismo retrocedió, aliviándome por unos instantes. Luego volvió a introducir su dedo, siempre lenta y cuidadosamente; como si realmente supiera lo que hacía.
—Mamá, respirá más lento; si estás tan alterada es peor.
—¿Y cómo querés que esté? —No me había dado cuenta de lo agitada que era mi respiración.
—Pasaste por dos partos, no creo que esto sea peor.
—Sí, pero el médico no era ningún hijo mío.
—Y tampoco estaba sacando uvas, lo cual creo que es más fácil. Intentá respirar con más tranquilidad. —Lo miré a los ojos e intenté hacer lo que él me pedía—. Eso mismo, así. Me voy a ayudar con otro dedo. —Asentí, mientras intentaba controlar mi ritmo cardíaco.
El segundo dedo dilató aún más mi vagina y también me produjo un poco de dolor. Fabián era muy cuidadoso y eso me ayudaba a tranquilizarme, aunque sea un poco.
—Creo que tengo algo, —me dijo por fin.
—Con cuidado...
Podía sentir el movimiento de sus dedos dentro de mí, me entusiasmé cuando sentí algo más moviéndose lentamente hacia afuera. Un poco más... ¡y salió!
—Tengo la primera —me dijo, mostrándome una uva llena de flujos vaginales. A pesar de lo incómodo de la situación, sonreí aliviada.
—¡Ay, gracias a Dios están saliendo!
—¿Gracias a Dios? ¡Gracias a mí!
—Callate... —Sabía que él no opinaba igual que yo en cuanto a creencias religiosas. No era el momento de discutir por eso.
—Al menos te veo más tranquila, hasta estás sonriendo. ¿Dónde dejo tu bebé uvita?
—¡La puta que te parió! —Me hizo reír, muy en contra de mi voluntad. Cubrí mi cara con ambas manos, sonrojándome aún más por la vergüenza—. Tirala al tacho de basura. —Señalé la papelera que tenía dentro de mi cuarto—. No la quiero ver nunca más.
—Pobrecita, ni siquiera la bautizaste.
—Te voy a bautizar por segunda vez si seguís haciendo esos chistes.
—No gracias, me bastó con la primera.
Tenía que admitir que mi estado de ánimo había mejorado considerablemente, el ver que las uvas saldrían me trajo una enorme satisfacción. Ahora era sólo cuestión de buscar las otras.
—Voy por la segunda —dijo él.
—Está bien, pero tené cuidado. —No era necesario advertirle, pero no sabía qué otra cosa decirle.
Al hundir sus dedos fue tan cuidadoso como antes, la dilatación de mi vagina era un poco mejor, lo cual le permitía maniobrar con mayor facilidad; yo intentaba relajarme lo máximo posible. Tal vez esto ayudaría a que mi vagina no estuviera tan tensa y las uvas se aflojaran solas. Giró los dedos dentro de mí, poniendo las yemas hacia arriba, y los dobló dentro, tocando las paredes superiores de mi cavidad vaginal.
—¡Ay! —exclamé aferrándome a las sábanas.
—¿Qué pasó, te hice mal?
—No, sólo me... sorprendiste.
No iba a decirle que una extraña puntada de placer me invadió. Había tocado una fibra sensible en mi sexo. Entiendo que esos dedos pertenecen a mi hijo, pero pasé tanto tiempo sin recibir esa clase de “afecto”, que cualquier roce en la vagina me producía placer. Además sus dedos se movían muy bien dentro de mí. Lo veía concentrado, mirando fijamente mi agujero vaginal. Hasta el detalle más íntimo de mi anatomía ya había quedado expuesto a los ojos de Fabián, y ambos tendríamos que aprender a vivir con eso. Él ya sabía cómo era cada pliegue de mi concha y cómo mi clítoris se asomaba fuera de su capullo, como pidiendo un poco de atención. Además no podía negar que estaba verdaderamente excitada, no habían pasado ni quince minutos desde que estuve masturbándome. Mi cuerpo aún conservaba secuelas de ese acto. Mi concha lubricaba como si los dedos que la penetraban fueran los de un gran amante. Yo intentaba pensar en otra cosa, pero mi vagina me decía que esa sensación era agradable.
Inspiré y exhalé una gran cantidad de aire, luego separé un poco más las piernas, con la esperanza de que esto facilitara la extracción de las uvas. Esto también me expuso aún más como mujer. Fabián estaba con el ceño fruncido y continuaba hurgando en mí, con aparente preocupación. A veces recibía otra puntada, de dolor o de placer; aunque no quisiera admitirlo. Él notaba mis sobresaltos, sin embargo no decía nada al respecto.
—No las encuentro —me anunció.
—Tienen que estar ahí, en algún lado. —Sacó sus dedos y vi que estaban empapados con mis flujos. Se habían formado delgados hilos que colgaban entre un dedo y otro—. Tenés que sacarlas, Fabián. No quiero ir al médico.
Debía hacer algo que ya había pensado, pero quería evitarlo, a no ser que no tuviera más alternativa. Levanté mis piernas y flexioné más las rodillas, dejando mis pies en el aire. Luego crucé mis brazos por la parte posterior de las rodillas y con ellos sostuve mis piernas. Utilicé la punta de mis dedos para abrirme la concha tanto como pude. Ésta era la pose que adoptaba cuando quería que un hombre me metiera su verga. Así dejaba mi concha absolutamente expuesta y abierta, para que me metieran todo lo que tuvieran que meter. Jamás me imaginé que pudiera adoptar esta pose tan sexual frente a mi propio hijo. Pero ya no me quedaban más alternativas. Él necesitaba tanto acceso a mi concha como yo pudiera brindarle.
Estaba totalmente expuesta ante mi hijo pero también estaba decidida a sacar esas malditas uvas de mi interior. Por más que odiara admitirlo, el calor en el interior de mi cuerpo había aumentado considerablemente. Estaba en una posición sumamente vergonzosa y que ésta sería una imagen que mi hijo recordaría durante toda su vida; sin embargo sentía un inquietante morbo, que intentaba alejar de mi cabeza de la forma que sea. Creo que esto se debía a que había pasado mucho tiempo desde la última vez que me abrí la concha de esa manera frente a un hombre.
Él se acomodó en la cama, acercándose más a mí, me miraba confundido; como si no pudiera creer que fuera su madre la mujer que aguardaba completamente abierta, a que él metiera los dedos.
—Fabián, por favor. Apurate, quiero terminar con todo esto de una vez. Sé que es difícil para vos… pero también lo es para mí. —Él asintió con la cabeza.
Me penetró una vez más, con dos de sus dedos; fue sumamente cuidadoso. Esta vez sus dedos buscaron los laterales de mi orificio, palpando las paredes internas de mi vagina. Nunca un hombre me había tocado de esa manera. Si no estuviera buscando las uvas, hubiera pensado que su intención era calentarme; y lo estaba consiguiendo.
Intenté apartar mi vista del rostro de mi hijo, miré puntos aleatorios en el techo; otra vez me llenó esa calidez que produce el morbo. En ese momento supe que había sido un gran error pedirle ayuda a mi hijo con un tema tan delicado. ¿Qué estaría pensando él? Seguramente me veía como una desviada sexual por haber hecho semejante cosa.
—Fabián...
—¿Si? —Preguntó, sin quitar su atención de la labor que estaba realizando.
—Espero que no pienses mal de mí.
—¿Por qué lo decís? —Seguía sonando despreocupado.
—Por haber hecho esto... con las uvas.
—No pienso mal de vos, mamá.
—Está bien, pero igual te lo quería aclarar... es que... llevo mucho tiempo sin estar con un hombre, en eso tenías toda la razón... me siento muy insatisfecha con la vida. Antes no era así, era más alegre, más activa... sexualmente hablando; pero lo que pasó con tu padre me dejó muy dolida.
—Aja, estuviste muchos años sin sexo, lo entiendo.
—Sé que este tema debe ser incómodo para vos, te pido perdón por eso.
—No me incomoda, es parte de la naturaleza humana, mamá. Digamos, no pensaba que te masturbabas, esas son cosas que no se piensan; pero no quiere decir que sea una sorpresa para mí descubrirlo. Es algo que, inconscientemente, se sabe.
—Está bien —le dije sin mucha convicción.
Él comenzó a mover sus dedos formando amplios círculos en la entrada de mi vagina. Los labios interiores se estiraban cada vez que él empujaba hacia algún lado, esto me provocó aún más placer; pero al mismo tiempo aumento mi incomodidad. ¿Estaba mal sentir placer al ser tocada de esa forma por mi hijo? La respuesta era obvia: Sí.
En mi defensa debo decir que mi cuerpo estaba reaccionando de forma instintiva. Para mi vagina no había mucha diferencia entre los dedos de mi hijo, de un doctor o de algún amante. Es parte de la naturaleza humana, como había dicho Fabián.
Sus movimientos se fueron acelerando gradualmente, siempre formando círculos dentro de mi cavidad.
—¿Qué hacés, Fabián? —Le pregunté sin moverme.
—Estoy intentando dilatarte, así las uvas salen más fácil. —La respuesta tenía mucho sentido, no me agradaba el método; pero él tenía razón, podría ayudar.
—Bueno, está bien...
Apoyé la cabeza en la cama, no tenía más alternativa que aguantar las intensas sensaciones que me producía el toqueteo de mi hijo. Podía notar la humedad de mi sexo chorreando fuera y cayendo por mi cola. Esto me producía un m*****o cosquilleo, estuve a punto de decirle a Fabián que me secara con algo, pero no me atreví. Los movimientos circulares se mantuvieron, me resultaba cada vez más difícil mantener un ritmo de respiración normal y mis piernas se estaban entumeciendo.
—¡Ay! —Exclamé, cuando repentinamente sentí cosquillas en mi cola; mi hijo había pasado sus dedos por allí.
—Perdón, es que estaba cayendo una gotita, pensé que te m*****aba.
—Sí, está bien... sí me m*****aba. Te iba a pedir que la quitaras, es sólo que estaba distraída y me sorprendí.
Tenía las nalgas completamente abiertas y el ano tan expuesto como la vagina, era inevitable para mí sentir un poco de morbo por esto; especialmente con mi secreta afición al sexo anal.
Para colmo mi hijo volvió con sus dedos a ese agujerito y lo masajeó con movimientos circulares, como si quisiera quitar de allí todo rastro de flujo vaginal. Ese suave toqueteo me produjo un cosquilleo muy placentero. Fabián me sorprendió con su cambio de postura, dejó los dedos de su mano derecha suavemente apoyados en el agujero de mi culo e introdujo dos dedos de su mano izquierda en mi vagina. Intenté buscar algún argumento lógico que explicara esto y sólo se me ocurrió que los jugos vaginales seguían cayendo en mi ano y él continuaría quitándolos. Mi concha podía lubricar mucho en momentos de extrema excitación, pero al parecer esto no facilitaba la extracción de las uvas. Supuse que eso podía deberse a que seguía estando muy nerviosa y por ello se estaban contrayendo los músculos internos de mi vagina; apretando los pequeños frutos e impidiéndoles salir. Otro de mis temores era que estas pequeñas bolitas estuvieran en un rincón muy profundo, del cual no se las podría extraer con los dedos. No quería pensar de qué forma las sacaría si esto no funcionaba, aparté esa idea de mi cabeza; ya tenía suficientes preocupaciones con el constante cosquilleo que me producían los dedos que masajeaban el culo y los otros, que penetraban mi vagina moviéndose en todas direcciones.
—Mamá...
—¿Qué?
—Nunca te dije esto pero... dada la situación, creo que puedo preguntártelo.
Me puse aún más tensa. Los músculos de mi vagina se contrajeron, esta vez fue evidente. Hasta pude sentir cómo presionaban los dedos de mi hijo. ¿Acaso había notado que mi ano estaba dilatado?
—¿Qué querés preguntarme?
Quitó sus manos de mi intimidad y me miró a los ojos.
—¿Pensás que es normal tener un testículo más grande que el otro? —Noté cierta angustia en su tono de voz.
—¿Q...? ¿Qué decís? —Solté mis piernas y me senté en la cama para mirarlo.
—Eso que escuchaste, no estoy seguro, pero creo que yo tengo ese problema... y nunca me animé a preguntárselo a nadie.
—¿De qué hablas, Fabián? Nunca te vi nada raro ahí abajo.
—Es que no se nota a simple vista, es decir, por fuera parecen iguales... pero por dentro, no. Creo que el testículo izquierdo es más grande que el derecho. Dejá, no importa... sólo te preguntaba porque creí que... por el momento... es decir...
—Está bien, te entiendo. Estábamos hablando de genitales y quisiste preguntar por los tuyos. —De pronto me escuché a mí misma diciendo una frase como si Fabián lo hubiera hecho. Debía admitir que a veces resultaba una forma sencilla de decir algo de forma impersonal.
—Así es.
—¿Querés que me fije? —No sabía qué otra cosa decirle.
—No mamá, no hace falta...
—Es que ahora no sé si te pasa algo. Es cuestión de un segundo. Dejame ver. —No quería parecer preocupada, pero me daba un poco de temor que él estuviera en lo cierto. Aunque en realidad no supiera si podía causar problemas tener un testículo más grande que el otro.
—No hace falta, de verdad.
—Fabián, ¿me viste todo y te avergüenza mostrar los huevos durante un segundo? —Le reproché.
—Es que...
—Es que nada. Mostrame y si es cierto lo que decís, bueno, lo hablaremos con un especialista.
—Ok.
—Parate ahí y bajate el pantalón —le pedí.
