🔥Relato Erótico de Sexo con Maduras: Con la madre de mi amigo ❌Sin Censura❌

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Fecha: 2019-12-02


Con la madre de mi amigo


Autor: King Crimson

Categoría: Sexo con Maduras

La inocente visita a casa de su amigo acabó en una completa encerrona por parte de la mujer. Nunca podrá agradecerle suficiente lo mucho que le hizo disfrutar y gozar. Tremendo polvazo el que echaron y que han vuelto a repetir… Sucedió hace unos días. Apenas una semana, no más. Aquella tarde oscura y ventosa de principios de noviembre, me dirigí a casa de mi amigo Simón con el que había quedado para mirar unos apuntes del instituto que se nos atragantaban a ambos. Dos días antes había entrado una de esas famosas y molestas gotas frías que todo o casi todo se llevan por delante; gota fría recorriendo el país de oeste a este y que ya teníamos encima. Lluvia copiosa, cielos nubosos y oscuros, viento de fuertes rachas que obligaba a tomar buen abrigo. Pese al terrible tiempo que nos visitaba, poco más tarde de la comida salí de casa camino de la de mi amigo. Un amplio jersey, el paraguas y un grueso chubasquero pues hacía frío y llovía con fuerza como decía. Simón tenía clases de algunas de las optativas y llegaría sobre las cinco o las seis. Así y libre como en cambio yo me encontraba por la mañana, había quedado con él para la tarde. Ya en el portal y tras traspasar el umbral del mismo, saludé al conserje del edificio. Ascensor arriba después de marcar el botón del noveno y, pronto y con rapidez, el elevador me hizo alcanzar el piso deseado. Con el chubasquero medio abierto tras bajar la cremallera del mismo, frente a la puerta marqué el timbre esperando que me abrieran. A los pocos segundos escuché pasos acercarse. La puerta se abrió apareciendo ante mí la señora Flor, la madre de Simón. - ¡Hola Nico, ¿qué haces aquí? –apoyada en el quicio oscuro de la puerta la mujer me recibió con su sonrisa abierta. - Quedé ayer con Simón para mirar unos temas del instituto. - Oh muy bien. De todos modos llamó hará unos diez minutos diciendo que tardará y que le esperes. ¿No te dijo nada? - Vaya no, no me envió ningún mensaje al móvil. - Se le habrá pasado o andará muy ocupado, no pasa nada –la señora Flor allí plantada frente a mí con su misma sonrisa abierta y acogedora de siempre. Aquella misma sonrisa que yo bien conocía, de dientes blancos que relucientes aparecían bajo el labio inferior. Aquella melena larga, castaña clara y rizada con mechas que le otorgaba a su rostro un aspecto juvenil con aquellos ojos también castaños y algo achinados. - ¿Qué tal te encuentras? Hace días que no te pasas por aquí. –parada en la puerta me preguntó sin perder la amplia sonrisa. - Bien gracias, estos últimos días andamos muy ocupados con los estudios y las clases. - Eso está muy bien, que seáis aplicados y estudiosos. - Oh, pero qué tonta estoy. Perdona por tenerte en la puerta parado. Pasa y charlaremos dentro mejor. - No se preocupe señora Flor, yo vengo más tarde cuando esté Simón. - No no, nada de eso. Pasa adentro, no tardará en llegar y tomamos algo mientras. Así pues con el paraguas en la mano y la mochila a la espalda, traspasé el umbral camino del interior de la casa. Aquel inmueble que tantas y tantas veces había visitado antes. Cerrando ella la puerta y escuchando como tras de mí, la mujer echaba el pestillo a la puerta. Rauda y llena de amabilidad. de mis manos tomó el paraguas dejándolo caer en el paragüero cercano. A la izquierda y llenando la pared, podía verse la amplia y clásica cristalera ante la cual destacaba la igualmente clásica figura de aquella diosa griega o romana, que no sabía bien distinguir a quien correspondía. Echando los pasos a la derecha, la seguí pasillo adelante hasta acabar en el enorme salón de paredes de un amarillo apagado, que mezclaban perfectas con la inmensa librería cubierta de libros por todos los rincones de la misma. Al otro lado, un gran espejo de marco dorado con un par de cuadros a los lados y de tamaño medio, representando escenas de la campiña inglesa. - Siéntate y ponte cómodo, voy a la cocina a por algo de tomar. ¿Qué te apetece, agua, un refresco, una coca, una cerveza fresquita? - Una cerveza estará bien –respondí a la invitación mientras tomaba asiento frente al televisor en el que daban una de aquellas horribles series de después de comer. - Una cerveza pues, cogeré otra para mí. Ponte cómodo, ya sabes que estás en tu casa –exclamó con alegría antes de abandonar el salón, escapando al otro lado de la casa por el pasillo. Deshaciéndome del chubasquero y sentado como me encontraba una vez posada la mochila en el suelo, escuché a doña Flor canturrear a lo lejos. Las escenas del televisor mostraban imágenes de aquella serie costumbrista que nunca veía. Pronto me atreví a tomar el mando que en la mesa cercana reposaba. Empecé a zapear pasando de un canal al otro, un documental sobre la vida salvaje, aburridos programas de reformas, alguna que otra serie tan mala o peor aún que la primera. No tardé en dejar el mando, pasando al primer canal y quedando algo estirado y tirado atrás en el sofá de tres plazas. El suave canturreo de doña Flor escuché acercarse por el pasillo. - Ten Nico, la cervecita fresca que me pediste –entregándomela en la mano que noté rozar levemente con sus dedos. - Gracias señora Flor –acepté devolviéndole la sonrisa al verla sentarse a mi lado. Unos aperitivos había sacado con los que acompañar la bebida, aunque en realidad para nada me apetecían. - Y dime Nico, ¿así que vais muy liados con los estudios? –preguntó antes de darle un primer y largo sorbo a la botella de cerveza. - Pues sí, ciertos temas que tenemos que preparar y que se nos atragantan a los dos. - Bueno, en parte es normal. No todo va a ser fácil, siempre hay cosas más áridas a las que enfrentarse. - Es cierto, aparte que la profesora es un hueso duro de roer. - Jajaja, los estudiantes siempre quejándoos de los profesores –rio divertida tras mi confesión, para enseguida dejar caer mínimamente la mano en mi muslo por encima de la rodilla. Unos tímidos toques fueron aquellos, golpeándome con la palma y los dedos por encima y como por descuido un breve instante. Lo que tuvo la virtud de ponerme alerta. Debo reconocerlo, aquella mujer que no era otra que la madre del que seguramente era mi mejor amigo, me ponía y me ponía mucho desde hacía tiempo. Muchas pajas a su salud me había hecho desde largo tiempo atrás; la señora Flor era uno de los muchos intereses que dentro de mi loca cabeza el elemento femenino centraba. A mis diecisiete años muchas fantasías había imaginado a su lado, esas cosas suelen ser normales entre los chicos de mi edad. Todavía sin novias formales, tanto Simón como yo nos masturbábamos de manera habitual aunque evidentemente no se me pasaba por la cabeza el contarle lo mucho que con su madre soñaba. Año y medio atrás y durante las vacaciones en las que me invitaron al chalé que tienen en la playa, una de esas noches calurosas en las que tanto cuesta conciliar el sueño escuché a la mujer deseada y a su marido jugar entre ellos en el dormitorio. Tímidos cuchicheos, palabras en tono bajo pero que la pared no podía ocultar, me hicieron escuchar y sospechar la tormentosa escena que ambos formaban. Él animándola a seguir, al parecer se la estaba comiendo a base