Se puso de pie al lado de la cama y yo quedé sentada en el borde, frente a él. Dudó un instante pero luego se quitó el pantalón junto con la ropa interior. Por primera vez en mucho tiempo, tenía frente a mis ojos un miembro masculino, oscuro y peludo, de gran tamaño, colgando como la trompa de un elefante. Me quedé un tanto sorprendida, no recordaba que mi hijo la tuviera tan grande. La última vez que se la había visto la sujetaba con su mano, esto la cubría en parte; además no la vi erecta y fue sólo un instante. Esta vez también estaba en estado de reposo, pero nada la tapaba. Estaba tan cerca de mí que me causaba cierta impresión. Me invadió un extraño revoltijo en el interior de mi pecho. Sus testículos colgaban como dos pesadas bolsas. A simple vista no noté nada extraño, sólo me llamaba la atención el glande asomando por el arrugado prepucio. Acerqué mis manos, pero no sabía dónde ponerlas, no me atrevía a tocar el pene de mi hijo, sin embargo tuve que hacerlo. Con la punta de mis dedos agarré esa salchicha que colgaba y la moví hacia un lado.
—No veo nada raro —le dije por fin-, pero tal vez no se note.
Coloqué mis manos como si fueran pequeños cuencos y las junté para luego depositar en ella los testículos de Fabián. Estaban muy suaves y tibios, casi había olvidado lo bien que se sentía acariciar un par de huevos masculinos; sin embargo no podía dejar de lado un pequeño detalle... éstos eran los huevos de mi hijo.
Esto trajo a mi memoria la primera vez que toqué los huevos de un hombre. Fue con un amigo de mi papá, treinta años mayor que yo. En esa época yo tenía apenas diecinueve años, y era virgen. Él era un tipo en el que mis padres confiaban mucho, incluso lo invitaban a cenar con cierta regularidad. Una vez se quedó a dormir en el sofá. Como me olvidé que estaba, me crucé con él a mitad de la noche. Yo iba a buscar agua para tomar, y estaba en ropa interior. Él me miró, sentado en el sofá. Pude notar un brillo de deseo en sus ojos.
Me avergoncé e intenté cubrir mi casi total desnudez; pero él me tranquilizó, acercándose a mí. Mientras me acariciaba el pelo y me sonreía, empezó a decirme cosas agradables como: “Qué linda estás”; “Con toda la ropa que usás, no me imaginé que me encontraría con un cuerpo de mujer tan bien formado”. Yo era una boluda, y me dejé seducir por sus encantos de hombre maduro.
Recuerdo perfectamente que, sin pedirme permiso, se bajó el pantalón. Me preguntó: “¿Alguna vez tocaste una verga?”. Casi me derrito de la vergüenza.
Quedé hipnotizada por estar viendo eso en vivo, por primera vez en mi vida. Mi mano curiosa tanteó sus velludos testículos. Tocarlos me causó cierta gracia, y a la vez mucho morbo. En mi defensa debo decir que yo, a esa edad, me moría de ganas de estar con un hombre. Fantaseaba con eso todas las noches. Sin embargo, ese gran momento aún no había llegado.
No sé por qué me arrodillé frente a él y le agarré la verga con una mano. Tal vez mi primera intención fue solamente analizarlo de cerca. Quitarme la curiosidad. Me quedé contemplando su largo miembro durante unos segundos. Sin que él me lo pidiera, me metí la verga en la boca, y empecé a chupar. No sé qué fue lo que me llevó a hacer esto, si yo apenas había escuchado algunas anécdotas sobre sexo oral; no sabía nada del tema. Sin embargo en cuanto empecé a chupársela, lo sentí todo muy natural. Lo hice con muchas ganas, sonriéndole como una niña inocente que cayó en la perversión. Él quería una pendeja de diecinueve para que le chupara la pija, y yo le di el gusto.
Esa fue la primera vez, pero no la última. Perdí la cuenta de la cantidad de veces que le chupé la verga a ese tipo. Lo hice cada vez que tuve la oportunidad. Cuando nos quedábamos solos en mi casa, por cualquier motivo, yo me ponía como loca. Desesperada, buscaba su verga como si fuera el mejor regalo de cumpleaños. Me podía pasar largos minutos chupándola sin parar. Allí descubrí los inmensos placeres que me producía tener un miembro erecto dentro la boca, poder recorrerlo todo con mi lengua. Por lo general soy tímida y temerosa con los hombres; pero con él ya había quedado todo más que claro. Yo no necesitaba poner excusas ni pedir permiso. Si tenía la oportunidad para comerme su verga, lo hacía. Además él sí que sabía cómo calentarme, con sus toqueteos. No me penetraba, pero sí me manoseaba toda. Le encantaba meterme mano cada vez que mis padres miraban para otro lado. Cuando cenábamos con mi familia, yo siempre me sentaba a su lado, y él, con mucha maestría y disimulo, me tocaba la concha tanto como le era posible. Me volvía loca que me agarrara de los pelos y me obligara a tragarme su pija.
Con él perdí el miedo a las vergas, aunque no a los hombres. Aprendí a disfrutar de una, cuando tenía la oportunidad. Con mi marido no me atreví nunca a soltarme de esa manera; pero con ese tipo sí. Incluso llegué a recibir muchas descargas de semen en toda la cara, o dentro de la boca. Algo que, en secreto, me fascina. Yo adquirí la costumbre de masturbarme frente al espejo, admirando el semen que él había dejado en mi cara, o sobre mis tetas. Ésto me hacía delirar. Me sumergía en fantasías en las que yo era una verdadera puta. Una mujer libre, que no le importaba el “Qué Dirán”. La mujer que nunca me atreví a ser.
Mis padres nunca se enteraron de ésto, yo le seguí chupando la verga durante dos años completos; él se limitaba a manosearme. Tenía miedo de dejarme embarazada. Pero hubo una noche en la que no aguantó más. Se quedó a dormir en mi casa y yo le confesé, mientras le comía la verga, que ya no era virgen. Eso lo puso como loco. No quedé embarazada de pura casualidad… porque esa noche me cogió tanto que al otro día me ardía la concha. Fue maravilloso.
—¿Estás segura mamá? Porque yo los noto diferentes. —La voz de mi hijo me arrancó de mis ensoñaciones y me hizo volver a la realidad.
Por alguna razón yo tenía la boca abierta. Casi como si estuviera a punto de engullir esa gran verga. La distancia que separaba mis labios de esa larga trompa era mínima, un leve movimiento hacia adelante y se hubieran rozado.
“¿Pero qué te está pasando, Carmen?”, Me pregunté a mí misma. Una cosa era estar caliente y desear la compañía sexual de un hombre; pero esto era muy distinto. Tenía que convencer a mi cerebro de que ese pene no podía ser, ni remotamente, un objeto de deseo. Y para colmo, aún le debía una respuesta a mi hijo.
Nokomi
Autor: AkuSokuZan Categoría: Tabú
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El Fruto del Incesto: Malditas Uvas - parte 1
2019-08-27
Capítulo 01.
Introducción.
Me desperté de una tardía siesta. Miré el reloj digital en mi mesita de luz y me indicó que eran las nueve y media de la noche, del sábado. Me enojé conmigo misma, ya que en lugar de disfrutar del día de descanso, me la pasé vagando por la casa como un alma en pena, y durmiendo. Me dolía la cabeza, por haber dormido tanto, y mi humor era pésimo. Hubo una época en la que fui una mujer activa, ya que mis hijos dependían totalmente de mí, yo tenía que cumplir el rol de madre divorciada, ama de casa y sustento familiar. Pero los años pasaron, mis hijos ya tienen más de veinte años, y cada vez necesitan menos de mis atenciones. Ésto debió suponer un alivio para mí; pero significó todo lo contrario. Sigo trabajando, pero ellos ya tienen sus propias formas de generar ingresos, así que no dependen tanto de mí. De pronto comencé a sentirme como una carga para los demás.
Antes tenía un propósito: tuve que cuidar sola a dos hijos maravillosos. Ellos siempre fueron mi “cable a tierra”, mi mayor alegría. Fabián, el mayor, que ahora tiene veinticuatro años; y Luisa, quien hace poco cumplió veinte. A mí ya me cayó encima la enorme pila de cuarenta y siete años.
Seguramente muchas divorciadas dirán «Mi ex marido se llevó los mejores años de mi vida». Es un cliché bien conocido, y muchos piensan que son exageraciones; pero en mi caso esta frase es totalmente cierta. Perdí la mayor parte de mi juventud al lado de un hombre que nunca me apreció, sólo porque cometí el estúpido error de casarme con él y nunca me animé a pedirle el divorcio. Me criaron con el viejo concepto de que el matrimonio es para toda la vida; pero a esta altura de la vida ya perdí la fe en muchos de esos viejos conceptos.
Transcurrieron siete años desde mi divorcio, pasé de ser una esposa insatisfecha a ser una vieja divorciada y depresiva. Además de mis mejores años, mi ex marido también se llevó mi confianza en los hombres; ya no los veo como una futura pareja, sino como algo pasajero. Alguien que puede estar bien para disfrutar un momento, y que luego se descarta. No volví a tener pareja desde que mi marido se fue... bueno, en realidad yo lo eché; solamente me arrepiento de no haberlo hecho antes. Después de él mis relaciones con los hombres fueron sumamente fugaces y efímeras, y siempre me dejaban con un cargo de conciencia tan grande, que al final opté por evitarlas por completo.
Estaba despierta, pero no sabía qué hacer con mi tiempo. Luego de pasar unos veinte minutos mirando televisión, me envolví en una bata y salí de mi cuarto, ofuscada. Vi a mi hija salir del baño, envuelta en una toalla, ella heredó de mí un cabello oscuro y ondulado, pero ahora parecía lacio, porque lo tenía mojado. Seguramente había pasado varios minutos desenredándolo, luego lo secaría y lo plancharía. Ella siempre odió sus rulos; en cambio yo aprendí a querer los míos. Aunque a veces me peleaba con ellos.
Nos saludamos con un gesto de la mano, y sonrió tímidamente; seguramente ella prefirió evitarme al notar mi evidente mal humor. Fui a la cocina-comedor y allí encontré a Fabián, mirando televisión, recostado en un sillón. Parecía estar aburrido y supuse que sólo estaba haciendo tiempo para irse a dormir. Él no era un chico amante de las salidas nocturnas. A veces me incomodaba un poco verlo de espaldas ya que su cabello negro ondulado me recordaba demasiado al de su padre; hasta tenía el mismo corte. La gran diferencia entre ambos era que Fabián tenía los hombros más anchos y era un poco más alto.
Abrí la heladera, en busca de algo para comer. Realmente no tenía apetito, solamente deseaba encontrar algo con lo que entretener la boca. Vi un gran racimo de uvas, supuse que las había comprado Luisa, a ella le agrada mucho la comida sana; las frutas y verduras en especial. Tomé una parte del racimo y la coloqué sobre un plato. Volví a mi cuarto con paso lento y pesado, lamentándome de no tener ni siquiera una buena amiga con la que salir a pasear un rato. Con los años me fui alejando de mis amistades. Se me hizo muy duro ver la felicidad de mis amigas y sus andanzas románticas y sexuales, mientras yo no tenía a nadie con quien tener un momento íntimo. Nunca tenía nada para contarles, ya hasta me daba pena. Lo peor fue que, con el tiempo, hasta dejaron de preguntar: «Hey, Carmen… ¿tuviste suerte con algún tipo lindo?». Si bien me ahorraron la vergüenza de decir que no, al mismo tiempo me sentí desplazada.
Disfruté durante un tiempo de sus anécdotas sexuales, me ayudaban a mantener la imaginación activa… especialmente cuando me las relataban de forma muy explícita. Pero al mismo tiempo me avergonzaba saber que mi vida sexual dependía tanto de la vida sexual de mis amigas. Si ellas me contaban alguna buena anécdota, entonces esa misma noche yo me masturbaba, imaginándome a mí misma en esa situación. La culpa llegaba siempre, porque me sentía patética. Ellas vivían grandes aventuras sexuales, y yo me pajeaba, como una adolescente virgen.
Entré a mi cuarto y cerré dando un portazo. Estaba ofuscada. No sabía qué hacer con mi enojo, porque no estaba dirigido a ninguna persona en particular, sino a la vida misma.
Una vez que estuve en mi cama, me desprendí la bata. Me agradaba estar desnuda dentro de mi propio dormitorio, ésta era una de las pocas libertades que me daba en la vida. Mis hijos ya lo sabían, por lo que tenían estrictamente prohibido entrar en mi cuarto sin golpear la puerta.
Prendí el televisor y empecé a hacer zapping a través de toda la programación, mientras me llevaba uvas a la boca, una por una; estaban muy buenas. Eran dulces y jugosas, pero no estaban demasiado maduras; justo como a mí me gustaban. Estaba sentada en la cama, con las rodillas flexionadas, tenía un pie en el colchón y la otra pierna estaba flexionada hacia un lado, lo que dejaba mi entrepierna bastante expuesta. No solía sentarme de esa forma, pero mi mal humor era tal que no me importaba nada. Llegué a la conclusión de que no encontraría nada divertido para ver por televisión ya que en realidad no buscaba divertirme. Estaba apática, tenía la sensación de haber desperdiciado todo mi sábado sin haber hecho nada productivo o entretenido.
«Bueno, basta de depresion» —me dije a mí misma.
Tenía que hacer al menos un intento para cambiar mi estado de ánimo. Apagué la televisión, porque allí no encontraría la respuesta. En ese momento recordé mis épocas de juventud, en las que me bastaba con masturbarme. La excitación no siempre era lo que me llevaba a tocarme, a veces lo hacía por mero aburrimiento; para sentirme bien al menos por un rato. Hacía mucho tiempo que no me tocaba y supuse que no podría conseguirlo estando tan malhumorada; sin embargo no perdía nada con intentarlo. Tal vez mi cuerpo captaría las señales y reaccionaría.
Comí otra uva y abrí más mi bata, con la mano izquierda comencé a tocar directamente mi vagina, en círculos; para ver cuáles eran sus primeras reacciones. No sentí nada interesante al principio, la tenía seca y muy suave. Con mi otra mano seguí comiendo alguna que otra uva ocasionalmente, repitiéndome mentalmente que yo podía hacerlo; no quería que mi fin de semana fuera un fracaso tan rotundo. Para ayudarme un poco, me lamí los dedos, volví a tocarme y esta vez la sensación fue un poco más agradable; una leve sonrisa apareció en mi rostro. Tal vez sea cierto eso de que las uvas son buenas como afrodisíacos; porque poco a poco fui acalorándome. La siguiente uva que tomé, la dejé apretada entre mis labios, mientras le pasaba la lengua por alrededor; esto me ayudó a erotizarme. Cuando la mordí dejé su jugo cayera hasta el fondo de mi garganta y lo fui tragando mientras estimulaba mi vagina con los dedos. Tomé un nuevo fruto e instintivamente lo froté contra mi clítoris, el frío me hizo estremecer; pero, en general, fue muy placentero. Me comí esa uva y pude sentir el sabor de mis propios jugos, esto me gustó tanto que quise repetirlo; con la diferencia de que esta vez deslicé esa pequeña y fría esfera entre mis carnosos labios vaginales, suspirando de gusto. Antes de comerla ya había tomado otra del plato y allí fue cuando la verdadera diversión comenzó.
Mientras acariciaba mi vagina con la uva, tuve la loca idea de meterla por mi agujerito. No lo pensé dos veces, mi cuerpo ya estaba lo suficientemente caliente como para aceptar locuras. Al meterla pude sentir cómo mi orificio se dilataba, dándole lugar. La uva se calentó poco a poco. Gemí, masajeé mi clítoris y cerré los ojos.
No recordaba exactamente cuándo había sido la última vez que había disfrutado tanto metiendo algún objeto en mi vagina; pero calculaba que debían haber pasado unos dos o tres años. “La gran noche de los pepinos”, recordé.
En realidad, esa gran noche tuvo una precuela. Las sensaciones y emociones son mucho más difíciles de olvidar que las fechas.
Aún recuerdo perfectamente la primera vez en la que me escondí en mi cuarto para masturbarme usando un grueso pepino. Fue unos meses después de la separación con mi marido. Aquella vez me puse de rodillas y lo monté sobre mi cama, como si se tratase de un viril amante. Culpo a la soledad por haberme llevado a semejante situación; sin embargo mientras lo hice, lo disfruté mucho. La mayor evidencia de que me gustó fue forma en la que me moví, mientras sostenía el pepino con una mano y me apoyaba con las rodillas sobre el colchón. Para rematar me puse en cuatro y me lo introduje por el culo.
No fue algo premeditado, surgió por la excitación del momento, simplemente lubriqué mi ano con saliva y me esforcé para que el pepino entrara. Nunca me había metido algo tan grande por allí. El sexo anal era algo que reservaba exclusivamente para mi intimidad. Jamás le había confesado a un hombre que me agradaba practicarlo ya que me avergonzaba mucho; ni siquiera mi ex marido lo supo. Era uno de mis placeres culposos y secretos. Al sexo anal lo practicaba solamente con objetos, cuando estaba sola.
Esa manía comenzó cuando yo tenía unos veinte años. Lo hice a conciencia, por curiosidad. No tenía mucha experiencia en el sexo, hacía poco que había perdido mi virginidad. Pero algunas de mis amigas de aquella época me comentaron que ya se las habían metido por el culo. Una de mis amigas en particular me contó que ella al principio no quería saber nada con el sexo anal; pero desde que lo había probado, prácticamente le suplicaba a cada uno de sus amantes que se la metieran por el culo. Y ella tuvo muchos amantes. Me dio descripciones tan gráficas y precisas de lo que era el sexo anal, que me llené de curiosidad y quise probarlo. Por supuesto que ésto no se lo dije a ella, ni a nadie.
Quería experimentar el sexo anal, pero nadie podía enterarse. Por eso mi primera opción fue con una delgada zanahoria. Aquella vez me encerré en mi dormitorio y me puse en cuatro sobre la cama. Me costó mucho trabajo hacerla entrar, y me ardió bastante; pero yo estaba decidida a probar. Lo conseguí y me gustó tanto que esa misma noche me metí tres veces la zanahoria por el culo.
Con esa experiencia aprendí que llego a tener intensos orgasmos cada vez que incluyo sexo anal en mis masturbaciones. Luego vinieron experimentos con diversos objetos, los cuales me metía en mis momentos de calentura solitaria. No ocurría con mucha frecuencia, pero cuando tenía la oportunidad, no la desaprovechaba. Tenía un pequeño desodorante que, de vez en cuando, terminaba dentro de mi culo. Lo amaba, pero tuve que tirarlo cuando mi madre comenzó a sospechar; porque a pesar de que ya estaba vacío, seguía formando parte de mi repisa. Nunca me voy a poder olvidar de la vergüenza que pasé aquella tarde en la que mi madre me preguntó, directamente, si yo me estaba metiendo cosas por la cola. Me quedé helada. No entendía por qué sus sospechas eran tan certeras. Podría haber pensado que usaba el desodorante por la concha, pero fue precisa y habló del culo. Ella me dijo que unos días antes, cuando entró al baño mientras yo me daba una ducha, notó algo extraño. A mí no me m*****aba que ella me viera desnuda, por lo que actué con naturalidad; pero cometí un error al agacharme para juntar el jabón del suelo. Ella pudo ver mis nalgas bien abiertas. Me dijo que era evidente que yo tenía el culo dilatado. ¡Y era cierto! Apenas minutos antes había estado metiéndome un pequeño envase de shampoo por el culo. Me había masturbado con él durante bastante tiempo, por lo que mi culo debía mostrar claras señales de haber sido penetrado recientemente. No tenía forma de esquivar ese momento incómodo, tuve que reconocer que, efectivamente, me había masturbado por el culo. Ella me hizo prometer que no hiciera más eso, porque no era propio de una “chica de bien”. Desde ese entonces tuve que tolerar más momentos vergonzosos, en los que mi madre revisaba cualquier objeto que pudiera servir como consolador, y se deshacía inmediatamente de él.
Sin embargo no perdí el gusto por las penetraciones anales, siempre que quería hacerlo, me las ingeniaba de alguna manera. Aunque tuviera que usar mis propios dedos.
El uso de un pepino, esa noche de soledad posterior a mi separación, me llevó a un nivel superior de placer anal.
Mientras me metía otra uva en la concha fui recordando la forma en la que mi culo intentaba expulsar ese pepino a medida que yo lo introducía. Me llevó un buen rato pero logré meterlo completo, recuerdo que lo apreté allí con la punta de mis dedos y luego lo dejé salir de forma natural. Cuando salió hasta la mitad, lo empujé una vez más hacia adentro, pero sin dejar de pujar. Gemí de placer. Repetí esto muchas veces. En mi mente aún queda el vago recuerdo de haber estado mucho tiempo metiendo y sacando el cilíndrico vegetal. Aquel día fue cuando evalué la posibilidad de comprar un consolador. Sin embargo me aterra que éste pudiera ser descubierto por mis hijos, por lo que seguí recurriendo a los pepinos; los cuales se volvieron mis grandes aliados sexuales durante unas cuantas semanas.
La que bauticé como “La gran noche de los pepinos” fue aquella en la que me dije a mí misma: «Carmen, ¿por qué no probás penetrarte los dos agujeros a la vez, qué te lo impide?». Nada me lo impedía. Así fue que terminé una vez más, de rodillas en mi cama con un grueso pepino metido en mi vagina y el otro en mi culo. Fue increíble, maravilloso e inolvidable. Con una mano por delante y la otra por detrás, fui empujándolos una y otra vez hacia adentro mientras gemía. Me imaginaba que estaba a merced de dos fornidos hombres que me cogían sin piedad. Lo más difícil era meterlos y sacarlos al mismo tiempo, pero yo me concentré más en el pepino que tenía clavado en el culo, el cual era el que me daba más placer y el que me hacía sentir más puta.
Sí, porque ese es otro de mis placeres culposos. En la intimidad, cuando me masturbo, me encanta jugar a que soy muy puta. Me excita tanto que termino con potentes espasmos orgásmicos. Sin embargo me da mucha vergüenza comportarme de esa manera mientras tengo sexo con otra persona. Ni siquiera con mi ex marido conseguí hacerlo.
Durante “La noche del pepino” me pajeé como nunca lo había hecho, y sé que lo disfruté más que la mayoría de mis experiencias sexuales con un hombre. Tuve varios húmedos e intensos orgasmos. Estaba tan eufórica que varias veces saqué el pepino casi por completo de mi culo para luego caer sentada contra el colchón y que éste se enterrara con fuerza, y por completo, dentro de mi ano. Me vi obligada a taparme la boca para no gritar de placer. Durante casi todo el tiempo estuve susurrando palabras, como si hablara con un amante invisible, diciéndole cosas como: «Me encanta sentarme en tu pija», ó «Está tan dura que me vas a partir al medio». Sé que en varias ocasiones dije: «Me encanta que me metan pijas grandes por el orto… metemela toda». Sentirme tan puta me hacía gozar de verdad.
Como todas las cosas buenas de la vida, mi afición a los pepinos no duró para siempre. Una tarde me encontraba en la sección “Verdulería”, del supermercado, se me acercó una chica joven, de aproximadamente veinticinco años; yo me debatía entre dos pepinos, analizando sus diámetros y formas. Miré a la chica que se paró junto a mí y me di cuenta que ella intentaba contener una sonrisa, la cual esbozó cuando ya no pudo reprimirla. Esa simple sonrisa me trastornó, pude comprender que ella sabía perfectamente qué intenciones tenía yo para esos pepinos. Sin darme tiempo a buscar una excusa, me dijo: «Llevá este, yo sé por qué te lo digo». Con un dedo señaló un pepino largo que tenía una pequeña curvatura en uno de los extremos; luego se alejó. Me sentí tan avergonzada por eso que huí del supermercado sin comprar nada. Ese mismo día me dije a mí misma: «Carmen, ya estás grande para hacerte la paja con pepinos. Tenés que dejarlos y buscarte un hombre de verdad». Cumplí a medias con mi promesa, dejé de masturbarme utilizando pepinos; pero nunca busqué a un hombre de verdad.
El contraste entre las uvas y el pepino era inmenso, sin embargo estaba gratamente sorprendida de cómo algo tan pequeño era capaz de brindarme una sensación tan placentera. Cuando tuve tres metidas dentro de la concha, comencé a masturbarme intensamente, abriendo y cerrando mis piernas; preocupándome frotar mi clítoris. Podía sentir las pequeñas bolitas moviéndose y empujándose unas a otras dentro de mi sexo. Metí una más, luego otra. Lo más rico era sentir cuando penetraban. Me sacudí en la cama, intenté contener mis gemidos, fruncí los dedos de mis pies y mi respiración agitada amenazaba con ahogarme si no exhalaba el aire; pero cada vez que hacía esto, un quejido de placer nacía en el fondo de mi garganta.
Mis dedos estaban sumamente húmedos, los chupé una y otra vez; deleitándome con el sabor de mis propios jugos. Me metí un dedo mojado en el culo y comencé a estimularlo. No quería meter uvas allí, pero sí podía gozar con mis propios dedos; sabía cómo hacerlo, ya que era el método que utilizaba con mayor frecuencia.
Por lo general podía controlar muy bien mi excitación cuando me masturbaba, pero en ciertas ocasiones, como ésta en particular, mi cuerpo tomaba el control absoluto. Mi culo se dilató gentilmente cuando introduje el segundo dedo. Los recuerdos evocados sumados con la excitación que me producía el juego con las uvas, me transportaban a un mundo de placer que llevaba mucho tiempo sin visitar. Éstos eran los únicos breves lapsos en los que olvidaba todas las penas de mi vida; sólo existía mi placer sexual. Me revolqué entre las sábanas, me puse boca abajo, luego giré y quedé mirando nuevamente el techo, arqueé mi espalda y me apoyé en mis pies, elevando todo mi cuerpo, sin dejar de estimularme ambos orificios simultáneamente.
¡Necesitaba más! Los dedos y las uvas no eran suficiente. Di un salto y me dirigí al ropero, abrí su puerta de un tirón y agarré un pequeño recipiente de desodorante femenino. Curiosamente, tenía una forma que emulaba muy bien a un pene; inclusive el glande. Aquí no estaba mi madre para inspeccionar mis adquisiciones fálicas. Agarré una suave crema de manos y unté con ella el desodorante y repetí la acción en mi cola.
Regresé a la cama y me fui sentando en el borde de la misma, como si se tratara de una silla, sosteniendo con mi mano derecha el recipiente del desodorante. Éste se fue enterrando lentamente en mi culo. Al principio me produjo un dolor agudo, por lo que me detuve. Retrocedí y le di un poco de tiempo a mi ano para acostumbrarse mientras lo amenazaba hincando la punta. La lubricación que proporcionaba la crema era excelente y el desodorante era relativamente pequeño, comparado a otras cosas que me había metido por el culo. No tardé mucho en conseguir tenerlo bien adentro del orto. Me encantaba esa sensación de “puta barata” que me daban las penetraciones anales. Siempre me consideré una mujer bien educada, que se hace respetar y que no va por la vida encamándose con cualquiera; pero en el momento en que me metía algo por el culo, un interruptor se activaba en mi cerebro. Cuando esto ocurría, poco me importaba ser una mujer “respetable”. Ahí era cuando la puta dentro de mí tomaba el control. Esa puta que le hubiera entregado el culo a cualquier hombre con una verga de buen tamaño. Esto sólo pasaba cuando me masturbaba estando sola, pero en momentos como éste he llegado a pensar que si un extraño, con una buena verga, me dijera algo como: “Vení, puta, que te voy a romper el orto”; no lo dudaría ni un segundo. Me pondría en cuatro sobre la cama, y me dejaría hacer el culo toda la noche. Dejaría que me montaran como a una yegua en celo.
Más de una vez, frente a un hombre, intenté dejar salir de adentro a esa puta que habita en mí; pero es algo que me cuesta mucho. Porque me atemoriza lo que pensarán de mí, o qué pasaría si alguien se enterase.