bien. Aquellos leves gemidos mezclados con las tenues palabras del hombre, me llevaron al momento a endurecer bajo el corto pantalón del pijama. En completo silencio, junto a la pared y creyendo que el corazón me iba a estallar, los sonidos continuaron como unos diez minutos largos y eternos y en los que el encuentro amoroso fue avanzando segundo a segundo. Comiéndosela ella sin duda, su marido la animaba a hacerlo con cálidas palabras que desde mi posición no conseguía apreciar. Pero sí podía apreciar el mover de la cama, según ellos seguramente se removían. Al poco percibí un corto y ahogado lamento por parte de ella. Sin duda, acababan de unirse en la feliz copula pues pronto empezaron a sentirse gemidos y lamentos que a duras penas la mujer podía evitar producir. Gimiendo ahora los dos, pude entender claramente como le pedía ella que la follara. El movimiento de la cama resultaba mucho más apreciable, el ir y venir parecía haber ganado en ritmo y velocidad. La señora Flor pedía y reclamaba de su marido mayor fuerza y ligereza, mucho más deprisa era claro que el orgasmo se avecinaba en ella. Se corrió entre débiles grititos aunque eso no pareció detener a su marido que seguía y seguía dándole de lo lindo. Un minuto más debieron estar así, martirizándola el hombre y gimoteando herida la hermosa mujer hasta que finalmente un breve hilillo satisfecho se escuchó en boca de ambos. Todo había acabado por aquella noche, yo allí quieto con la mano bajo el pantalón y con una erección de caballo que tuve que rebajar escondiéndome con rapidez en el lavabo. En el silencio que en la noche reinaba y antes de meterme al baño, la puerta del dormitorio se abrió dando paso a la madura mujer. ¿Habría reparado en mi presencia tal vez? Seguramente no pues nunca más se supo de aquello. Volviendo al relato principal y como comentaba, allí me encontraba en el salón de su casa, los dos solos y con aquellos suaves e insignificantes toques sobre el muslo y la rodilla que no sabía muy bien qué podían significar para la mujer. Siguiendo ella con la conversación y sin poder yo evitar el sentirme alerta, con toda aquella belleza tan cercana y a mi lado. A mis diecisiete años recién cumplidos hacía poco, aquella casi cuarentona tan bien formada era mucho más de lo que uno podía soñar. El amplio flequillo cubriéndole la frente junto a la larga melena castaña y rizada cayéndole sobre los hombros y a lo largo de la espalda, la calefacción templada le permitía vestir aquella tarde un diminuto top blanco de fina lana que le dejaba el vientre y los hombros al aire, dándole una apariencia lozana y jovial en consonancia con aquel rostro lleno de pecas que la hacía parecer mucho más joven de lo que realmente era. Y sin parar de sonreír y hablarme, los dientes blancos viéndosele relucir bajo el par de pómulos salientes que le marcaban el rostro ovalado. Unos tejanos negros y ceñidos además de unas New Balance blancas y algo desgastadas completaban el conjunto con el que ir cómoda por casa. Estaba para comérsela, allí mismo me hubiera lanzado sobre ella si no fuera porque se trataba de la madre de mi mejor amigo del que esperaba su llegada a no mucho tardar. Uno junto al otro, devoramos las cervezas a pequeños sorbos, ofreciéndome la mujer una segunda que rechacé con poca o ninguna convicción dejándome la señora Flor para ir nuevamente a la cocina. Al momento la tenía sentada una vez más, muy cerca el uno del otro. - Con la calefacción apetece una buena cerveza fresquita –declaró pegándole esta vez un largo sorbo a la botella. - Sí, estos días hace frío en la calle. Ya era hora que llegara –respondí sintiéndome caliente y ahogado por dentro. Aquellos labios húmedos que tantas veces había muerto por besar y saborear, juntándolos la mujer uno con otro para secar la humedad del frío líquido provocaban en mí el estar pasándolo cada vez peor. Aquellos ojos rasgados y medio entreabiertos me subyugaban el entendimiento, siguiendo sus palabras con tímidos murmullos de asentimiento. Mis ojos reflejados en el castaño de los suyos, nada decía tan solo enfrascado en mis turbios pensamientos y fuera más de una vez de todo aquello que me decía. Muy sexy y coqueta se me presentaba, removiéndose a mi lado en lentos movimientos. Las caras muy cerca la una de la otra, yo solo tragaba saliva, carraspeaba junto a ella. Era imposible que no se percatara de la horrible turbación que atenazaba cada uno de mis gestos. Su proximidad, allí sentada a mi lado me estaba haciéndolo pasar realmente mal. La mujer largo tiempo deseada y tan lejana para mí y en esos momentos la tenía sentada junto a mí y solos los dos en su casa. Susurrándome en voz baja y casi pegada, ni me enteraba lo que me decía. Fue en un momento de leve lucidez que traté de pararla y separarme, buscando ella seducirme cual animalillo indefenso. - Pero, pero qué hace señora Flor… Simón puede llegar en cualquier momento. - Tranquilo que eché el pestillo para que nadie nos descubra. Si llega te escondes en el baño como si estuvieras meando. Seguro que no sospecha nada, el pobre es tan inocente para esas cosas. En dos ocasiones busqué incorporarme y en ambas volvió a tumbarme en el respaldo sin darme opción a más. - Estate quieto y déjame hacer a mí. ¿O crees que no te descubrí aquella noche con mi marido, espiándonos como estabas tras la puerta? Te harías una buena paja en el baño. De manera que lo sabía todo y desde entonces nada había dicho. Todo estaba al fin más que claro, de forma que no tardé en tenerla encima, temblando todo yo y buscándome ella la boca. - No me digas que no lo deseas, hace tiempo que sé lo mucho que me deseas. Cómo me miras, cómo me comes con la mirada cada vez que me ves… -la voz jadeante y ardiente de la mujer sobre mi rostro. Una encerrona en toda regla la que sufría y de la que no querer escapar, me dejé pronto avasallar por sus labios húmedos y carnosos buscando atrapar los míos. Los besos entre ambos dieron inicio, quedando grandemente sorprendido por lo lanzada que la señora Flor se mostraba. Nos besamos por vez primera, cerrando yo los ojos camino de nuevos placeres desconocidos hasta entonces. - ¿Sí muchacho, te gusta la mami de Simón, te gusta la mami de tu mejor amigo, eh? –al separarnos y quedando con los rostros muy muy pegados, haciéndolo con aquellas palabras aún más morboso. Seduciéndome con sus palabras tan directas y de tan alto contenido erótico, pronto empezó a tocarme. Tumbado en el sofá podía sentir el aliento de la señora Flor golpearme el rostro, respiración acelerada la de la mujer como igualmente lo estaba la mía. Las manos femeninas resbalándome el muslo y la rodilla, la vi incorporarse echada hacia atrás tan hermosa como era. Respirando con fuerza, el pequeño top avanzando adelante bajo el poder de los pulmones. Los ojos entrecerrados tornados en blanco, con los dedos se tiró el flequillo a un lado. Mis ojos, por su parte, se mantenían imagino abiertos como platos sin querer perder detalle del espectáculo que la madura mujer pero más que apetitosa me ofrecía. Estaba buenísima, estaba bien buena y para un jovencito como yo un plato como ese era más de lo que uno podía desear. Su bella y redonda figura de formas opulentas y marcadas bajo las ropas, formas que tantas veces había soñado tener entre las manos. Pechos redondos y duros que, aunque no grandes, en