Pero las preocupaciones quedarán para más tarde; ahora lo importante es el placer que me estoy dando a mí misma, nada más. En poco tiempo el desodorante se perdió completamente dentro de mi culo. Quedé sentada sobre él y resoplando de gusto, tomé otra uva, la llevé a mi vagina y la pasé entre mis labios. Acaricié mi clítoris con ella y luego la llevé hasta mi boca; pero no la mordí, sólo la lamí para probar una vez más mis propios jugos. Al mismo tiempo saltaba contra la cama, provocando que el desodorante en mi culo saliera un poco y luego se volviera a clavar con fuerza. Esto podría haberme hecho daño, pero mi culo ya estaba acostumbrado a recibir esos castigos.
La lujuria se había apoderado de mi cuerpo. Bajé una vez más la uva hasta mi concha y esta vez la metí directamente por mi agujerito, disfrutando mucho la dilatación y posterior contracción de los labios internos.
Dejándome llevar por la calentura, me puse en cuatro arriba de la cama, con el culo apuntando hacia la puerta de entrada; como si el hombre de mis sueños fuera a entrar por ella a metérmela hasta el fondo por cualquiera de mis orificios. Con una mano mantuve dentro el desodorante, dándole leves empujoncitos; con la otra mano me masturbé intensamente y gemí de placer con la cara pegada al colchón. Estuve haciendo esto durante un buen rato hasta que llegó el momento que tanto buscaba: el orgasmo.
Me atrapó en el preciso momento en que intentaba tomar aire, por lo que mis gemidos de placer fueron sordos. Sacudí rápidamente mi clítoris y bombeé dentro de mi cola con el desodorante, sin detenerme. Logré tomar aire pero fue sólo para dejarlo escapar entre jadeos de placer. Pude notar los flujos que se acumularon en mi vagina, éstos hicieron que mis dedos se sintieran más suaves contra mi clítoris, por lo que el gozo aumentó. Finalmente caí rendida. Quedé tumbada hacia el costado, como un a****l que muere súbitamente.
Intenté recuperar el aliento, mientras sonreía. Me sentía feliz, hacía mucho, pero mucho tiempo que no la pasaba tan bien. Miré el plato con las uvas y les agradecí mentalmente por haberme brindado tanto placer... por haberme regalado nuevas sensaciones.
Extraje el desodorante de mi culo lentamente y lo dejé sobre la mesita de luz. Luego me senté contra el respaldar de la cama, abrí las piernas e introduje dos dedos en mi concha, en busca de las uvas. No pude sentir otra cosa que mis propios jugos y las paredes internas de mi cavidad. Separé un poco más las piernas y metí los dedos más adentro. Nada. Las uvas no estaban.
Fui a sentarme en el lado opuesto de la cama, mirando para todos lados, con la esperanza de que las uvas estuvieran entre las sábanas. Tal vez las había expulsado con mi orgasmo, pero no pude verlas. Me clavé los dedos una vez más, casi haciéndome daño... pero de nuevo, la desesperante nada.
Asustada me puse en cuclillas arriba de la cama, continué hurgando mi intimidad, utilizando ya tres dedos, ésta estaba dilatada y húmeda; pero las uvas no bajaban, no aparecían por ninguna parte.
—¡Ay, no, no, no! No me hagan esto... —exclamé, con desesperación.
Me puse de pie a un costado de la cama, levanté una pierna y busqué una vez más dentro de mi vagina. ¡NADA! No estaban, se habían esfumado. El miedo comenzó a invadirme. Me aterraba la idea de que no salieran. Me arrodillé en el piso con las piernas un tanto separadas, esperando a que la fuerza de gravedad me ayudara. Mientras me invadía el terror, las busqué. Si las uvas no salían naturalmente, entonces debería sacarlas de la forma que fuera. Dejarlas allí dentro sería sumamente peligroso ya que se pudrirían y podrían ocasionarme una grave infección... ni siquiera quería pensar en esa idea... las sacaría, como sea... en ese instante pensé en un ginecólogo y pude sentir mis mejillas ruborizándose. «¡Ni loca!» me dije a mí misma. No quería ir a un consultorio y explicarle al médico de turno que había estado masturbándome con uvas. No me sometería a semejante humillación.
Estuve alrededor de veinte minutos, o más, intentando inútilmente sacar las putas uvas; pero nada funcionó. Mis palpitaciones aumentaban y disminuían vertiginosamente. Repentinamente se me bajó la presión y me mareé, allí fue cuando decidí que debía relajarme y pensar las cosas con mayor claridad. Si seguía cayendo en la paranoia, entonces estaba perdida. Me acosté boca arriba en la cama y me abaniqué con una revista vieja. Necesitaba refrescarme y cambiar el aire. «Tranquila, Carmen, ya vas a encontrar la forma de sacarlas», me dije a mí misma. Pensé en llamar a alguien de confianza... pero ya no me quedaban personas de confianza. Mi ex marido ya había quedado completamente borrado de mi vida y no tenía amigas en las que pudiera confiar en una emergencia semejante.
No tenía más alternativa... debía salir de mi cuarto y pedirle ayuda a Luisa, si mi hija no me salvaba de esta... entonces estaba en un serio problema. Me avergonzaría mucho tener que explicarle la situación, pero ella ya tenía dieciocho años, comprendería muy bien la masturbación femenina. Al fin y al cabo no soy una loca, sólo intentaba pasarla bien un rato... seguramente ella también se masturbaba y habría hecho alguna locura semejante...
Me envolví con la bata y miré la puerta de mi dormitorio. Tomé aire y salí en busca de mi hija. Ella era mi única esperanza.
Nokomi
Autor: AkuSokuZan Categoría: Tabú
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Mi esposa y su primo
2019-08-23
Comienzo con decirles q mi amada esposa es una morena bella de 1.70mt ojos marrones oscuros, una cabellera abundante y un bello cuerpo de infarto... Somos una pareja Sw por mas de 15 años... Hemos tenido cualquier cantidad de encuentros HMH, intercambios y MHM... Ambos profesionales... Les cuento q viajamos constantemente a un pueblo de donde ella se crio de niña y alli se reunian todos sus familiares en tiempos de vacaciones, sus primos y toda aquella numerosa familia... Un verano solo atimos a reunirnos con 3 primos una tia y su mamá, cada quien en cuartos distintos ya q habian 8 cuartos y la familia no llego completa. Estabdo alla su mama y su tia se fueron 3 dias a su pueblo de nacimiento y solo quedamos sus primos, mi hija (3 añitos), ella y yo... Nos fuimos todos en mi carro a la playa mas cercana y pasamos el dia alla, tomando y comiendo a placer, una vez llegados a casa seguimos tomando y en un momento ella se me acerco y me dijo q tenia ganas de sexo y queria inventar y yo le dije q con quien y ella me dijo q con uno de sus primos, solto la risa y yo le dije q no tenia problemas pero q supiera hacer las cosas... A todas estas ella me dijo q sabia como hacerlo y se dispuso a hacerlo, yo entre tanto tragos y para facilitarle las cosas decidi irme a dormir y los deje a todos ellos en el fondo de la casa, me fui a nuestro cuarto y me dispuse a dormir con mi hija... Al poco rato en el cuarto de al lado escuche a dos de los primos acostandose y un tercero se quedo con mi esposa, me imagine lo q se venia y al cabo de unos 20 minutos me levante con cuidado y me fui cuidadosamente al patio, todo estaba en silencio y las luces apagadas, me quede calladito y atine a escuchar muy bajo unas voces, eran mi esposa y su primo susurrando detras de la casa, me asome con cuidado tapandome con el tronco de una mata q estaba en el patio y vi entre la oscuridad y la luz de la luna a mi mujer agachada mamandole el guevo a su primo, aquella escena me puso a mil y me quede quieto viendo el espectaculo sin dejarme ver... Ella le decia: que riiiicooo lo tienes no me imaginaba q lo tenias tan grueso y grande luis jose, que rico, provoca no despegarse de el, y el le decia: sigue no pares q eres tremenda puta experta, de haberlo sabido antes ya hubiesemos cogido... Ella se reia al mismo tiempo q seguia mamandole aquel vergon q tenia... Tras transcurrir 10 minutos el le dijo: vamos a mi cuarto te parece? Y ella le dijo q si pero q primero cada quien llegara a sus cuartos por si los demas estaban despiertos aun y luego ella iria hasta su cuarto, cuando escuche eso me fui rapido y cuidadosamente al cuarto y ella al momentico entro, yo de inmediato le pregunte q hacia y ella me respondio: ya sabes lo q hacia porq me di cuenta q nos veias jajajaja yo me sonrei y le dije q si... Me dijo vine a cambiarme para irme al cuarto de Luis Jose, yo le dije q le diera pero con cuidado q no hiciera bulla y q dejara la puerta abierta para yo tratar de ver desde afuera, ella asintio con la cabeza, se cambio y se fue... Yo al rato sali y fui hasta el cuarto donde ella estaria y al llegar el primo la tenia en 4 mamandole la cuchara y el culo a espaldas de la puerta, ella gimiendo bajito le decia q le metiera la lengua en el culo gemia... Al ratico le dijo el primo: verga no aguanto mas preparate q te voy a coger mi prima... Se lo puso en la puerta de la pepita y se lo undio poco a poco, ella gemia y decia q estaba rico sentir como entraba aquella vergote dentro de ella, hasta q la penetro completamente y empezo a embestirla suavemente para luego darle duro... Se lograba escuchar el Plasss plasss plasss del choque de su pelvis con las nalgotas de mi mujer y a esta diciendole: dale mi amor dale asi de rico y mas duro no importa q escuchen dale amor adale... Este se la cogia mas duro y mas duro, provocando un rico orgasmo a mi esposa... Esto no lo detuvo y siguio cogiendola, se cambiaron de posicion y yo por mi lado detras de la puerta me saque el guevo y empece a masturbarme viendo a mi amada esposa cogiendo rico con su primo, luego se le monto el encima de ella y despues de darle por espacio de unos 25min le dijo, te cuidas? Porq quiero llegarte dentro de la cuca prima... Ella respondio q no habia problemas y este se la empezo a coger mas fuerte y con sus piernas en los hombros suyos... Alli se le iba toooodoooo dentro, dame mas duro porfa dame mas duro decia ella, hasta q este se descargo dentro de la cuca de mi amada esposa y ella tuvo otro rico orgasmo... Como yo sabia q ella se vendria al cuarto asi llenita de leche me fui al cuarto... Y asi fue, ella entro y me pregunto! Lograste ver algo no? Yo le dije q si y la acoste en la cama y se lo meti tambien y no dure mucho en acabarle dentro tambien por lo excitado q estaba... Ella se levanto y me dijo q se iria otra vez al cuarto del primo porq le dijo q pasarian la noche singando... Se fue al baño, se lavo y entro nuevamente al cuarto del primo... Yo me quede en mi cuarto y a eso de las 6:30am llego al cuarto ella desnudita y llena de leche del primo... Se sonrio y me dijo: ahora si estoy satisfecha jajaja me abrazo, con el olor del primo aun en su cuerpo y se quedo dormida... Todos se levantaron tarde, ya eran las 10am yo ya estaba de pie atendiendo a mi hija y haciendo desayuno para todos. Se llegaron a la cocina uno por uno y de ultimo Luis Jose, me saludaron todos normalito y llego mi esposa, todos le dieron un beso y nos dispusimos a desayunar para luego inventar de irnos a otro sitio... Cosa q les contare en otra historia... Espero q les haya gustado mi historia realmente verdadera... Saludos.
Autor: parejamt Categoría: Tabú
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Mi hijo dormido y su enorme polla
2019-08-21
Soy una madre soltera de 46 años y esto sucedió el año pasado cuando mi hijo de 18 años se convirtio en hombre. Esa noche desperté y mi hijo estaba dormido abrazado a mi como era usual, pero había algo muy duro pegado a mi pierna asi que lo busqué con la mano para apartalo, cuando logré tocar ese objeto duro duro descubrí que era el miembro de mi hijo debajo de su boxer con una erección tan sólida como nunca antes había tocado. diiiiosssss !!Asombrada retiré la mano y me quedé muy quieta, Henry seguía durmiendo profundamente sin darse cuenta de mi descubrimento y su pene seguía muy duro pegado a mi pierna, yo comencé a moverla para tener una idea de las dimensiones de la herramienta de mi hijo, era sorprendentemente larga y gruesa. Un sentimiento de orgullo me invadió al darme cuenta que mi retoño ya estaba convirtiendose en hombre en todos los sentidos.Con cuidado me alejé de él y me acomodé de nuevo para dormir, una sensación extraña y contradictoria me invadía al recordar el momento en que mi mano tomó por encima del boxer esa verga de hombre que ahora tenía mi hijo. mmmmmmmmm uuuuffffffff.
Soy una mujer de baja estatura, apenas alcanzo los 1.60 mts, trigueña, siempre he sido muy delgada, mi cabello es de color negro, largo y lizo. A esta edad mi rostro y mi cuerpo aún conservan muchos de los rasgos de aquella colegiala que se convirtió en madre adolescente y tuvo que madurar a toda prisa. Mis pechos sobresalen mucho por lo delgada de mi figura y esto les resulta muy atractivo a los hombres.Otra noche desperté a las dos de la mad**gada con ganas de orinar como a veces me pasa, Henry dormía abrazado a mi cuerpo como era costumbre, me levanté para ir al baño y al regresar al cuarto noté que Henry se había volteado y acostado sobre la espalda. Mis ojos que ya se habían adaptado a la oscuridad pudieron apreciar su miembro debajo de su ropa, estaba grande y duro apuntando hacía arriba.Desde donde estaba, comencé a ver con detenimiento el cuerpo de mi hijo, ya no era un niño, era hermoso y mucho más alto que yo, medía casi 1.75. Pensaba: «Cómo fué que creció tan rápido?, por culpa del trabajo no me doy cuenta de nada... Cómo fué que mi bebé se convirtió en este hombre tan guapo?».Una vez más una sensación extraña me inundaba y ahora mezclaba orgullo, admiración y malicia. Me acosté al lado de Henry e intenté que recostará su cabeza en mi brazo, le dí un beso en la frente y le dijé susurrando: «Mi hombrecito ya te hicistes bien grande.» Me quedé viendo su paquete que continuaba apuntando hacía el techo. Sentí deseos de tocarlo pero un escalofrio me detuvo, cuando más lo miraba más fascinante me resultaba pero trataba de reprimir el deseo.Nerviosa lo alcancé con la mano y lo apreté suavemente para comprobar su dureza, en efecto muy duro y grueso. Mi mano exploraba esa verga y por reflejo comencé a frotarla. Me detuve, me sentí como una tonta y con la cara muy caliente. Henry seguía dormido y yo observaba su rostro pendiente de algún cambio. Sigilosamente me moví hasta quedar de rodillas y con el paquete de mi hijo frente a mí, deseaba examinar más de cerca lo bien dotado que estaba y con mucho cuidado retiré el boxer lo suficiente para poder sacarlo. Quedé completamente maravillada con esa verga tán joven y hermosa, comencé a examinarla con ambas manos apretando, frotandola y tocando sus huevos que apenas tenian vello. Se me hizo dificil contener el deseo de llevarmela a la boca, de repente mi hijo se movió y despertó a medias, yo con un rápido movimiento le subí el boxer y me acosté a su lado. Exaltada lo abracé y le susrre: «shshshhh duermace.»Se quedó dormido abrazado a mi, yo lo besaba en la frente y me abrazaba más a él y así me quedé dormida. Los siguientes días me costó mucho trabajo concentrarme en lo que hacía, en mi mente no hubo otra cosa y entonces empecé a maquinar planes olvidando por momentos que ese hombre del que yo deseaba obtener placer era mi hijo. asi que se me encendio el mormo y le pedi a una miga 2 pastillas para dormi el cual me las dio..A la hora de la cena le dí un refresco mezclado con dos pastillas para dormir molidas. Como siempre cuando entré a la habitación Henry ya estaba dormido, pero con la diferencia de que esa noche yo queria que se le hiciera más dificil despertarse. Me pusé una blusita y una tanga holgada como de costumbre y me acosté a esperar que mi madre se durmiera. La anticipación disipó mi sueño y los minutos parecían horas.Más tarde esa noche me acerque aún más a Henry y empecé a besar su frente, mi mano se movió a su entrepierna para tocar su verga que aún no estaba dura. Le sussurré: «quiero verle bien dura esta cosa rica mi amor». Me levanté para quitarle su boxer y descubrir el objeto de mi fascinación. La froté para ponerla dura sin éxito, entonces volví a acostarme junto a él con mis pechos a la altura de su cara, continué frotando su verga que ya comenzaba a crecer y ponerse dura. Henry se movió asustado sin abrir los ojos pero yo no titubié, pasé mi brazo detras de su nuca y aprete mis pechos a sus labios. Estaba apenas despierto, entonces le dijé: «Mi bebé precioso, quiere que le dé chichita?»Dejé de frotar su verga, me saque un seno de la blusita y topé el pezón a su boca. «Vaya mi amor, chupe su chichita, es suya mi bebé, chupela», instintivamente Henry empezo a mamar mi pezón y en pocos segundos eso provocó que me excitara aún más. Yo suspiraba y lo besaba en la frente al mismo tiempo que apretaba su verga. mmmmmmm«chupe más duro mi bebé, no le quiere salir lechita?, le voy a dar la otra» Saqué el otro pezón y se lo ofrecí, «chupe hasta que le salga la lechita mi amor, chupe» y le topaba más mis pechos a su cara. «Le gusta mi amor? mmm que rico mama mi bebé» Me levanté poniendome de rodillas, me quité completamente la blusita y me puse encima de Henry con mis pechos en su boca que los pedía con avidez. «Comace sus chichitas mi amor, son solo suyas de nadie más, chupelas bien duro mi amor»Le daba un pezón para que lo chupara y luego el otro, me abrí y mi entrepierna quedó encima de su verga que estaba muy dura y grande, comencé a mover la pelvis para frotar ese palo tan sabroso con mi entrepierna por encima de la tanga mientras mis pechos se turnaban para disfrutar .mmmmmm Le dije: «Te deseo... me tenes bien excitada mi amor».No podía controlarme más, quería llegar hasta las últimas consecuencias. Me pusé de rodillas y aparté a un lado la tanga para descubrir la entrada a mi vagina super chorreada mojada lista para recibir esa verga enorme ,mmmmmm , tomé la verga de Henry y la dirigí a mi interior. aaahhhhhhh ssiiiiii toda toda vamos mmmm ahhhhhhhhPor el largo tiempo sin haber tenido sexo y por lo grueso de ese palo delicioso la penetración fue dificil al principio. Fué entrando poco a poco a mi interior húmedo y lubricado, dejé caer el peso de mi cuerpo y así llegó más profundo. oohhhhhh ssiiiiiiiiiiaaaahhhhhhh aaaahhhhhhh aaaaggggggg Yo gemía de placer y acariciaba el pecho de Henry, en ese momento no me importaba otra cosa que montarlo y hacerle el amor. Apoyé mis manos en sus hombros y empecé a mover mi pelvis, cada movimiento me causaba un enorme placer. uuuyyyy asii asiii asiii vamos vamos cojeme asi aasiiii.
Mi hijo continuaba sedado. Yo levantaba la pelvis y sacaba su verga hasta dejar solamente su cabeza dentro y de inmediato mi vagina volvía a tragarsela casi por completo al dejarme caer, recorria ese tronco disfrutando cada centimetro sin detenerme. aaaaag diiossssss diiosssssss aaahhhhh aaayyyyy aaayyyyyyy ssiiiiiii queeee rico aaahhhhh diosssssss aaaaahhhhhhh y daba pujidos de placer, yo no quería que eso terminara y Henry no daba señales de poder eyacular, su verga seguía dura, con las venas bien marcadas, pulsando y extremadamente caliente. aaaaaahhhhh me vengo yaaaaaaaa aaaayyyyyy diossssss aaaahhhhhhhhh mmmmmm mmmmmm mmmmmmTuve el mejor orgasmo de mi vida y apenas pude contener un grito de puro placer, pero yo queria aún más y ese tronco continuaba sólido como deseando todavía más, asi que me quité la tanga en un instante para regresar a la misma posición. Seguía devorando el miembro incansable de mi prisionero cuando él empezó a pujar y a moverse, «Quiere acabar mi amor? hagalo, acabe adentro, le voy a sacar toda su leche mi amor», pero no eyaculaba.En total fueron casi dos horas que pasé montando a Henry. Por momentos la cama parecía demasiado inestable, pero no hacía ruido a pesar del impacto de cada fuerte galopada que yo daba, bombeando placer del tronco carnoso y caliente.Solamente un destello de luz conseguía entrar por la ventana e iluminar apenas esa escena erótica. Volví la cara para mirar el espejo, se lograban reflejar nuestras figuras; la de Henry, hermosa y masculina; y la mía en comparación muy delgada y flexionandose. Esa imagen y los suaves gemidos de él me excitaron todavía más. Ver el movimiento rítmico de mis pechos, mi espalda que se alzaba orgullosa, mi cintura y brazos delgados y la forma como ese largo y grueso palo aparecía y luego se hundía en mi interior casi por completo. uuufffffff ssiiiiii toodoooo toodoooo todoooo asiii asii mas adentroo mas mas aaaaahhhhhhh siiiiiiiiiiiiTuve un segundo orgasmo, más intenso que él primero, y fué el último por que ya estaba completamente agotada y sudando como nunca. Caí sobre Henry y apenas alcancé a decir: «te amo, te amo mi hombre», tomé su rostro y comencé a besarle en los labios, hombros y pecho bien formados. Mientras las réplicas del estallido de placer todavía estremecían todo mi interior. Ya no tenía más fuerza en mis piernas.Cuando pude recuperar el aliento noté que su verga continuaba erecta. Con una sonrisa le susurré: «mmm mi amor... Tiene ganas de más?». Todo ese tiempo Henry había permanecido casi inconciente sin eyacular ni una vez, por la manera que palpitaba su verga me daba la impresión de estar a punto de lanzar un gran chorro de semen a presión.mmmmmmmmmmmLa alcancé para apretarla y le dije cariñosamente: «quiero que me dé su lechita mi amor», me dí vuelta y quedé de rodillas con el trasero alzado enfrente de su cara, tomé el jugoso palo y lo metí en mi boca para comenzar la mejor mamada que he dado en mi vida. mmmm chup ! chup! chup ! chup ! chup ! aaaaahhh sssssss mmmmmm chup! chup ! mmm que verga mas rica mmmmmmm aaaahhhhhh mmmmmmmmMamaba ansiosamente su rico pedazo de carne como si pudiera saciar la sed que sentía en ese momento bebiendo el liquido que saldría de él. Despues de unos minutos Henry comenzó a pujar advirtiendo el inminente orgasmo, no pasó mucho tiempo para que yo recibiera una gran descarga de leche en mi boca, mmmmmmm sssssss siiii siiii leche leche leche mmmmmm mas leche mmmmmmm la tragué de inmediato para luego quedarme succionando hasta la última deliciosa gota que salió de su miembro palpitante, que despues de eso fué perdiendo poco a poco su tamaño y rigidez. Ahora lo hago los sabados o viernes y el jamas dice nada, por lo visto no sospecha nada.
Autor: depredeitor Categoría: Tabú
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Al viejo le gustan jovencitas
2019-08-20
Don Margarito era un hombre que se encabronaba cuando lo llamaban abuelo. Bueno, en realidad sí lo era, ya que algunos de sus varios hijos ya eran padres a su vez, por lo que ya lo habían hecho abuelo desde hacía tiempo. Sin embargo, Don Margarito era de esas personas que se niegan a envejecer, siempre se quería mostrar vigoroso, enjundioso. Se negaba a considerarse un anciano. Tanto así que, siendo de ojo alegre, ya le había echado el mismo a Mari Paz, una joven que recientemente trabajaba como mesera en su restaurant.
—No, cabrón. Tú ya no estás para esos trotes. Hasta crees que te va a hacer caso una chamaca como esa—le decía un amigo de la misma edad, quien, no obstante, no dejaba de echarse también su buen taco de ojo con la mencionada.
La joven se le hacía al veterano deliciosa. Silueta bien delineada, formada por un par de piernas deliciosamente torneadas; muslos carnosos; glúteos pulposos; cintura delgada; pechos medianos, pero amamantadores; y una carita de “no quiebro un plato”, que le daba a entender al venerable que era todo lo contrario.
—Vas a ver que sí me la chingo —afirmaba Don Margarito, no queriendo quedar menos.
—¡Ya estamos viejos, entiende! Esa está muy polluela para ti —le señaló.
—¡¿Estamos...?! —dijo Margarito, ofendido ante tal calificativo—. Lo estarás tú. Yo todavía puedo echarme mis buenos brincos en la cama, y sin resuellos.
El amigo rió.
—¡Carajo, ahora entiendo porque te has casado ya tres veces!
—Pues es lo que te digo... pinches viejas, no aguantan los palos que les doy.
Ambos hombres rieron y siguieron chanceando mientras Mari Paz ni en cuenta estaba de sus comentarios. La chica lo que quería era terminar tan pronto como fuera posible. Esa noche celebraría un año de casada con su esposo.
La pareja fue a cenar a un lujoso restaurante.
—¿Te gusta este lugar? —le preguntó Alejandro, su marido.
—Sí amor. Está lindo —le respondió Mari Paz.
—Linda tú mi amor. Cada día te pones más guapa.
Alejandro besó a su esposa y ella no podría sentirse más dichosa, o por lo menos eso creyó en ese momento, porque la velada apenas comenzaba.
Alejandro, por debajo de la mesa, le acarició el muslo a su mujer, para luego subir por éste hasta su parte más íntima. Sobre la tela calada que la cubría sintió la pelambrera de Mari Paz, y la palmeó con ternura, cual si fuera un peludo cachorro. Luego le metió dos dedos que se abrieron paso a través de la orilla de su ropa interior, y así jugueteó con los rizos que le cubrían la panocha.
—¡Pueden vernos! —le dijo Mari Paz impresionada ante lo que le hacía su pareja.
—Tú no digas frío hasta que te cobije el hielo.
Y el esposo le metió un dedo en la raja.
—¡Ay! —exclamó ella, sin poderlo evitar.
Mari Paz se sonrojó tras haber gritado así. No obstante, pese a haber llamado la atención de los comensales cercanos, la señora disfrutó del trato que recibía en su intimidad de mujer.
Aquello la había encendido, luego fue hora de avivar el fuego. Ya en su casa, en su cama, el matrimonio copuló con desenfreno. Mari Paz montaba a su hombre tal cual metlapil sobre metate, triturando el pubis de su macho con su pelvis femenina como si estuviesen haciendo masa entre ambos. Más tarde aquél se la chingó de a perro, sacándole profundos gemidos.
Luego, abrazada a ella, teniéndola bien abierta de piernas, la roció por dentro con su esperma y ella experimentó un sacudimiento tal que se sintió transportada al cielo.
Está de más decirlo, quizás, pero el cuerpo de Mari Paz quería quedar preñado, pues su naturaleza así se lo exigía debido a su edad; ya era hora.
Tal parecía que Mari Paz tenía un matrimonio de ensueño. Sin embargo, Alejandro tenía un gran defecto, le gustaba beber a desmedida. Así como ganaba el dinero lo derrochaba en las bebidas, era por eso que Mari Paz tenía que trabajar. Como siempre había sido chambeadora, eso no le importaba, y no lo veía mal, sin embargo, la exponía a los ojos libidinosos de clientes, pero en especial a los de su patrón.
«Cada día me gusta más la condenada», se decía para sus adentros Don Margarito, mientras la veía limpiar mesas en el entallado y escueto uniforme de mesera. Éste consistía en una faldita negra, que le llegaba más arriba del medio muslo; la blusa bien escotada; y su infaltable pequeño delantal atado a la cintura. Aún así, la hembra sentía calor. Para la buena fortuna del empleador, el calentamiento de la temporada hacía que la mencionada sudara bastante, lo que sólo la hacía más apetecible.