alguna ocasión había podido ver en verano y bajo el bikini o bañador. Recuerdo alguna vez y estando con la familia de Simón junto a la piscina o en la playa, mi mirada curiosa había podido disfrutar la imagen de los revoltosos pezones marcarse en la fina tela que apenas podía soportar su presión. Aquella única mano ahora no marchaba ni parecía tener intención de marchar y abandonar mi muslo, corriendo por encima de la tela del pantalón arriba y abajo. Allí sentada encima y tan llevada por el inicio de la agitación que la envolvía, se la veía radiante y espléndida ante mis ojos que se la comían devorándola enterita para mi total placer. ¡Era tan bella y hermosa! Sobre mis piernas, se removía ajena por completo a mí mientras se acariciaba pasándose la otra mano por encima de la lana del top. Gimiendo débilmente, cerrando los ojos y abriéndolos mínimamente, la mano corría de un pecho al otro sobre la prenda que los escondía. Removiéndose inquieta, apretándose un labio contra el otro para ahogar un nuevo gemido tan débil como los anteriores. Subiendo la mano se alborotó los cabellos, echándolos a un lado y al otro atrapados entre los dedos como los tenía. Gemía, suspiraba con los ojos ahora cerrados y la boca entreabierta y de labios húmedos. Desde mi posición privilegiada, mi breve experiencia solo me daba para disfrutar la belleza de su rostro excitado y todavía de tímidas arrugas. Abriendo los ojos su mirada volvió a tomar interés en mi persona, apoyando la mano esta vez en mi hombro y llevando la otra a la parte baja del jersey con el que se entretuvo llevándola arriba muy lentamente. Yo aguantaba la respiración dejándome hacer por esa mano experta, los dos callados y mudos por lo sugerente del momento. Pronto consiguió hacer que la prenda subiera, apareciendo mi barriga y parte del torso a su vista. La señora Flor nada decía, tan solo haciéndose a lo juvenil de mis formas. La mano buscando subir más el jersey, haciéndome estremecer al notarla bajar la piel abajo. - ¿Te gusta esto? –preguntó musitando lentamente cada una de las palabras? Asentí con un mínimo golpe de cabeza, la respiración forzada por lo muy excitado que me encontraba. Paso a paso iba descubriendo el mucho vicio y morbo ocultos que la bella mujer guardaba. Seduciéndome sin prisa alguna, aprovechándose de mí con cada nuevo gesto que realizaba a lo largo de mi cuerpo entregado a ella. Corriendo la mano arriba y abajo para al momento volver a subirla, cayendo sobre el abdomen para pasar la lengua de manera tranquila provocándome un temblor con el solo roce de aquella lengua maravillosa a lo largo de la barriga y el torso. Muy muy lentamente, clavándome la mirada con el correr de la lengua por encima de cada uno de los músculos. - ¡Diosssssss! –solo pude pronunciar, inmóvil en el sofá como me encontraba y disfrutando el ir y venir de la malvada lengüecilla. Haciéndose con la tetilla que chupó y lamió levemente, arrancándome un cosquilleo y un suspiro prolongado de puro goce. Aquella madurita sabía latín y estaba abriendo mi loca cabecita a un montón de nuevas ideas, llenas todas ellas de la más profunda perversión. No me movía, no podía moverme de tan a gusto como me sentía. Besándome y chupando el pezón, resbalando la lengua mi piel erizada, abriendo ella los ojos de tanto en tanto para comprobar el efecto que en mí producía. Cerrando la boca se incorporó, acercándose ahora sí muy muy peligrosamente. Las bocas muy cerca la una de la otra, volviendo a notar el aliento femenino junto al rostro. Sentí la boca reclamarme con ansia, abriéndola la madura y ladeando la mía para acabar besándonos de forma suave e inmediata. Un beso sincero y delicado con el que mezclar labios y bocas. Vuelta a la carga y alargándolo lo más posible, podía saborear la boca de la señora Flor. Resonando de manera característica al separar los labios y viéndola abrir los labios, necesitada de nuevos besos que complacieran su anhelo más profundo. Los ojos cerrados de ambos, disfrutando el cálido momento. La muy ladina devoraba mis labios entre los suyos, envolviéndolos mimosa con cada nuevo roce. Besos cortos y delicados en el silencio cómplice del salón. Continuamos de ese modo largo rato, uniendo las bocas con desenfreno y sin querer acabar aquello. Besos y más besos que la arrancaron finalmente un primer gemido, acallado por la caricia rápida de mi boca. Gimió largamente y de forma clara, demostrando lo mucho que le gustaba y su necesidad por seguir. Nuevamente envolviendo mis labios entre los suyos, era ella la que llevaba la voz cantante disfrutándolo yo tan solo en mi total placer. Noté entonces la mano por encima del pantalón, buscándome la entrepierna y pasándola a lo largo entre los continuos gemidos que emitía. Sobre el muslo, subiendo a mi sexo, gimiendo esta vez yo al alargar descarado la mano hacia el poderoso muslo femenino. Y seguimos gimiendo y acariciándonos sobre las ropas, al tiempo que continuábamos con los besos suaves y llenos de cariño por el otro. Cada vez la mano me apretaba más, notando sin duda mi sexo crecer y desperezarse bajo el pantalón. Besándome apasionada, dándome sus húmedos labios, abrazándome los hombros por encima y cogida a mis brazos con ganas. Aquel beso se hizo largo y prolongado, no sé cuánto tiempo estuvimos pero puedo asegurar que para mí resultó maravilloso e inolvidable. Se separó finalmente echando la mirada abajo. Con una media sonrisa y murmurando débilmente continuó sobre mi miembro, acariciándolo y pasando lentamente la mano por encima. - Parece que empiezas a estar más que nervioso. - Es por su culpa, señora Flor… todo culpa suya. - ¿Culpa mía? Anda no seas mentiroso que tú también tienes buena parte de culpa –sonrió humedeciéndose levemente los labios. Me encantaba, sin duda y ahora que la conocía de un modo más íntimo lo que más me gustaba de ella era lo obscena y procaz que podía llegar a ser, provocándome con sus miradas y cada uno de sus ademanes y gestos. Sonriéndome al fijar una vez más los ojos en los míos. Los ojos le brillaban de un modo inusual y que nunca había conocido en ella, tan alterada estaba por el completo deseo que la consumía. Acariciándome sin descanso y arrodillada junto a mí, ambos en silencio se mordió el labio inferior mientras me miraba llena de calentura. Aquella mirada tan directa y diáfana me turbaba, sin dejar lugar a la duda de lo que la madura pretendía hacer conmigo. Los dedos y la palma de la mano corriéndome encima, despacio y muy lentamente disfrutando la sensación que en mí producía, la señora Flor paso a paso fue avanzando en su ataque. Los dedos y las manos se apoderaron del cinturón, soltándolo para enseguida hacer caer la cremallera abajo con un rápido sonido de la misma. Estaba más que claro lo que quería y no iba a ser yo quien lo evitara. Gemí pronunciando unos tímidos sonidos de aprobación. Tirando la prenda a los lados y sin decir palabra, por encima empezó a indagar buscando lo que tanto le interesaba. Pero aún no la atrapó sino que con las manos volvió a masajear y sobarme la entrepierna de manera descarada. - Tranquilo, tranquilo cari… tú solo disfrútalo… poco a poco, no hay prisa alguna… Yo para mí pensaba que sí la había pues en cualquier momento podía llegar Simón y desbaratarlo todo. Sin embargo y quieto e inmóvil como me encontraba en manos de la mujer, dejé que todo