El morboso hombre no dejaba de mirarle los sudorosos senos; y la hermosa cola envuelta en aquella apretada y recortísima falda, en especial cuando ella se empinaba.
—Hasta mañana Don Margarito —le decía al despedirse la muchacha, sin sospechar los sucios pensamientos de su patrón.
—Que Dios te acompañe Mari —le respondía el viejo libidinoso, a quien se le iba endureciendo el miembro nomás ella le daba la espalda, mostrándole (sin ser esa su intención) el trasero.
Aquel lujurioso no dejaba de contemplarle las nalgas hasta que se retiraba.
«Un día ahí mismo te la encajo, vas a ver», se decía en su cabeza, mientras se deleitaba con lo que le haría a aquella joven. Uno de esos días la llamaría en privado y le metería mano. A mano abierta se apoderaría de aquellas deliciosas nalgas, metiéndole las manos debajo de su cortita falda.
Le enrollaría su micro falda en la cintura y se atascaría tocando sus suculentas carnes, haciéndola para sí a la vez.
“¿De quién son estas nalgotas mi alma?”, le diría al oído, y le colaría por debajo del calzón un dedo para introducírselo en el fundillo.
Luego le abriría la blusa, sacando sus dos tetas al aire; ya así expuestas se amamantaría de cada uno de los dos pezones oscuros con tal succión que, bien sabía, le causaría dolor a la muchacha, pero no le importaba, de hecho eso es lo que quería. Quería que ella lo sintiera, que sintiera que todavía tenía fuerza de macho.
Sus propósitos no terminaban ahí, claro. Ya se la imaginaba echada en el piso. Totalmente encuerada, le abriría las piernas al máximo para que le dejara expuesta la pelambrera y la raja en medio de esta.
“Ahí te voy cabrona”, le diría y le chuparía sus labios vaginales tratándole de extraer hasta lo último de su esencia de mujer, a sorbos bien ruidosos. Posteriormente, por supuesto, demandaría el mismo trato. Le mandaría chupar su verga y aquél se la encajaría hasta la garganta, aunque tuviera que obligarla a tragársela.
Casi se venía de sólo pensarlo. Así que al día siguiente decidió por fin abordarla.
—Sabes Mari Paz, cada día te pones más chula —le dijo Don Margarito a su empleada.
—Ah, gracias Don Margarito —respondió ella cortésmente. Tomando aquello como un sano halago, sin darse cuenta de las malas intenciones de su patrón.
—De verdad lo digo, muchacha. Estás preciosa.
La otra se sonrojó pero ya no dijo nada en respuesta.
—Y yo ¿qué te parezco? —insistió el veterano.
—Usted... es guapo —dijo sonriendo la muchacha, no queriendo ser descortés.
—¿De verdad? ¿Te soy agradable?
—Sí, de hecho me recuerda a un hombre que quise mucho, hace varios años ya.
—¿Sí? —dijo aquél, ansioso—. ¿Y quién era aquél afortunado?
—Mi abuelo. Mi abuelito que en paz descanse. Se parece mucho a él.
Jijo, eso le prendió la mecha del coraje al venerable. Durante el resto del día estuvo de lo más cortante con la chamaca.
«¿Cómo está eso de que le recuerdo a su abuelo? Hija de su...», se decía a sí mismo el Don, mientras se veía en el espejo del baño no queriendo aceptar su evidente edad.
Su frustración se convirtió en enfermiza obsesión. “Tenía que chingársela”, eso se decía a diario, y si antes la veía con ojos de morbo y deseo, ahora lo quería hacer más que nada por venganza de su orgullo mancillado.
Ya tenía todo planeado. La llamaría estando él en la pequeña bodega. Con el supuesto de algún faltante la haría revisar todo el inventario mientras que él, a su vez, echaría llave y, una vez ahí solos, la violaría. La haría suya a la fuerza demostrando que todavía tenía las fuerzas de antaño.
Pero para su buena suerte de la muchacha y mala de él (o quizás al revés) resultó que Mari Paz faltó al siguiente día en que su patrón se había decidido. Hasta parecía cosa de... pero la explicación vino más tarde. Alejandro; el esposo de Mari Paz; había tenido un accidente automovilístico. Luego de una noche de copas, mientras regresaba a casa, se juntaron su estado etílico; la tormentosa lluvia y un desafortunado peatón que había atravesado la calle en mal momento. Aquél no sólo lo arrolló, sino que fue a estrellarse contra un poste eléctrico.
Alejandro, nada más saliera de su hospitalización, se vería en un trágico predicamento. Tendría que pagar los daños ocasionados, además de responder por atropellar a aquél que, para su fortuna no había muerto, pero sí estaba convaleciente y grave. El dineral que le costaría pagar los daños era cuantioso. Ya no digamos el riesgo de ir por varios años a la cárcel.
Fueron días muy angustiosos para la muchacha. Don Margarito se portó especialmente atento y cariñoso con ella, tratando de aligerarle la pena, apoyarla. No obstante, en el fondo un perverso interés lo motivaba.
Pasaron los días; las semanas y...
—Cuanto deseaba esto —decía el viejo verde, mientras se asía de las nalgas de la muchacha varios años menor que él, e incluso más joven que algunos de sus hijos.
Don Margarito y ella estaban hincados, uno frente a otro, en la cama; ella sólo vistiendo sostén y bragas, y él mostrando orgulloso su cuerpo desnudo. La pareja de joven hembra y hombre curtido, destacaba sus cualidades por contraste, al estar frente a frente, y a punto de enfrascarse en cruda unión sexual.
—¿De quién son estas nalgas, mi amor? —decía Don Margarito.
Mari Paz se quedaba callada pero eso a él no le importaba, el Don sabía bien que eran suyas. Tan suyas que podría hacer con ellas lo que quisiera y nadie se lo impediría.
Le bajó entonces las pantaletas dejando al descubierto los dos gajos de carne y la raya que los dividía. Luego retiró el brasier y se apoderó de los pechos, tomando ambos con sus dos manos, y sorbiéndolos uno por uno con chupetones bien tronados.
—Mi nena linda, te adoro —le decía a la mujer quien sólo guardaba silencio.
Y es que Mari Paz se sentía culpable. Culpable de haber aceptado el trato ofrecido por su patrón, quien se había comprometido a pagar gran parte del adeudo generado por el accidente, siempre y cuando ella se le entregara como mujer mientras su esposo estuviera en presidio.
Mari Paz no sabía cómo volvería a ver a los ojos a su marido después de eso, de eso que Don Margarito le estaba haciendo en ese preciso momento, lo que la mortificaba al punto de que unas lágrimas se le escaparon mientras aquél le chupaba los labios vaginales.
Por su parte: «De verdad que le saben delicioso», pensaba Don Margarito al chupar aquella tierna carne. Goloso se tragó los jugos que inevitablemente se le escurrieron a la hembra.
Como la oyó sollozar, el hombre le dijo:
—Ya no sufras más que ahorita te penetro —y la ensalivó de ahí lo mejor que pudo, humedeciéndole a consciencia la entrada con el fin de dejarla bien lubricada para lo que vendría—. Ahí te voy —le dijo, y el hombre guió su pene a la abertura vaginal de su empleada, aquella mujer que había aceptado eso sólo por verse necesitada. De no ser así...
A pesar de eso gimió levemente cuando el anciano entró en ella. Mari Paz se estaba uniendo sexualmente a un señor mayor, y, ciertamente, sintió náuseas, pero se logró controlar. Como tantas otras veces le sucediera con su marido era penetrada, pero ahora lo hacía con un viejo cerdo. Por lo menos así lo calificaba ella en su cabeza mientras se le abría a Don Margarito, quien lo había hecho con tantas suripantas que ya no recordaba el número, además de sus esposas con las que había engendrado varios hijos. Don Margarito era un viejo bien libidinoso, que había nacido para fornicar y engendrar hijos. “Desgraciado viejo cabrón”, así muchos lo calificaríamos.
—A partir de hoy te voy a hacer el amor a diario —le dijo el descarado, como si no supiera que para ella aquello estaba muy lejos de realizar el acto amoroso. Ella lo hacía obligada por las circunstancias.
Luego se la subió para que ella lo montara mientras le decía: “Te amo; te amo..., jinetéame amor, jinetéame. Anda cariño, móntame, móntame como si fuera tu potro.” Y la agarraba de las nalgas, no sólo con interés de manosearla, sino también para marcarle el ritmo con que él quería que se meneara.
Con deseo de presumirle su potencia, se incorporó cargándola, y así la siguió bombeando en pie. Pero cuando al Don se le acabaron las fuerzas fue ella quien, por propia iniciativa, se hizo cargo de los meneos, apoyando sus pies en la orilla de la cama. Intensos y rápidos fueron los movimientos de la hembra, todo con tal de que aquél se le viniera pronto y aquello acabara, por lo menos por ese día.
Joven mujer y viejo hombre así muellearon, unidos en sus sexos, pero muy alejados en sus motivos para hacer tal acto. Margarito lo que quería era saciar su lujuria, a la vez que sentirse vigoroso, activo; capaz de hacerle el sexo a una mujer joven; pero Mari Paz, por su parte, sólo lo hacía por el bienestar de su marido.
FIN
EPÍLOGO
—¡Pinche vieja despreciativa! —le vociferó Don Margarito, cuando Mari Paz hizo a un lado su cara rechazando así el beso que él le quería dar en sus labios.
Y es que esa era la última vez que lo harían y ella lo único que quería era terminar cuando antes con aquello. Había cumplido con aquel sucio trato y lo que en verdad deseaba era ir con su amadísimo esposo, quien por fin volvía a casa.
La esposa, queriendo ocultar ante su marido y ante sí misma lo que había hecho, lo recibió con el mayor de los afectos.
—Te extrañé mucho, amor —le decía Mari Paz mientras lo acariciaba de los muslos, hincada ante él quien estaba sentado en la cama.
Alejandro vio que su mujer se mostraba de lo más excitada, subiéndosele sobre el pecho desnudo, haciendo qué éste se recostara mientras ella no dejaba de besarlo.
Cuando ella se deshizo de su ropa, dejando sus pechos al descubierto, a Alejandro inmediatamente se le paró la verga, ya que tenía tiempo de no mojarla.
—Acaríciame Alex, te necesito.
El hombre empezó el contacto palpándole la vulva, aun sobre la prenda íntima. Luego, cuando ella se colocó sobre él, se hizo con sus nalgas.
—Ya las extrañaba —le dijo aquél.
—¿Y estas? —ella le replicó acercándole las tetas a la cara, las cuales le embarró prácticamente por todo el rostro.
«Ahorita te caliento porque te caliento», pensaba la dama mientras le hacía todo eso a su esposo.
Luego de darle unos buenos chupetones a la verga de su marido:
—Ya quiero tu verga entre mis nalgas —le dijo, aún acariciándole la mencionada pieza de carne.
El cónyuge debió haberse extrañado, no sólo de esa manera de expresarse; pues Mari Paz comúnmente no hablaba así; sino de que aquella llevara la iniciativa en esa entrega carnal, sin embargo, embriagado por la calentura del momento, no le dio mayor importancia y siguió sus instrucciones.
Obedeciendo a su mujer se incorporó, hincándose en la cama y apoyándose en la cabecera que quedaba a sus espaldas. Mari Paz, entonces, se colocó en cuatro justo frente a él.
—¿Ya estás bien apoyado? —le preguntó ella.
—Sí amor —le respondió él.
—Pues no te muevas que ahorita me voy a ensartar solita.
Moviendo sensualmente su trasero colocó la punta del tolete de su marido justo a la entrada de su sexo, sin meter manos.
“¡Ah qué rico!”, decía la esposa, mientras la pieza iba entrando y a la vez su marido pensaba: «Me encanta que esté tan jariosa. Se ve que le hice falta», viendo como su propio trozo de carne era tragado por la hambrienta y mojada vagina de su mujer.
—¿Te gusta mi amor? —le preguntó ella volteándolo a ver, en esa posición a cuatro patas como estaba.
—Sí mi amor —dijo Alejandro sinceramente.
La mujer echó hacia atrás las suaves nalgas, devorando así la virilidad de su hombre hasta topar con el vientre, el cual se vio varias veces golpeado luego por el trasero de la dama quien, agarrada de las sábanas que cubrían el colchón sobre el que estaba, tomó apoyo para darse con todo contra su marido.
«Mari Paz está insaciable», se decía Alejandro mientras que su esposa, por su lado, pensaba: «A como dé lugar debo hacerle creer que es suyo, a como dé lugar...».
Y la mujer azotó varias veces su trasero al pubis de su hombre, con toda su fuerza, machacándole así la verga a su amado hasta sacarle un buen chorro de semen.
“¡Aaaahhh..!”, gritaron ambos al unísono, al conseguir lo que tanto ansiaban, y no me refiero sólo al tan satisfactorio orgasmo, sino a la pretensión por parte de la mujer de hacerle creer a su marido que él la había embarazado, aunque a su pesar ella misma se había dado cuenta que estaba encinta desde hacía más de una semana antes de que aquél saliera libre.
Autor: Arandirelatos Categoría: Tabú
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Y si le abres desnuda?