discurriera del modo que ella marcaba. - Estás duro querido… me encantaaaaa –la mano removiéndose lenta y premiosa a lo largo del miembro que ya empezaba a crecer aún más. - Culpa suya –volví a asegurar en un susurro mientras una sonrisa de circunstancias envolvía mi rostro. - Me encanta lo tierno que eres pequeño –humedeciéndose los labios que vi brillar rosados bajo la luz del exterior. Menuda guarra estaba hecha pensé para mí, tratando de relajarme lo cual me costaba horrores conseguir. La situación evidentemente no daba para ello, los dos solos y en tan excitante estado. Con una sonrisa y murmurando zalamera, la vi caer sobre mí. Abriendo la boca y sacando la lengua, la mirada me descubrió a la madre de mi amigo pasándola por encima del slip. Un suspiro entrecortado lancé, pero continué sin moverme soportando como un valiente el terrible acoso al que me sometía. ¡Resultaba tan difícil el no lanzarse sobre ella! Entre los dientes enganchó la prenda, tirando de la misma hasta hacerla caer atrás. Regodeándose en mi total debilidad, sonrió provocativa al humedecerse los labios una vez más. Aquello me ponía un montón, aquellos labios gordezuelos y rosados que a no mucho tardar vería mostrarse sueltos y maliciosos. Arrodillada y elevada, volvió a pasar la mano sobre el bulto comprometedor. Tomando el pantalón por los lados se entregó a bajarlo, ayudándola yo al elevar mínimamente el trasero. Muslos abajo y hasta las rodillas, el siguiente paso fue volver arriba y de nuevo manosear descarada el horrible volumen. - ¡Joder con el jovencito! Para tu edad no está nada mal lo que aquí tienes –acompañando con estas palabras el continuo ir y venir por encima. - ¿Le gusta… le gusta señora Flor? –me atreví a preguntar en el hilillo que la voz reseca me permitió lanzar. Sin embargo ella nada respondió ante lo muy apurado que me encontraba. Masajeándome por abajo la parte de los huevos, seguramente cargados pese a las muchas pajas que me hacía por entonces. Casi a diario, el elemento femenino a esas edades nos tiene locos teniendo que descargar el deseo sin remedio. En el baño mientras me duchaba o por la noche y en la cama, la mano voluntariosa hacía de las suyas sobre mi persona ayudándome a jugar con las fantasías e ilusiones que me llenaban la cabeza. Y como ya dije, doña Flor resultaba uno de los anhelos secretos, pero que más presencia tenía en mis agitados pensamientos de joven abriéndose paso a machetazos a los misterios del sexo. A mi lado, la mujer tan deseada volvió a buscarme la boca sin dejar por ello lo que entre mis piernas tanto la atraía. - ¿Quieres que siga… dime, quieres que siga? –haciéndomelo cada vez más difícil. Bajo sus labios asentí con un murmullo débil al tiempo que sentía la mano devorarme el miembro duro y encabritado. ¿Cuándo me la iba a sacar finalmente? –estremecido pensaba mientras la madura parecía no tener prisa alguna tal como me había dicho. Besos y más besos, débiles y cortos los unos, apenas unos piquillos y apasionados y prolongados los otros devorándonos y comiéndonos las bocas. Morreándonos, enganchándole la cabeza por detrás para saborear la boca femenina que tan placenteramente me entregaba. Tomándome ella la cara con la mano y haciéndola resbalar por encima hasta caer al cuello. Los besos resonaban en la amplia habitación, todo en silencio para así disfrutar mejor lo que allí sucedía. - Me gustas muchacho, tienes morbo y entrega… dame la boca –cayendo en un nuevo beso profundo y arrebatador. Entonces se separó, haciéndose por fin con el slip que levantó con las manos llevándolo abajo. Así apareció todo aquello a su vista, al dejar caer la prenda por debajo de las rodillas. La terrible erección escapando entre las piernas, cabeceaba y aparecía curvada al enfrentarla directamente. Un murmullo de aprobación la escuché emitir al verla elevarse arriba antes de atrapar el miembro con los dedos. Con la otra mano se llevó el pelo al lado, preparándose para el festín que a mi costa iba a darse. Cayó abajo y con la lengua comenzó a pasarla por encima del glande y el tronco. Dándole pequeños lametones y besitos con los que ir paso a paso tomando confianza. Yo respiré con fuerza, viéndola hacer al pasar y repasar la lengua a lo largo del tronco grueso y hecho una piedra. Mientras, la mujer no dejaba de mirarme gozando mi fragilidad y lo mal que lo estaba empezando a pasar. - Ummmmm –suspiré cerrando los ojos y echando la cabeza atrás. - Tranquilo muchachito, tú solo disfrútalo… me encanta esto que tienes… Siguió a lo suyo, atrapado entre los dedos como me tenía y pasando la lengua en círculos por encima del glande y a lo largo del palpitante tallo. Abajo y arriba y muy despacio, se entretenía saboreándolo y devorándome entre sus labios y lengua. Sacando la lengüecilla, rosada y traviesa la hacía correr lentamente y sin descanso entre los temblores constantes que mi cuerpo producía. Abriendo ahora la boca y envolviendo el hinchado capuchón entre los labios, no pude menos que gemir ruidosamente. - Tranquilo chico y aguanta el tipo… tenemos mucho tiempo por delante. Llenándolo de besitos por encima, el glande se veía brillante y firme con las primeras gotas de líquido pre-seminal escapándome para al momento ser atrapadas con gula extrema entre sus labios. Así fue comiendo y chupando, bajando el tallo hasta la base y de nuevo arriba regalándome un descarado golpe de lengua. Yo no podía más que gozarlo, tan loco y excitado me tenía con su sabio ajetreo. - Joder, qué polla tienes –musitando en voz baja su entrega y determinación. Por dentro me sentí hinchar con sus cálidas palabras ensalzando mi virilidad. Esas cosas al elemento masculino nos pasa y más si es una mujer como aquella la que te lo dice. Cerré los ojos volviendo a dejar caer la cabeza en el respaldo del sofá. Los tímidos gemidos que mi boca producía se mezclaban con el constante chupar y lamer, succionándome con su experta boca que apenas me daba respiro. Abandonándola unos breves instantes, pude disfrutar su imagen entregada al dejarse pasar la polla por la cara. Pasándosela ella misma por encima de los labios, golpeándose la mejilla cogido entre los dedos como me tenía. Una y otra vez, dándose suaves choques con que impactar el miembro sobre el rostro bello y delicado de la mujer. Aquella imagen me hizo suspirar de lujuria mal reprimida. Me tenía loco, mucho más de lo que hubiese podido imaginar. La señora Flor me estaba ofreciendo un espectáculo único y hasta entonces insospechado. Cogiéndola yo ahora se la pasé restregándola entre los suaves sollozos de la mujer. Abriendo la boca y recibiendo sobre los labios el grosor del enorme champiñón. Fue aquella una imagen de las que nunca se olvidan y quedan para siempre marcadas a fuego en la memoria de uno. La señora Flor destilaba voluptuosidad y lujuria en cada gesto que realizaba, produciendo en mi persona un irrefrenable lamento y deseo por ella. Golpes suaves en el rostro los que le daba llenos de un vicio infinito. Aquellos ojos cerrados, su total entrega ronroneando como una gatita perversa y cachonda, la señora Flor sollozaba regalándome aquella apariencia tan rebosante de erotismo y desenfreno. - Dámela cari, dámela –pedía abriendo la boca y buscando el regalo que le entregaba. Tomado con la mano el largo y vibrante falo hizo llevar sobre la boca, pasándolo por encima de la nariz con los ojos cerrados y de nuevo sobre los labios, lo que me hizo todo ello sufrir un escalofrío subirme el cuerpo. Metiéndosela y comenzando a devorarla y envolverla con la boca hambrienta de mí. Abriendo los labios lo que podía, el glande atrapó para luego sacarlo pasándole la lengua a lo largo. Volviéndolo a tomar para empezar a chuparlo, tragándolo hasta la mitad. Murmuraba chupando y succionando el grosor inaudito que mi miembro había alcanzado. Corriéndole la lengua por debajo en el interior de la boca, desde mi posición podía ver su total entrega al ver escapar ligeramente la terrible presencia entre sus labios. Apoderándose de los huevos que lamió maliciosa, sonriéndome con la mirada fija para disfrutar lo que en mi interior sucedía. Gemía fuertemente, removía el vientre contra su boca, abría las piernas para facilitarle la dura tarea en que se encontraba metida. Entre los labios tiró de los huevos provocándome un nuevo gemido, abandonado por entero a lo que me hacía. Soltando la dura bola de entre los labios, lentamente fue ascendiendo el recio monolito que mi polla ya era. Comiéndose el glande lo chupó y lamió con delicadeza y suavidad mientras con la mano me sujetaba el pene por la base. Acariciándome con los dedos las bolas, continuó avanzando en su constante mamar y succionar. - Sí sí –solo podía decir, suplicando mayores atenciones por su parte. Adentro y afuera y entre los labios gordezuelos, la sensación era tremenda para un joven como yo lo era. Hasta entonces nunca había disfrutado un trabajito como el que la madura mujer me estaba regalando. Llenándose la boca cada vez un poco más, pude ver como se lo tragaba centímetro a centímetro desapareciendo entre sus fauces. De forma experta, aquella leona se había comido ya muchas de esas pero en ese momento era yo quien lo gozaba hasta enloquecer. Quedando quieta con ella en la boca, gimoteé herido en la intensa emoción que mi cuerpo recibía. Sin necesidad de las manos, lo mantenía quieto y profundo hasta donde la boca le daba. Muy despacio fue escapando al correr la cabeza arriba, produciéndome una nueva y agradable impresión. - Cómemela, cómemela Flor –me atreví a tutearla por vez primera. - ¿Te gusta eh? Buen chico, deja que te dé placer con mi boquita y la lengua. Al dejarlo ir el falo aparecía brillante y bañado en sus babas, lamiéndolo suavemente, atrapándolo con los labios. Tragando luego el grueso capuchón para llevarlo hasta el fondo lo que le produjo la primera arcada. Lo abandonó, gruñendo al mirarme a los ojos. Tremendo el gesto que mostraba tan lleno de sensualidad y lascivia sin fin. Por abajo se masturbaba en silencio con la braga echada a un lado dando paso a sus hábiles dedos. Parada sobre el glande hizo caer las babas sobre el mismo, humedeciendo buena parte del mismo al resbalarle hacia abajo. Con la mano las esparció arriba y abajo, el largo instrumento entre sus dedos que de forma tan delicada lo trataban. - Me encanta tu polla, grande y dura… -mientras los dedos continuaban esparciendo la humedad que su boca había expulsado. Metiéndosela de nuevo, comenzó ahora a devorarla con mucha más rapidez y desenvoltura. Chupando y mamando el recio mástil, metiéndoselo hasta la mitad para abrazarlo con la lengua como había hecho antes. Llenándose la boca hasta llegarle al paladar e inflamándole el moflete. Una nueva arcada la que le produjo sin abandonarlo por otra parte, succionando sin descanso enloquecida por el temible grosor. Escuchándose los flops-flops de su boca cada vez que lo enganchaba y le escapaba los labios. Ayudándose de la mano con la que masturbarme furiosamente arriba y abajo, al tiempo que con la boca me abrazaba el glande hinchado y palpitante. - Ummmmm, así así… sigue, sigue. Abría la boca viéndosele los dientes asomar sin descuidarla un solo instante. Nuevas arcadas las que sufría y fue cuando la vi quedar parada, deslizándose el miembro lentamente y paso a paso hasta el final de la boca. Por unos segundos lo perdí de vista, pudiendo observar tan solo la boca pegada a mi vientre. Eso me hizo perder el sentido, verla con toda mi polla en tan delicioso orificio de su cuerpo. - Dámela muchacho, dámela… menuda cosa tienes, me encantaaaaa –pajeándome a un ritmo alto con los dedos y entre la mano que me tenía bien atrapado. Levanté el cuerpo estremecido por tanto placer como me daba, gruñendo en voz alta y bramando vanidoso con el constante correr de la mano. Cerré los ojos con la cabeza caída en el respaldo y sintiendo tan solo el vendaval de sensaciones que la madura me ofrecía. Reía, gemía agradecido a sus atenciones, levantaba el culo removiéndolo y echando el vientre hacia ella. Con las dos manos me pajeaba ahora. Arrodillada a mi lado y tan hermosa como era, una mano y la otra me llevaban a la gloria del cercano orgasmo. Despacio y deprisa, metiéndosela en la boca y jugando luego con la mano al sacarla. Arriba y abajo cada vez más y más deprisa, un temblor me corrió el cuerpo al verla acercarme la boca, besándome al darme la traviesa lengua mientras entre las piernas continuaba el ligero ir y venir. Sin aguantar más me corrí, quedando como un pipiolo ante la mujer soñada. Suspirando enardecido, temblándome el vientre y los labios al descargar todo un surtidor de líquido blanquecino que apareció saltando por los aires en forma de cálida y copiosa corrida. El vientre, los muslos y más allá me alcanzó, cubriendo a la vez la mano de la mujer que entre los dedos comprobó el lento relajar del grueso falo cada vez más débil y cansado. Gemí, suspiré derrotado mi tremendo placer, allí sentado y en manos de la señora Flor que me miraba con sus ojos en los que un brillo malvado podía traslucirse. - ¿Te corriste cari? Me encanta tu leche –declaró relamiéndose y tranquilizándome con ello por la rápida corrida. - Perdone, perdone… no pude aguantar –disculpándome y claramente preocupado por ello. - Oh, no pasa nada nene… es normal lo que pasó. Un chico joven y una mujer madura que tanto te gusta, es normal que te vayas rápido. Y entonces la vi caer en mi vientre, lamiendo y saboreando los restos de grumos pastosos y espesos. Chupándola toda con vicio increíble y de forma muy muy lenta, la limpió por entero dejándola aseada y reluciente para finalmente acabar dándole un besito de alivio. En mi debilidad y sin moverme, allí quedé con el miembro flácido y caído a un lado hecho una completa pena. - Fantástico muchacho, te comportaste como esperaba, estuvo muy bien la verdad –tras acabar la vi sentar a mi lado acercándome la cara y volviendo a besarnos como forma perfecta de continuar la fiesta. Alargando la mano no pasó la oportunidad de moverla sobre mi sexo, todavía morcillón aunque cada vez menos tras la batalla librada. Suspiré profundamente por sus nuevas caricias y roces que seguramente le llevarían un buen rato conseguir una nueva respuesta. Yo solo pensaba en que no viniera Simón y lo echara todo a rodar, tan a gusto me encontraba con ella. - Ummmmm, sí sí –murmuraba en mi total relajo bajo el suave roce que los dedos me daban. - ¿Te gusta, te gusta pequeño? Hay que tratarla con cariño y tranquilidad para ver si vuelve a la vida. Tendrás que reponer fuerzas. A veces cuesta más de la cuenta, esperemos que no sea el caso… –lanzándose hacia mí y volviendo a darme su boca húmeda y deseosa de besos. Arrodillada e incorporada