2019-08-18
Después de varios meses fantaseando compartir a mi esposa, decidimos pasara los echos, le dije que pensaria a cual de mis amigos le podría platicar de la fantasia que mi mujer y yo compartiamos, una noche despues de pemsarlo mucho y no dar con nadie que me diera confianza, le pregunte que le parecian 2 de mis amigos, a lo que cual me repondio que uno de ellos, una vez habian chateado y el intento dar sentido por lo sexual, ese amigo tiene fama de ser el clasico wey que anda queriendo que ls chicas le pasen fotos sexys y mi esposa no fue la excepción, a lo que ella le dio el corton, pero ya en la posibilidad de invitarlo juntos, me dijo con voz picara - si estas de acuerdo, invitalo para platicarle primero.
ufff escucharla decir eso me puso dura la verga y terminamos follado riquisimos esa noche.
pasaron cerca de dos semana y no me atrevia a contactarlo para invitarlo a nuestra casa, entonces pense que si queria cumplir mi fantasia de ver a mi mujer entregarse a otro hombre, tenia que armarme de valo cornudo y hacerlo.
le escribi saludandolo primero y ya en la platica, le comente que mi mujer me habia contado sobre que el le habia pedido fotos desnuda a mi esposa!
no sabia que responderme creo jajaja
asi que antes de que pensara que le estaba reclamando en mala onda, le dije qu elo olvidara y que nos gustaria invitarlo a nuestra casa para charlar sobre un tema que no me atrevia a comentar, por esa vía.
me dijo que esa semana estaba ya ocupado, pero que nos pondriamos de acuerdo pronto, mi mujer y yo reímos por que fue muy notoria la desconfianza de nuestro amigo mostró, pasaron algunas semanas y no volvimos a cometarle nada a el, pero a mi mujer y a mi el solo echo de haberlo intentado, no sirvio para morbosear mientras cogiamos, con que ella me dijera el nombre de mi amigo y actuara como si yo fuera el.
mi mujer me decia - dame dame jaime(que es el nombre real de ese amigo) cogete a la mujer de tu amigo!
a mi, escuchar eso me volvia loco y era muy notorio que a mi mujer tambien la excitaba.
Entonce pense que si no actuaba pronto, cumplir la fantasia de que mi mujer me pusiera los cuernos con mi amigo, frente a mi no seria posible, asi que rompiendo con todos los bloqueos masculinos que tanto afectan a quienes fantasean con compartir a su mujer, le llame por celular al amigo elegido para hacer mas formal la invitacion, no sin antes preguntar a mi mujer, que al final, es a ella a quien se cogerian y sin problema tambien estuvo de de acuerdo en que le llamara, cuando hable con el, en ambos se notaba el nerviosismo, el por que pensaba que yo le traía bronca, por intentar que mi mujer le enviara fotos de sus tetas y nalgas y yo pues por la obvia razón de que en dicha reunion, le pediria que se follara a mi linda esposa.
cuando le dije que le llamaba para invitarlo nuevamente a nuestra casa a charlar sobre un tema me dijo
- MIra si es por lo de las fotos que le pedí, disculpame , no se que me pasó y no volvera a pasar, yo te repsto y no que tanto mas dijo jajaja
yo le pare el caroo y le dije que no tuviera cuidado y que no tenia nada que ver con el tema o bueno si pero en eotro sentido, cambio su actitud y por fin acordamos encontrarnos el fin de semana proximo por la tarde.
se llego el sabado y mi mujer yo ya habiamos encendido el morbo desde temprano y habiamos decidido, no proponerle nada y pasar directamente a la accion, asi que en el colmo de lo cornudo y con un morbo intenso que me provocaba el solo pensarlo, le pedí a mi mujer que cuando llegara jaime, nuestro amigo, ella le abriera la puerta totalmente desnuda y solo usando sus tacones, al inicio mi mujer dudó un poco, pero conforme se acercaba la hora en que llegaria nuestro amigo, la calentura la fue convenciendo.
se llegó la hora, escuchamos el carro de jaime llegar y ella rapidamente se puso solo sus tacones por atuendo, que ya de por si, mi mujer tiene unas ricas nalgas y con sus tacones se le ven aun mas ricas.
nuestro amigo tocó la puerta y antes de abrir, mi mujer y yo reímos con una mezcla de picardia y excitacion extrema, ya que pues diganme, no todos los días se tiene la oportunidad de ver como la esposa le abre la puerta a un amigo totalmente desnuda?
Mi muje abrio la puerta y al inicio, al entrar jaime, no pudo ver que ella estaba desnuda abriendole la puerta, ya que esta la tapaba, pero una vez estuvo adentro y dejo sus mochil, se giró para saludarla y su semblante cambío por el asombro y no sabia ni que decir o hacer, solo la saludo de beso y se quedo parado viendola.
yo que los veía desde el sillon , le dije - ves? y tu querias fotos, en vivo se ve mejor no?
mi amigo no daba credito a lo que estaba ocurriendo, simplemente no sabia que hacer.
as que me puse de pie y me acerque a ellos para comenzar a besar a mi mujer por la espalda tiernamente, mientras le decía a mi amigo jaime las palabras que nunca olvidare - puedes tocarla!
al escuchar esto, comenzo a masajear las tetas de mi esposa que arqueaba sus espalda mientras yo le repegaba la verga en ese para de nalgas que tanto y a varios les han gustado.
primero le mamó las tetas y con una mano la vagina, ella ya me habia sacado la verga del pantalon y la sobaba en sus nalgas, una sensasion muy rara es meter la mano entre las piernas de mi esposa y encontrarme con la mano de alguien mas urgando jaja
lentamente ella se puso de rodillas y saco la verga de nuestro amigo, debo confesar que a esas alturas yo estaba super excitado, ella comenzo a mamarlo a el primero, ufff solo de recordarlo se me para de nuevo, yo solo veía parado a un lado, como mi mujer le comia la verga a quien habia intentado obtener fotos de ella desnuda, saco la verga de mi amigo de su boca y con un tono tan de putita, me dijo - Te gusta lo que ves mi amor?
para despues meterse mi verga en la boca tambien, alli estaba mi linda esposa de rodillas, alternando entre una verga y otra, dando preferencia al invitado claro, que solo cerraba los ojos en cada chupeton que mi mujer le daba, me sente para ver como manoseaban a mi mujer, mientras ella defigurando la cara de placer, me miraba intermitentemente, el la puso de pie y la inclino sobre el posabrazos del sillon para undir su boca entre las nalgas de casa puta de mi mujer,
en esta posicion pude besar, por primera vez en mi vida de cornudo, a mi mujer despues de habersela mamado a otro hombre, super excitante, el le arrancaba gemiditos a mi esposa con su lengua, que mamabda, vagina y ano de mi esposa.
asi sin mas.
Mi amigo me miro y ya con toda confianza me pregunto - puedo penetrerla?
wooow esa pregunta me excito aun mas y lo que hice fue mirar a mi esposa y le pregunte - Tu quieres que te coja?
Mi esposa ya super caliente aisintio y le respondí a mi amigo cornudamente, ahorita es tu putita, hazlo!
se coloco el condon y concreto, mis inicios como cornudo.
la apoyo a mi esposa en mis piernas, mientras el la penetraba fuertemente, yo ya me habia venido unas tres veces solo de ver.
descargo vacio sus huevos en el condon, dentro de mi mujer y quedamos unos momentos callados, reponiendonos de la excitacion que acababamos de tener, mi mujer se fue a ducharse, mientras el y yo platicabamos ahora si de loq ue acababa de pasar, todo fluyo bien, esa tarde comenzo una amistad con jaime,mas alla de la que ya habia y nos llevaría a explorar mas este mundo lleno de perversiones.
KarlayCesar.
Autor: calorvolcanico Categoría: Tabú
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Enloqueciendo.
2019-08-17
Había llegado a casa tras una jornada fuera de casa y necesitaba una ducha, me dirigí al dormitorio mientras llamaba a Mikaela, como no contestó, me desnudé y me metí a la ducha, la verdad es que la insistencia de Mikaela cuando compramos la casa en tener un baño privado en nuestra habitación y sacrificar un hueco no me acabó de convencer, pero terminé por darla la razón, era un placer y muy práctico tener ese baño cerca de la cama, era amplio, luminoso y con una ducha muy grande, como me decía entre risas y miradas pícaras Mikaela cuando me bombardeaba constantemente con ese deseo del baño privado.
Abrí el agua y esperé unos segundos hasta que comenzó a salir a una temperatura adecuada, tibia, el día era caluroso y necesitaba refrescarme tras un largo día, comencé a jabonarme y me pareció oír la puerta abrirse, cerré el grifo mientras le decía a Mikaela que estaba en la ducha, y seguí jabonándome, tenía los ojos cerrados mientras lo hacía para evitar que la espuma del champú me entrara en los ojos y los irritara, cuando sentí su voz por el pasillo saludándome.
- Hola mi amor, ya llegaste, - dijo con esa voz dulce, que tanto me gustaba.
- Si, por fin, te parece que cuando salga de la ducha pidamos algo para cenar? –contesté mientras acababa de jabonarme y volvía a abrir el agua para aclararme
- No sé…. Creo que tengo una idea mejor. - Oí que me contestaba, desde la puerta del baño.
Cuando me aclaré y abrí los ojos, no lo podía creer, estaba asomada a la puerta con su sobrina, Rosa, la hija de Erika, su hermana mayor, estaban cada una a un lado de la puerta, mirándome sonriendo lascivamente, no podía creerlo!!!!
-Pero Mikaela, que haces!!! – Empecé a protestar tímidamente.
-Nosotras también necesitamos una ducha, cariño….Nos harás un sitio en la ducha?
Venían de hacer jogging, con unos pantalones cortos y camisetas sin mangas, se las veía deliciosamente sudadas y con los ojos chispeantes.
-No estoy seguro de que sea la mejor idea, Mikaela….- Seguí protestando sin mucha convicción.
-Deja que eso lo decidamos nosotras, no crees, Juan, mi amor.
Ambas entraron y comenzaron a desnudarse sin apartar la vista de mí, en realidad la situación me excitaba de tal manera que mi polla apuntaba al techo, se miraban entre ellas y me miraban a mí alternativamente.
-Estamos sudadas y necesitamos una buena ducha refrescante, serías capaz de negárnosla?
-Mi amor…..sabes que no podría negarte nada. – Mikaela sabía perfectamente como excitarme hasta el paroxismo, lo hacía casi a diario y se jactaba de ello.
Se acercaron lentamente, de la mano, abrieron la puerta de la ducha y Mikaela hizo una seña a Rosa con la cabeza mientras sonreía, nuevamente volví a dar las gracias mentalmente a Mikaela por insistir en esa ducha amplia y luminosa, me hice un poco a un lado, para que pudiera ponerse bajo el agua templada.
Rosa no dejaba de mirarme directamente a los ojos mientras se metió bajo el agua y comenzaba a pasar sus manos por su cuerpo. Mikaela cerró la puerta y me besó.
Una ducha después de hacer deporte siempre es necesaria, mi amor – Me dijo mientras me besaba, y ella también se metía bajo el agua.
La situación era tan excitante que mis ojos casi no parpadeaban, ahí tenía a dos mujeres increíbles bajo el agua, con sus cuerpos rozándose y mirándome con dulces ojos de vicio, el agua mojaba sus cuerpos, el de rosa un poco más menudo, joven, y el de Mikaela más maduro y curvilíneo de esos que te giras al pasar, dos diosas en la ducha.
Mikaela ya me había comentado que tras la experiencia con Erika Y Pablo, Rosa se había acercado a ella a veces para charlar, no sabía cómo abordar el tema de la sexualidad con sus padres y recurría a ella, su tía, abierta y comprensiva, era bisexual y había tenido disgustos cuando se lo decía a quienes eran sus parejas, niñatos cegados por una hombría mal entendida, Mikaela salía a hacer deporte con ella y hablaban, la aconsejaba y se relajaban corriendo por un gran parque cercano mientras se hacían confidencias.
Y ahora ahí las tenía, a escaso medio metro bajo el agua, mirándome con ojos de deseo, sencillamente increíble.
Me tendieron sus manos mientras me hacían un hueco entre ellas. – Irrechazable, pensé. Y agarré el gel y me dispuse a ayudarlas en esa reconfortante ducha.
Jabonaba el cuerpo de Mikaela mientras Rosa se pegaba a mi espalda y mientras una mano recorría mi pecho y vientre y la otra los pechos de Mikaela, Mikaela se pegaba a mi pecho y su mano tanteaba la dureza de mi polla y la turgencia de las nalgas de Rosa. Era como estar en el paraíso.
-Sabes la de veces que he pensado esto mismo, tía? – Dijo de repente Rosa.
-Puedo imaginármelas Rosa, ya he visto como nos mirabas a veces cuando estábamos juntos.
No salía de mi asombro, está visto que no me había enterado de nada, y Mikaela tampoco me había sacado de mi ignorancia, conociéndola, seguro que había pasado todo este tiempo urdiendo esta situación, pensé mientras la besaba bajo el agua.
Rosa dejó los pechos de Mikaela y se centró en mi polla y pezones, los pellizcaba ligeramente y susurraba a mi oído que estaba deseando tenerme dentro de ella, y comprobar si era tan rico como Mikaela la había contado. Miré a Mikaela y su cara era la de una viciosa desenfrenada, cuando se pone así es toda una fiera, nada la detiene, conocía bien esa expresión. Me miró y agarrándome de los hombros hizo que me girara hacia Rosa.
Al hacerlo, se apoyó en la pared, dejando un poco de distancia entre nuestros cuerpos, sus pezones estaban duros, tiesos, desafiantes, sus labios entreabiertos, sus ojos clavados en los míos, provocándome.
Mis manos se posaron en ellos, mientras Mikaela me animaba y miraba a Rosa con la cabeza apoyada en mi hombro.
-Rosa está deseando un hombre, y no niñatos con ínfulas, dale lo que necesita, mi amor, dáselo.
Mientras la besaba Mikaela nos acariciaba a ambos, y nuestras manos recorrían el cuerpo de Mikaela sin descanso, pasaban de uno a otro, de una piel a otra, sin pausa, elevando la excitación al infinito.
Finalmente Rosa se giro y apoyando sus manos en la pared me ofreció sus nalgas, mis manos las separaron y mi polla se apoyó en la entrada de su sexo, no quería follarla todavía, quería que lo pidiese, que lo suplicase, así que no presioné, simplemente apoyado mientras pellizcaba los pezones, que estaban durísimos, Mikaela también se ocupaba de Rosa, de su sexo, su vientre se movía, sus caderas buscaban mi sexo dentro de ella, pero aún no era el momento, los expertos dedos de Mikaela jugaban con su clítoris y Rosa gemía cada vez más, de vez en cuando giraba la cabeza y me miraba con rabia, me quería dentro ya, la besaba con pasión, mi lengua y la suya se entrelazaban en juegos diabólicos.