atrás en toda su belleza, de mi lado no se movía. Pasándome la mano a lo largo del muslo mínimamente velludo, la hacía correr abajo para luego subir, esta vez rozándolo las largas uñas pintadas de un negro brillante. Mirándome, la muy perra me sacaba la lengua provocándome. Era claro lo mucho que le gustaba jugar conmigo y mis emociones. La señora Flor era mala y su actitud con mi persona me excitaba aún más, haciéndome conocer cotas jamás alcanzadas antes. Aquella mirada malsana reflejada en su rostro no tardó en hacerla precipitar sobre mí. Un nuevo beso con el que mezclar las lenguas en mi boca, sentí la suya entrarme desenfrenada. Mis manos acariciándole el muslo desnudo y con el pantalón a la altura de la rodilla, la presencia femenina me ponía a mil por hora. - Acaríciame, acaríciame así Nico. Muy próxima la vi desnudarse, echando el diminuto top abajo y quedando con el bonito sujetador rosa a la vista, tapándole aquel par de pechos que deseaba comer devorándolos duros y firmes como se mostraban. El amplio y redondo bulto escapando por la parte de arriba del sujetador, la respiración se notaba entrecortada en ella. Un brazo y otro fuera y la blanca prenda le colgó por encima de la cintura. Apresurada y con las manos a los lados, la hizo subir hasta acabar escapando por encima de la cabeza. Luego me ayudó a quitar el jersey llevando el mismo camino que el top. Cogiéndome la polla, me pajeó lentamente y luego más rápido aunque aquello poca o ninguna energía presentaba. Morreándonos las bocas y acariciándome las bolas, con la otra mano parecía buscar la utópica respuesta. Nada, de momento no había forma y así desistió en su intento. Cayendo sentada en el sofá, no acertaba a deshacerse del pantalón por lo muy alterada que se encontraba. De ese modo, tuve que ser yo quien la ayudara en la difícil tarea, quitándole con urgencia las zapatillas y tirando del pantalón abajo haciéndolo resbalar por los pies hasta quedar libre de la molesta prenda. La braguita rosada y tan escasa, vi húmeda de sus jugos al transparentar lo oscuro de la zona del pubis. Bajo la fina tela se vislumbraba una abundante mata de vello, parte de la cual le escapaba por los lados. Me humedecí ahora yo los labios, imaginando todo el manantial de aromas que la madura me tenía reservado. Tumbada en el sofá se la veía caliente y muy muy cachonda, con las pupilas dilatadas y brillándole los ojos de aquel modo tan especial. - Acaríciame, acaríciame toda… me tienes tan cachonda. Tomándome la mano se la llevó entre las piernas y por encima de la braguita. Comprendí lo que la madura me pedía, lo que la madre de mi amigo quería que le hiciera. Removiéndose entre mis manos, respirando acelerada, anhelando mis caricias al ponerme la mano sobre la mía. En silencio entre los débiles gemidos que su boca emitía, moví la mano por encima de la tela. Moviéndola arriba y abajo y notando lo muy mojado que su sexo aparecía. La tela humedecida con el frotar de mis dedos contra su vientre, pasándolos a lo largo en busca de mayores nervios en la mujer. Gimiendo con fuerza tuvo que llevarse la mano a la boca, aguantando el furor que la consumía. Estaba ardiendo y aún no habíamos empezado. Una mancha amplia cubrió la tela transparente bajo mis dedos, seguramente se había corrido con mi solo roce. - Ufffff cari, qué bueno esto –el hilillo de voz, el rostro de rasgos congestionados y contraídos confirmaron mi sospecha. Se había corrido por vez primera, allí espatarrada frente a mí y doblando las piernas que descontroladas se movían. Tan hermosa y delicada se dejaba ver bajo el poder del orgasmo. Tras los espasmos que le corrían la sinuosa figura, quedó quieta y en un estado reposado con los ojos entrecerrados. - Ahora cómeme el coñito quieres… -a todo aquello siguió la invitación entrecortada de sus palabras. Ningún reparo tuve a ello, al revés me moría por probar la dulce fruta madura que la madre de Simón debía guardar allí abajo. Ninguna vergüenza sentí, disfrutando el terrible deseo que el rostro femenino revelaba. Con la mano me acercó a ella, quedando casi hundido en sus piernas. Cogida con los dedos la vi echar la braga a un lado, mostrando la vulva rosada que los labios entreabiertos destapaban. Respirándole encima, ahogándome embebido en los aromas que desprendía hasta que, lanzando un rugido de emoción irrefrenable, me hizo cerrar los ojos al chocar la boca contra su sexo. Rugiendo como digo me pidió que le comiera la flor oculta de su feminidad, mostrada por completo y abiertas las piernas frente a mi boca. Yo no podía creer en mi suerte y al principio me costó reaccionar al ofrecimiento. - ¿Es que no vas a hacerlo nunca?... Vamos chúpalo, dale besitos. - Ponme perra cariño. Aquella mujer madura y casada, que además era la madre de Simón y a la que conocía pero no de aquel modo hasta entonces, desprendía un morbo y vicio infinitos por cada poro de su piel. Me embelesaba por entero. Bramando descontrolada por la turbación que la dominaba, con sus manos me ahogaba animándome a hacerlo. Sin pensarlo más y notándome la nariz rozar el vello femenino, me puse a la labor empezando a lamerla del modo que había visto en aquellas pocas películas porno que por casa corrían escondidas. - Despacio muchacho, despacio –con su voz herida por el deseo, en mi evidente inexperiencia me iba guiando. Sacando la lengua y dándole lentas y suaves caricias en el clítoris, lamiéndolo por encima y ofreciendo después mayor entusiasmo a la vez que pajeaba el interior de la vagina haciéndole sentir uno, dos y hasta tres de mis dedos. Esto último fue idea mía y claramente tuve éxito, pues de su boca comenzaron a escapar débiles sollozos y grititos al estremecerse enterrada en el sofá. Con la otra mano le tiraba los labios a los lados, entreabriéndolos para así poder saborearla a gusto. Gusto que era el suyo, gimoteando complacida mientras entre sus piernas mi boca y mi lengua hacían de las suyas empezando a aprender lo que hacer. Lamiéndola y pasándole la lengua por la raja, poco a poco fui tomando seguridad según ella me indicaba. - Así nene, así… con la lengua por encima… lámelo, lámelo ummmmmm. Jugué con la raja entreabierta, hundiendo mínimamente la lengua en la vulva hecha un charco. Seguí subiendo luego al clítoris, que descubrir endurecerse viéndome anonadado y sorprendido ante la desconocida respuesta que la naturaleza femenina evidenciaba. La señora Flor suspiraba abiertamente, reclamando más y más. Era claro lo mucho que lo disfrutaba y ante eso continué por el mismo camino, entregado a la vulva y al clítoris. Endurecido y animándome a seguir, el diminuto botón parecía buscarme la lengua y los labios al elevarse vigoroso y orgulloso. La mirada se le perdía en algún punto desconocido de su mente cada vez que la lengua le corría la raja. Entreabría la boca por el placer que recibía, los dientes y la lengua a la vista que tanto me ponían. Ojos en blanco de puro goce, los entreabría y cerraba fijándolos en el techo al volverlos a abrir. Realmente lo disfrutaba y mucho lo que le hacía, no iba la cosa tan mal pese a mi poca experiencia. Sollozaba, gimoteaba dejándose hacer relajada y completamente abandonada a mis caricias. Los pezones se le notaban duros y excitados bajo la suavidad de sus manos, acariciándose los pechos y masajeándolos lentamente. Cogiéndose el pezón con los dedos y tirando de él con lo que sacarse un gritito de satisfacción. Oscuros y grandes como una galleta se veían. Continué a lo mío hundiéndome en el calor y los aromas de su sexo brillante de jugos. Suspiró largamente estirándose cual pantera de formas bellas y sinuosas. El sexo húmedo y lubricado, metí dos de mis dedos en el mismo entrándole fácil y entre grititos continuos. Se abría de maravilla, las piernas colgándole, hipando apocada por el gusto que le hacía vivir. Temblaba toda ella, la piel erizada bajo mis dedos que la notaban vibrar entre ellos. Elevaba el cuerpo hacía mí y volvía a caer con el rozar de la lengua pasando y repasándole la flor hecha fuego. - Méteme la lengua… más adentro, más. - Ay joder, cómeme el conejito… despacio despacio… saboréalo vamos. - Más profundo, métela toda Nico… qué gusto me das. Estas eran algunas de las muchas cosas que me decía para animarme a seguir. Respiraba profundamente el calor de su sexo, corriendo la lengua a lo largo de la rajilla abierta, horadándola de tanto en tanto con la lengua a lo que la mujer respondía estremecida al cogerse a la almohada en la que encontrar un mínimo consuelo. Al fin se corrió, gritando su tremendo deleite, removiéndose entre los almohadones y por encima del respaldo del sofá, buscándome la boca al echar el vientre adelante. La pobre mujer tuvo que taparse la boca con el puño para así acallar sus gritos y lamentos de desconsuelo. Al tiempo la espalda se le arqueaba, volviendo a tirar el vientre adelante y pataleando perdido por completo el control de sí misma. - Joder, aaaargggg joder… - ¡Joder, qué me corro tío… joder cari, qué me corro! Yo, hundido entre sus piernas solo hacía que beber y devorar los jugos y fluidos que como un manantial inagotable la abandonaban. Lamiéndole la rajilla una y mil veces, comiéndome el clítoris con lo que hacerla sufrir aún más. Enganchándolo entre los dientes hasta acabar mordiéndolo tímidamente lo que la hizo alcanzar un nuevo orgasmo como continuación perfecta al primero. Pataleando afligida, meneando el cuerpo enardecida por la emoción que la sobrepasaba, cayó finalmente atrás suspirando y lanzando un hilillo de satisfacción con el que quedar inmóvil en su terrible gesto beatífico con que demostrar lo bien que se lo había hecho. - ¡Joder nene, qué bueno ha sido… aprendes rápido… ufffffff! Trepando y acercándome a ella, la besé silenciando mínimamente los jadeos de cansancio que la bella mujer emitía. La señora Flor me abrazó llevándome contra ella, pasándome las manos y los brazos alrededor del cuello para caer ambos en un beso mucho más apasionado y confiado. Notaba los labios femeninos devorar los míos, húmedos y temblorosos al besarnos haciéndola callar en su constante desazón. Al separarnos, entre mis dedos me pajeaba arriba y abajo y adelante y atrás tratando que aquello volviera a tomar vigor y entereza. - Ven, deja que me encargue de eso… vuelve a sentarte aquí –con las manos en los brazos me hizo caer nuevamente en el sofá. Empezó a pajearme teniéndome bien agarrado y sujeto. Despacio y con calma como ya antes me había enseñado. La muy ladina hacía resbalar la mano a todo lo largo, sin dejar de mirarme y provocarme con gestos obscenos y sucios de su boca. Pasándose la lengua por los labios y sacándola luego como si me chupara. Sonriendo traviesa al ver el efecto que en mí producía y siguiendo con sus labios y su lengua al humedecerlos apretándolos uno con otro. - ¿Te gusta esto Nico? Dime, ¿te gusta esto? –la mano masturbándome arriba y abajo a lo largo del miembro que ya empezaba a tomar tamaño. - Ummmmmmmmm. - Sí muchacho, buen mango tienes joder. Con la mano fuertemente cogido y deslizando los dedos arriba y abajo, la piel del prepucio desplazó atrás apareciendo la cabeza altiva y rosada. Arrodillada entre mis piernas, yo gemía y respiraba afanoso disfrutando el suave roce de aquellos dedos y mano. Murmurando ella con lo que excitarme más, la mano no paraba de moverse y hacerse al grosor cada vez mayor que mi sexo presentaba. Bajándose a los huevos, los lamió jugando con ellos mientras su mirada se mantenía en la mía sin apartarla un segundo. - Aaaaaahhhhhhh –me quejaba abiertamente en manos de la mujer experta. Arriba y abajo y volvió a tomarla en la boca, envuelta entre los labios que empezaron una nueva sesión de caricias y roces sobre el delicado instrumento. Cogiéndola entre los labios, estirándola arriba y abajo, mamando y succionando a buen ritmo y sin descanso. Ayudándose de ambas manos, con las que hacerme conocer nuevos terrenos de placer y locura. No paraba, no paraba un momento tan pronto masturbándome con rapidez y furia como trabajándome con la boca y la lengua. Rozándome con esta última, devorando y saboreando el glande que aparecía ya brillante de sus babas. - Sí sí, ummmmmmmmmm –exclamaba mi boca agradecida por tanto tormento. La señora Flor me miraba con sus ojos mitad en blanco mitad abiertos y hechos fuego, succionando una y otra vez al echarse atrás los cabellos que la molestaban. Murmuraba, musitaba con el grueso capuchón entre los labios. Con voz entrecortada le pedí que siguiera. Encantada lo hacía, era claro lo mucho que le gustaba. Chupó con ganas, agarrándome las bolas entre los dedos y acariciándolas cariñosamente. Por arriba jugueteaba con el glande, escupiéndole encima y lubricándolo al correr la lengua a lo largo del falo. Luego se lo metía en la boca, más de la mitad y sin dejar de mirarme fijamente a los ojos. Con la mano le tomé la cabeza, empujándosela con lo que producirle arcadas y haciendo que chupara y comiera con mayor rapidez. Entonces paró, dejándola libre al ponerse en pie. - Vaya, ya vuelves a estar en forma… todavía no hubo uno que se me resistiera. - Espera un momento, no te muevas. Vuelvo enseguida –exclamó dejándome allí tumbado, para salir ella corriendo sin saber muy bien yo en busca de qué. Pronto volví a tenerla a mi lado, viéndola llevar entre los dedos la funda plateada del preservativo. - Espera cari, deja que te ponga esto. No querrás dejarme preñada –riendo al rasgar entre los dientes la funda para sacar el preservativo al volver corriendo del otro cuarto. Así me lo puso, cubriéndome con maestría y saber hacer. Llevándolo con los dedos abajo al pajearme la polla gruesa y dura como una piedra. - Ya estás listo, a ver qué sabes hacer con esto… quiero sentirla… -exclamó sacando la lengua obscena y vivaracha. De pie frente a mí fue bajándose las braguillas hasta quedar libre de ellas con un pie y otro fuera. Supe bien lo que aquello significaba, nadie tuvo que decirme nada al respecto. El gran y deseado momento había llegado. Agarrándome el mango y subiéndose encima al fin quedó montada. Como si de mantequilla se tratara, nada costó el metérsela. Ella misma se metió mi largo instrumento en el húmedo y ardiente coñito. Llevándolo con los dedos adentro no tardamos en estar unidos uno al otro. - ¡Ummmmmmmm joder! Gimió largamente, quedando parada y arqueándose adelante cual pantera en celo. La empapada vulva se hizo con rapidez a mi amplio tamaño, ingresándolo buena parte del mismo y comenzando a cabalgar y moverse arriba y abajo. El culo prieto y duro meneaba, moviéndose lentamente mientras yo dejaba mi mano reposar suavemente en la nalga. Arriba y abajo animándola a moverse, el rostro descompuesto de la madura demostraba lo mucho