Finalmente Mikaela se sentó y llevó su boca hacía el clítoris de Rosa la escena era brutal, Rosa con su culo en pompa, mientras Mikaela se comía su clítoris, mientras mi polla permanecía entre los labios de su coñito sin acabar de entrar.
Estaba cada vez más desesperada, la excitación llegó a su clímax y tuvo su primer orgasmo, tras él Mikaela no se separó de su clítoris y Rosa gemía que por favor la metiera ya de una puta vez.
-Deja de torturarme y métela hasta el fondo de una puta vez.
Mikaela entonces puso una mano en mis nalgas y presionó. Empecé a notar como el calor de Rosa invadía mi polla, poco a poco, a medida que Mikaela empujaba, yo entraba en Rosa, que maldecía y temblaba. Mis manos en sus caderas, separando sus nalgas, mi polla ya entera en su interior la lengua de Mikaela sin dejar su clítoris, Llevaron a Rosa en cuestión de un minuto a su segundo orgasmo, los gemidos se volvieron roncos, profundos.
Notaba las contracciones en mi polla, y entonces Mikaela empujó con fuerza mis nalgas y me clavé hasta el fondo. Rosa se retorcía, y Mikaela había atrapado su clítoris entre sus labios, yo notaba su barbilla pegada a mis huevos, la sensación era enloquecedora.
Tras ese segundo orgasmo, Mikaela cerró el agua y soltando el sexo de Rosa la invitó a saborearse.
-Ven aquí, saborea tu coñito, sobrinita. -La dijo.
Rosa se sentó junto a Mikaela, y acerqué mi polla a sus labios. Su lengua recorrió entonces mi capullo y todos sus pliegues, la punta de su lengua repasaba cada milímetro de él, hasta que sus labios se abrieron y pasó al resto del tronco de mi polla, sabía cómo hacerlo, desde luego. Mikaela la abrá aleccionado sobre cómo se come una polla, o ya tenía aprendido el ejercicio, pensé mientras las veía a ambas, Mikaela me miraba con esa mirada suya, mientras acariciaba mis huevos.
Finalmente. Le arrebató mi polla cariñosamente a su sobrina, y se la metió hasta el fondo de la garganta, lenta y suavemente, pero sin parar, eso me hacía perder la cabeza, lo sabía…..me ponía al borde del orgasmo cuando lo hacía, y mientras me miraba con los ojos entornados al máximo, y Rosa no perdía detalle, creo que lo inaudito de la situación fue lo que hizo que no me corriese de inmediato.
Con la misma lentitud fue sacando mi polla, sin dejar de mirarme, ni un instante, era una maravilla verla hacer eso.
-Vamos Rosa, tú también puedes. -La dijo cuando finalmente acabó.
Respiré profundamente, no podía ser verdad. Rosa entonces me miró y como había hecho Mikaela se metió en la boca mi polla hasta que no quedó nada fuera, pero sus ojos empezaron a humedecerse y notaba su garganta
contraerse, estaba a punto de atragantarse, y sacó más rápidamente la polla llena de babas de su boca…. Había estado a punto de correrme y Mikaela disfrutando de ello, como una colegiala la mañana de Reyes.
Se incorporaron ambas y fue Mikaela la que, de nuevo tomó la iniciativa.
-Tómala en tus brazos y empálala como sabes.
Su mirada era perversa, estaba disfrutando. Rosa me extendió sus brazos y al acercarme la abracé, la levanté y apoyándola en la pared mientras la sujetaba por las piernas la elevé hasta que mi polla quedaba por debajo de su sexo abierto de par en par, Mikaela lo dirigió a la entrada y dejándola caer se introdujo por completo. Noté el cuello de su útero en mi capullo, acomodándose, Rosa tenía una expresión de incredulidad en su rostro, y Mikaela la acariciaba y besaba mientras la dedicaba palabras tiernas. Por un instante temí lastimarla, pero sus gemidos y movimientos enseguida me tranquilizaron, movía sus caderas en círculos, y cada vez gemía más u más alto, casi llegaba a gritar cuando se corrió, maldiciendo.
-Joder!!!! Que es estoooooo!!!!!
Mikaela sonrió y la dijo. -Te lo dije, te llevará al cielo, cariño.
Notaba como mi orgasmo se empezaba a convertir en irreversible, en cuestión de segundos no habría marcha atrás. Mikaela, mi amor, me voy a correr, dije entonces…..
Sin dar tiempo a Mikaela a responder, Rosa dijo. - Si, aguanta unos instantes y hagámoslo juntos, por favor, lléname, por favor.
-Ya sabes que tienes que hacer, amor mío, dijo entonces Mikaela.
Y comencé a embestir como antes lo había hecho en esa situación con Mikaela tantas y tantas veces, como una bestia desbocada, mis manos apoyadas en la pared, mientras sujetaban mis brazos las piernas abiertas y mi polla se clavaba en ella, sin piedad, entre resoplidos notando como el calor se acumula en mis riñones antes de explotar.
Y finalmente explotamos a la vez, como si nada más importase que nosotros tres.
La sujetaba en la misma posición cuando empezaba a salir mi semen del coñito de Rosa y Mikaela se acercó a recogerlo con su boca.
No se puede desperdiciar, dijo mientras luego se puso en pie y lo compartió con nosotros mientras nos besábamos los tres apasionadamente.
La locura, pensé entonces, acababa de comenzar.
Autor: bilbao_49 Categoría: Tabú
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La rutina secreta de mi madre y mis deseos ocultos
2019-08-14
Mi nombre es Joaquín, de 31 años, soy hijo único, y desde que los 14 años estoy obsesionado sexualmente con la curvilínea figura de mi progenitora. Ella se llama Amelia, actualmente tiene 51 años, y compartimos vivienda. Mi padre falleció cuando yo era un niño, por lo que hemos vivido prácticamente solos desde entonces.
Desde hace un par de años ella modela para mí en lencería y ropa provocativa, también me permite que la grabe en vídeo y recientemente se ha iniciado en el mundo de las transmisiones eróticas vía webcam.
Que se haya dado toda esta situación entre una madre y un hijo es algo muy inusual, pero procedo a relatar muchos detalles para que entendáis el contexto.
Quiero ser sincero desde el principio y no sembrar falsas esperanzas en los lectores. Adelanto que en mi historia NO ha habido ni habrá relaciones sexuales directas. Este relato es más bien una confesión pública anónima, dado que mi situación nunca la he compartido con nadie.
Empecemos. Los hechos que motivaron mi obsesión dieron inicio a finales de los años 90, cuando yo era un chaval de 14 años, y mi madre Amelia una atractiva mujer de 34 años.
Amelia, por lo general y desde que tengo uso de razón, ha utilizado ropa provocativa y tenido una actitud desinhibida, sobre todo en la intimidad de nuestro hogar. Pantalones ajustados y minifaldas cortas eran muy frecuentes en sus vestimentas diarias.
Por otra parte, uno de los sueños de Amelia fue dedicarse al modelaje o al baile, pero por diversos motivos nunca pudo hacerlo de forma profesional, por lo que se dedicaba a ello solo como pasatiempo. Después de trabajar y hacer algunas labores del hogar, bailaba, modelaba y se grababa en vídeo con una vídeocámara VHS. En nuestra casa teníamos una habitación exclusiva para eso, a la que ella llamaba 'el estudio', donde se encerraba para grabarse.
Al principio me invitaba a verla, sin embargo, a mis doce - trece años era algo que no me interesaba. Yo prefería dedicar mi tiempo libre, entre otras cosas, a jugar fútbol con mis amigos, los videojuegos, leer comics y ver animes en televisión, así que al final fue algo que ella hacía en solitario, sin interrupciones de ninguna clase.
En cuanto a mí, una de mis aficiones era grabar en vhs mis animes preferidos y películas que transmitían en televisión, con la intención de coleccionarlas y revisionarlas.
Llegué a tener decenas de cassettes vsh en mi colección.
Mi madre también tenía decenas de cintas de la misma tecnología, pero en su caso, eran de sus danzas y modelajes. Suponía que las guardaba para verse a posteriori.
Debido a esto, en nuestra casa había una ingente cantidad de cassettes vhs, tanto de ella como mías. Como comenté al principio, era finales de los años 90, el acceso a internet era limitado, de manera que el vhs era una tecnología lúdica accesible.
En esa época nuestra vida era tranquila, sin sobresaltos. Ella trabajaba y no tenía pareja, no que yo supiera.
Además, por esa época, empezaban a aflorar deseos sexuales en mí, aunque jamás se me cruzó por la cabeza observar a mi madre de forma libidinosa, muy a pesar de sus vestimentas provocativas y actitudes desinhibidas. Para satisfacer mis deseos solía intercambiar revistas porno con mis amigos, espiar a las compañeras de clase o piratear la señal del canal porno de la televisión satelital .
Pero nunca se me cruzó ver a mi madre de forma libidinosa, a pesar de que no me hubiera supuesto ningún inconveniente dada su actitud desinhibida en la intimidad del hogar.
No obstante, las cosas estaban a punto de cambiar.
Un día de mis vacaciones escolares (a mis 14 años de edad) mi madre me pidió prestada una cinta de una película de las que yo grababa, sin embargo, pasaron los días y olvidó devolvérmela.
Una semana después, yo estaba solo en casa, organizando mi colección y recordé que me faltaba esa, así que entré a su habitación con la intención de buscar dicha cinta y retornarla a mi estante.Yo era, y sigo siendo, una persona meticulosa y me gustaba tener todo ordenado.
Entré a su 'estudio' y empecé a buscar. Vi varios cassettes, sin embargo, no estaba el que yo buscaba. Me dirigí hacia su habitación y proseguí mi búsqueda ahí. Al poco tiempo, para mi sorpresa y sin querer, descubrí una especie de fondo falso en un armario. Ahí se encontraban varias decenas de cassettes vhs. Había unas pocas que estaban rotuladas con la fecha, como las que había visto antes en el estudio, pero predominaban unas que estaban señalizadas con letras y números, caracteres que parecían tener ningún sentido.
Me quedé extrañado. ¿Por qué guardaba estas en un lugar distinto? pensé. Cuidadosamente cogí varias con la idea de curiosear, me fui a mi habitación y las puse en mi reproductor.
Estaba solo y aburrido en casa, me quedaba una larga mañana por delante, por lo que disponía de bastante tiempo para escudriñar.
Además, sabía que mi madre no regresaría del trabajo sino hasta varias horas después.
Las primeras que revisé eran las que estaban rotuladas con fechas. Eran vídeos de ella bailando de forma normal. Nada extraño y nada que no supiera.
Sin embargo, llegó el momento de visionar las que tenían letras y números que parecían aleatorios. Me intrigaba ver su contenido.
En el primero que puse, ella aparecía bailando, pero me resultó extraño que en esa ocasión su cuerpo estuviera enfocada de la cintura para abajo, con una minifalda muy corta. La cara no se le veía en ningún momento.
Los minutos fueron transcurriendo, y su baile empezó a tornarse más picaresco. Era evidente que se trataba de una especie de striptease. Yo me quedé estupefacto. Nunca había visto a mi madre actuar de esa forma. Me puse muy nervioso, sabía que estaba visionando algo 'prohibido'. Se trataba de mi madre, sí, pero no fue sino hasta ese momento que advertí que también era una mujer atractiva. En pocas palabras, me estaba excitando lo que veía. Además, influía bastante el hecho de que en dichas escenas no se le viera la cara, de manera que mi subconsciente 'olvidaba' que se trataba de mi madre.
Puse dos cassettes más, y la rutina se repetía. Ella bailando en minifalda, haciendo poses casi vulgares, para al final quedarse en ropa interior. Las escenas solían durar cinco minutos.
Mi nerviosismo y excitación se incrementaron en demasía. Nunca había visto a mi madre de esa forma, me estaba gustando mucho lo que veía, aunque no entendía por qué ella hacía eso.
Volví al escondite con la intención de buscar más cintas de códigos raros. Extendí el brazo lo máximo posible, revisé y saqué las cintas que estaban al fondo de todo. Encontré unas que estaban rotuladas de forma similar a las anteriores, pero con un detalle especial: tenían un paréntesis con una 'x'.
Tomando en cuenta lo anterior supuse que encontraría algo interesante, y suponía bien.
Reproduje la primera. De nuevo la escena daba inicio con mi madre bailando en una minifalda muy corta, de forma sugerente, con la cámara enfocando de la cintura para abajo.
Era evidente que el propósito de todas estas escenas eran excitar a su espectador. Conmigo, su hijo, lo había logrado, a pesar de los tabúes que eso implicaba. De forma paulatina la intensidad y la picardía del baile se fueron incrementando. Se quitó la minifalda y se quedó en ropa interior, como en las anteriores escenas que había visto. Cuando creí que la escena se terminaría, como en ocasiones anteriores, en esta escena ella se acercó a la cámara, caminando de espaldas. Se quitó la braga con parsimonia y seducción, dejó al descubierto su pálido y gran culo, se inclinó, separó las nalgas con sus manos y mostró sin tapujos su área genital y anal frente a la cámara.
Me quedé con la boca abierta. No daba crédito a lo que veía.
Eso fue la gota que rebalsó el vaso. No pude más. Retrocedí la escena, la puse en velocidad lenta, me saqué la polla y empecé a masturbarme contemplando la escena en la que mi madre mostraba abiertamente todo su ojete y su coño. La vista me parecía extasiante. A mi edad, era la primera vez que contemplaba algo así en todo su esplendor. Era tal mi estado de excitación que me me masturbé tres veces seguidas.
Posteriormente, vi las demás grabaciones, y en todas era el mismo ritual. Había descubierto una mina de oro. No obstante, preferí no decirle nada a ella y mantener el 'status quo'. Suponía que sí le reclamaba algo a mi madre, no iba a poder seguir viendo esas maravillosas grabaciones, por lo que preferí mantenerlo en secreto.
Ya no necesitaba obtener porno clandestino. Con los bailes eróticos de mi madre me bastaba y me sobraba para masturbarme.
Autor: Cro439Nix Categoría: Tabú
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