que lo disfrutaba. - Dios, diossssssss –tirando la cabeza atrás, poco a poco se iba haciendo al grosor de mi sexo juvenil. - Joder joder, qué polla más rica tienes. Llevándole la otra mano al trasero para de ese modo tenerla bien cogida, la señora Flor fue moviéndose y cabalgando a su gusto. Despacio pero sin pararse, el culo arriba y abajo hasta quedar completamente llena de mí. Pude contemplar su gesto excitado, con el ceño fruncido por la presión que entre sus piernas se daba. Gemía largamente, meneando el culillo una y otra vez para acabar su boca sobre la mía besándonos dulcemente. Gimiendo y suspirando, ronroneando débilmente bajo el continuo retozar. Tirándose el pelo a un lado, se movía saltándole las tetas frente a mi turbia mirada. Se retorcía, flexionaba cada uno de sus músculos, curvando la espalda al echarse adelante. Mis manos seguían en sus nalgas teniéndola bien sujeta por miedo a que escapara. Era evidente que la muy perra no pensaba hacerlo. - Sí, qué gusto… qué gusto señora Flor. - ¿Sí, te gusta? ¿Vas bien muchacho, aguantarás? - Sí sí –reconocí sorprendido yo mismo por mi aguante. Y continuó cabalgando, botando y rebotando contra el miembro que la llenaba el cálido conejito. Con los ojos entreabiertos, podía ver cómo le entraba abriéndose las paredes con el lento roce. Acomodada, gimoteando y gritando luego mínimamente, pequeños grititos que me ponían a mil. Tener a semejante hembra a mi merced, solo pensaba en poder comérmela entera. Nos movíamos a buen ritmo, más deprisa ahora lo que la hacía gritar con mayor fuerza y volumen. No quería pensar en qué podía pasar si llegaba Simón en ese instante. - Qué grande Nico, qué polla tan grande… me llena toda -la mano de la mujer corriéndome el cuello y el pecho desnudo. No sé de dónde me vino la idea pero un ligero azote le di en la nalga mientras la madura me cabalgaba con rapidez y premura. Sollozaba con la mirada perdida y luego los ojos en blanco, clavándole el miembro hasta el fondo al quedar totalmente sentada sobre mí. Fue cuando un fuerte manotazo le di en la redonda y prieta nalga lo que la llevó a gritar complacida ante lo duro del golpe. - Sí cariño, ¿te gusta eso? Golpéalas, golpéalas duro –casi gritó sonriendo maliciosa. Una mueca de interrogación le lancé pidiendo nuevo permiso para ello. - Sí sí cari, dales con fuerza… más fuerte, más fuerte –aprovechando yo para con total confianza manotearle encima, arrancándole nuevos grititos satisfechos. Tan fuerte les di que no tardaron en verse rojas y cárdenas bajo el poder de mis manos. Tras su respuesta y consciente de lo mucho que le gustaba, fui más brusco y osado golpeándola cada vez con mayor fuerza e ímpetu, haciéndola gritar con fuerza para luego exclamar en tímidos grititos que me ponían a mil. Elevada y parada con las manos apoyadas en mis hombros, pronto empezó a remover el vientre en círculos para enseguida volver a cabalgar el recio músculo. - Más, más adentro… métemela toda. Cayéndome encima y volviéndonos a besar, enfebrecidos por el deseo. Abriendo la boca y dándomela a probar, al tiempo que por abajo la vulva abierta me ordeñaba a su total placer. Aprovechó ella para con los dedos masturbarse el clítoris, atacándolo furiosa al pasarlos a lo largo de los labios empapados. Era yo el que la follaba esta vez, moviéndome con violencia entre sus paredes, escuchándola quejarse y suplicar más al tiempo. Un nuevo manotazo con el que hacerla vibrar y gritar satisfecha. - Fóllame nene, qué polla tan fantástica tienes… más más. Pero entonces paré para tomarla por la cintura y cambiar de posición. Tumbada en el sofá, se la clavé de un golpe en posición del misionero. Gimoteó herida ante lo profundo del estacazo, cogiéndole las piernas y subiéndolas arriba. - ¡Joder, qué trancazo me has dado cabrón! No conocía su faceta malhablada por entonces y eso me enloqueció hasta límites insospechados. Enloquecido por completo como digo, hasta los huevos se la di quedando hundido en ella. Haciéndola gritar dolorida al volver a darle una y otra vez, resbalándole sin compasión al metérsela entera. A gran velocidad y dueño de ella un estacazo tras otro le di dejándola sin respiración, aullando de dolor ante lo duro de los golpes. - Dios, qué delicia… sigue pequeño… -tirando las piernas a los lados para quedar mucho más abierta y ofrecida. La enganché el muslo para subirle la pierna haciéndola descansar en el hombro y así seguí y seguí follándola lo más salvaje que pude. Entre mis manos la mujer madura temblaba y convulsionaba en espasmos continuos. Supe que me corría con ella y se lo avisé, escapando de su lado al tirarme atrás quitándome con rapidez la goma. - Quítate la goma, quítatela y échamelo todo encima muchacho –al apoderarse del miembro masturbándome furiosa con ambas manos. Bufando y escapándome al momento la vida y las fuerzas por el estrecho agujerillo, en forma de trallazos seminales que le corrieron el cuerpo y la piel bronceada. Me corrí llenándola de mi cálido fluir de goterones blancos y espesos. Cayéndole encima de forma descontrolada, las gotas la iban cubriendo entre los lamentos y gruñidos que los dos producíamos. Goteándole luego los últimos estertores por encima de su vientre y pubis sobre los que los esparció, haciéndolos remover entre los dedos. De ese modo tan intenso dimos por terminada la sesión, corriéndonos y agitándonos entre espasmos y convulsiones. Suspiró en un postrero instante de agotamiento al abrir los ojos y sonreírme agradecida. Devolviéndole la sonrisa, caí rendido sobre ella que me atrapó entre sus brazos abrazándome con fuerza al clavar las uñas en los hombros. Seguidamente y jadeantes, me tomó el cuello con las manos para besarme desenfrenada y salvaje antes de ir recuperando paso a paso el resuello perdido. Un postrero beso nos dimos con el que cerrar el círculo a aquel hermoso e imprevisto encuentro. Una buena mezcla de orgasmos por una parte y por otra había sido aquella. - Gracias –murmuré al incorporarme sobre los brazos tras mi nuevo orgasmo, mucho menos abundante que el primero pero aun así una buena lefada me sacó. - Gracias, gracias Nico… gracias a ti muchacho. Te has portado realmente bien –exclamó al irse recuperando y rebajarse lentamente lo muy exaltada que se encontraba. - ¿Le ha gustado señora Flor? - ¿Qué si me ha gustado? Vuelve cuando quieras cariño… Siempre que mi marido y mi hijo no se encuentren en casa claro. Lo pasaremos bien, ya verás –declaró escapando del sofá al ponerse en pie en busca de sus cosas. Hermosa y bella se la veía, poniéndose primero las bragas y pasando a continuación por los brazos los tirantes del sujetador con el que envolver aquellas tetas que tanto me hechizaban. Luego la ropa por encima y el calzado y parecía que allí no había pasado nada. Al poco de acabar y tras asearme en el baño y acomodarme las ropas llegó Simón, resonando el timbre de la puerta antes de que su madre abriese recibiéndole con un afectuoso beso en la mejilla. Ups, casi nos pilla. Sin casi dar tiempo a Simón a saludarnos y con cualquier excusa barata que pude encontrar, marché por donde había venido no sin antes concertar con una fugaz mirada hacia su madre la necesidad de un próximo encuentro. Ella, en silencio y en total paz consigo misma, comprendió al instante… (lament68@hotmail.com)


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